LA
DIMENSIÓN DE LO NOMBRADO
A mi hijo Aldo
Mateo: señas de identidad.
El mundo se divide entre los que tienen sentido
del humor y los que lo tienen. El
descubrir que, por unas horas, puedes
ser el autor de tu preferencia es una sensación sublime. Que te digan
“Bienvenido, señor García Ponce” sacude tu ego porque te das cuenta que ese
imbécil que te he confundido con Juan García Ponce no tiene ni la menor idea
que García Ponce lleva años muerto y tú no puedes ser él, es imposible que te
trasmutes o regreses del más allá para convertirte en alguien que ya no está en
este mundo. Pero eso lo sabes tú, no la persona que te ha confundido. Muchas veces me han llamado José Emilio
Pacheco. Otras, he sido Octavio Paz, Carlos Fuentes, Juan Rulfo, José
Revueltas, Ítalo Calvino, Adolfo Bioy
Casares, Guadalupe Nettel, Sergio Pitol.
Según las lecturas del día, en el
viaje de ida puedo ser Enrique Vila-Matas y en el de regreso Roberto Bolaño. He
sido considerado digno sucesor del nombre de Javier Marías. Más de un seguro de
viajero ampara a José Agustín, un seguro que cubre gastos médicos en caso de
accidente y una remuneración económica a sus deudos. Una hermosa edecán de ojos tornasoles y cabellera
rubia me llegó a decir que el placer del viaje sólo se compara con el placer de
la lectura, para soltarme que ella leía mucho y su escritor predilecto era
Paulo Coelho. Un escritor mediocre. Pensé
en proponerle que yo podría ser Paulo Coelho y podría hacerle el amor mientras
ella me leía al oído fragmentos de El
alquimista. Desnudarla mientras me leía. No importaba qué. Así que
mi viaje de regreso lo hice con el nombre de Pablo Coello, castellanizando el
nombre. Todo iba tan bien, por momentos sentía el impulso de la mano César
Vallejo, pensaba que en verdad podría ser César Vallejo y escribir un poema tan
genial como Los heraldos negros. Nadie
en la fila parecía intuir o adivinar que dentro de pocos minutos el gran Augusto
Monterroso viajaría con ellos, un Monterroso decididamente más joven y moreno y
de una complexión alarmantemente pasada de peso. El verdadero Monterroso se
reiría de su doble, de su “dopplenganger”, para usar esta palabra germana que
designa al doble, al sustituto, al otro, al impostor. Quizá eso soy: un simple
impostor impostado de literatura que
pierde su tiempo en engañar a la gente haciéndose pasar por sus escritores
predilectos. Hubo algunas señales de alarma de que por fin, después de años de
viajar con otros nombres, alguien se percataría de la engañifa. Una vendedora de
boletos que no se tragó el cuento de que yo me llamase Jorge Luis Borges. Me
miró como queriendo que yo confesara que era un usurpador de nombres pero con
tanto tiempo en el oficio de la estafa heterónoma no iba a ceder, así que me plantee lo mejor que pude en el mostrador y argumenté que ella no era
quién para cuestionar si mi nombre era Jorge Luis Borges o no, y no iba a
perder el tiempo en mostrar mis credenciales sólo porque mi nombre era homónimo
del escritor argentino más conocido en el mundo, quizá el argentino más
conocido en el mundo luego de Maradona y Carlos Gardel y Lionel Messi, a lo
que, acto seguido, la vendedora de boletos se encogió de hombros y concedió que
tenía razón y me extendió un boleto de viaje para las once horas del domingo 27
de diciembre de 2009, de la ciudad de
México a la ciudad de Puebla a nombre de Jorge Luis Borges, y por diez pesos
más pagué el seguro de gastos médicos que debería cobrar María Kodama (no sé si
viva aún) a nombre del insigne escritor en caso que un accidente segara la vida
de Borges y los 30 pasajeros que viajarían esa noche. Borges llegó tranquilo a
Puebla y fue directamente a un bar a tomarse un trago y luego fue a su casa e
hizo el amor con su mujer –que por supuesto no era María Kodama- pensando en la vendedora de boletos de
autobús. El error fue comenzar a creerme extranjero. Patrick Modiano viajó de
la ciudad de Tehuacán, Puebla, a Orizaba, Veracruz, una tarde de octubre de
2010. El vendedor no puso objeción para extenderme el boleto, quizá había sido
por lo extraño del nombre pero era muy común que padres desnaturalizados
llamaran a sus niños mexicanos Patrick o John. En noviembre un tal Roberto
Calasso hizo un viaje fugaz a la ciudad de Pachuca en donde visitó a unos tíos
acompañado de su esposa y su hijo de tres meses. Si Modiano y Calasso había
viajado por territorio mexicano sin necesidad de documentos migratorios, ¿por
qué no podría hacerlo Philip Roth? Roth era un escritor que me fascinaba y en
la medida que mi atracción literaria crecía, decidí que era tiempo que míster
Roth visitara Oaxaca, una ciudad que ya había sido visitada por su amigo
Richard Ford años atrás y en donde Ford había escrito una genial novela. Así
que un increíble y sorprendentemente aceptado Philip Roth viajó de Puebla a la
ciudad de Oaxaca en las navidades de 2010, acompañado de su esposa, una tal
Mrs. María Sabina. Mi mujer había aceptado jugar el juego. Una estrafalaria
vendedora de boletos me comentó que mi nombre era poco común para un mexicano,
a lo que repliqué, fingiendo el acento, que yo no era mexicano sino
norteamericano, que mis padres había nacido en Oaxaca pero yo había nacido en
Albuquerque (Albuquerquiiiii) y que mi esposa se llamaba María Sabina Rodríguez
porque sus padres eran devotos de la “bruja” de Huautla, pero que ella también
había nacido en Estados Unidos, aunque
tuviéramos un nopal tan grande como un encino pegado en la frente que nos
distinguía a kilómetros de distancia. Roth y María Sabina regresaron a Puebla
días después y nadie notó, ni los periodistas y paparazzi, que juntos habían
visitado Montealbán y se había fotografiado en el Árbol del Tule y habían
bebido mezcal en la cantina El renacer, acompañados de un trío que cantó temas
de Roberto Cantoral. Para marzo, Mario Bellatin visitó a sus padres en Veracruz
y un cambiado Ricardo Piglia –sin acento- hizo el viaje de vuelta. En abril,
James Joyce se presentó en la terminal uno de la central camionera del DF,
dispuesto a viajar a Querétaro. Joyce iba solo. Un Joyce que había leído a
Shakespeare de joven pero que ahora le importaba un bledo. Work in progress
jejejeje.