No hay mayor desilusión que la incapacidad de compartir con otra persona un conocimiento que consideramos esencial.



Richard Ford



lunes, 2 de agosto de 2010

La conciencia de los elementos


LA CONCIENCIA DE LOS ELEMENTOS
Latinoamérica es como el manicomio de Europa. Tal vez, originalmente se pensó en Latinoamérica como el hospital de Europa, o como el granero de Europa. Pero ahora es el manicomio. Un manicomio salvaje, empobrecido, en donde, pese al caos y a la corrupción, si uno abre bien los ojos, es posible ver la sombra del Louvre.
Roberto Bolaño.

I
La ventana del cuarto me muestra un paisaje distante, irreconocible. La lóbrega calle adoquinada de la cual surgen pequeñas casas con techos de teja, dejan pasar la transparencia del cielo y su gris infinito. Pienso que en otras circunstancias (es decir: acompañado y sin frío) ese inmenso paisaje de donde nacen unas montañas cercanas blancuzcas me hubiera resultado bellísimo. Reviso las cosas. El orden es algo que me atormenta, y la inminente huida me ha vuelto más ordenando y precavido que de costumbre. Hace una semana que duermo con la ropa puesta para salir en el momento que lleguen. Fumo el último cigarro de la cajetilla aspirando el humo conjuntamente con la niebla que ya se interna completamente en el cuarto. Cierro la ventana y me dispongo a escribir una nota. Desisto del proyecto cuando siento el temblor inoportuno de mis manos y mi respiración entrecortada por lapsos que parecen interminables y que hacen que la obtusa realidad del cuarto se vuelva aprensible por la necesidad de no escuchar voces en mi cabeza que vienen de quién sabe dónde. Después de todo es cuestión de tiempo que lleguen. Me he mantenido oculto tanto tiempo que he perdido la capacidad para abstraer la realidad.
II
Monique se había ido una semana antes, dejando un frío recado en la mesa: “Me voy. Este encierro es para salvajes. Prefiero intentarlo, no darme por vencida. Hasta ahora tú me has metido en la cabeza que no hay nada que hacer. Pero ya no. Quiero luchar por mi vida. Allá tú si persistes en esto. Tenlo por seguro que te llevará al suicidio. Aunque quizá sea lo mejor”. Ahora, una semana después, ni siquiera puedo ir a la tienda a comprar cigarros y licor. Juego con el revólver, indeciso. El tiempo se ha hecho una eternidad inalcanzable e inabarcable el todos los elementos que la componen; las mañanas se estiran durante todo el día, sin respetar la sucesión temporal, la realización del tiempo predestinado a extinguirse. Todo es mañana, luz y negación.
“El encierro equivale a no pensar en nada o pensar sin pensar”, me dijo alguna vez Sean Grant, quien estuvo encerrado tres años en un campo de concentración vietnamita. Pero Sean ya está muerto y yo debo pensar para no acabar loco. Paso las mañanas completas fumando y dibujando siluetas de mujeres desnudas en sucias servilletas que voy guardando en un viejo libro de las exposiciones de Braque, imaginando cómo sería enfrentarme a ellos cara a cara, entender sus argumentos, contestar sus insultos. “La realidad no es difícil de entender si el ser humano comprende sus puntos vitales. Si eres libre acéptalo y vive como tal; si estás encerrado hazte a la idea que no depende de ti salir, digo, salvo si te crees Clint Eastwood y te da por fabricar tu salida como en La fuga de Alcatraz”, Sean dixit. Pero ¿dónde están los puntos vitales? Debo mantenerme ocupado. Los primeros días no fueron tan difíciles: había suficiente vodka y suficientes pastillas para mantener mi mente en blanco. Borracho y drogado todo el tiempo, la única distracción fue escuchar melancólicos blues que sintonizaban en una vieja estación universitaria. Al mes de mi encierro, Monique llegó. “Hay dos opciones: dos boletos de avión a Buenos Aires, documentos falsos y algunos dólares, o quedarnos aquí más tiempo. La primera equivale a exponernos y dejarles el campo libre para que nos agarren y luego la Organización se lave las manos. La segunda nos asegura un poco más de tiempo para pensar qué hacer. Ya ves que en quienes confiamos nos han traicionado. Ya sabes que estoy contigo hasta el final”, dijo.
III
Con Monique ya no fue tan aburrido. Ella me ayudaba a sobrepasar las friísimas noches en ese pueblo enclaustrado en las faldas de la montaña y rodeado de iglesias antiquísimas. Ella dictaba mi forma de pensar en casos de extrema paranoia. Nos emborrachábamos por las tardes, y ya de madrugada, azuzados por el frío, nos metíamos en la cama y hacíamos el amor. Su cuerpo encima del mío, moviéndose de arriba abajo como una necesidad de unión que ni el frío ni el temblor de los labios ni el gemido orgásmico podían reprimir. Todo se había convertido en un círculo concéntrico: lo que estaba afuera existía, sí, pero existía para nosotros como una mera reciprocidad que no afectaba el íntimo universo que íbamos creando. Pero el dinero se acabó y el universo resultó ser una especie de abismo en donde Monique y yo nos precipitábamos día tras día. Ya no fue gracioso buscar en los entrepaños las últimas sobras de comida; buscar debajo del colchón colillas de cigarro y, en la hondonada nocturna, desesperados por el tedio de vernos todo el día mientras cada quien buscaba una intimidad que reflejara nuestra endeble existencia y representara aún más nuestra calidad de seres sometidos a la ductibilidad del destino, cuando ya la crisis por un vaso de vodka acentuaba nuestras constantes riñas por situaciones nimias (del descuido por haber tirado un plato de sopa, los reproches por las frazadas no compartidas, los libros que Monique cuidaba como su fueran una de sus extremidades –las Ficciones de Borges, El hombre unidimensional de Marcuse y una antología de relatos de Anaïs Nin- y que yo despreciaba de la misma manera que comenzaba a despreciarla a ella) y el aire se fue contaminando paulatinamente de una aspereza incontenible. Las pláticas y las borracheras se hicieron más esporádicas, hasta que Monique se marchó.
IV
En el fondo de una maleta que Monique dejó, encontré una edición de Le nouvel Observateur que escribía sobre “los cuerpos de los conocidos terroristas franceses Jean-Phillipe Sourin y Monique Lautrec, al servicio de Al Qaeda, que en enero pasado habrían puesto la bomba que matara a cuatro senadores estadounidenses durante una visita de estado a Colombia, han sido encontrados dentro de una cajuela de un automóvil Bentley abandonado en una colonia populosa de Ciudad de México. El Gobierno americano reclama los cuerpos y ha mandado agentes del FBI para ayudar en las investigaciones. El gobierno francés ha enviado una comisión diplomática”. Fue imposible que estas circunstancias me obligaran a salir. Podría tratarse de una estratagema bien planeada por parte del gobierno para obligarme a abandonar mi ratonera. Una vez fuera, ahí estarían ellos esperando como lobos hambrientos su presa. Mientras tanto la soledad se hace asfixiante. Consumido hasta el hartazgo, lejos ya de una postura que me permitiera dilucidar mi postura y mi escape, lo único que me queda es esperar.
V
El buró con algunos libros, las cortinas cerradas por miedo a la luz. La inocua alteración de los minutos, partícipes de la monotonía silenciosa que aterra mis nervios. Vuelvo a jugar con el revólver, tomándolo y girándolo sobre sí mismo. Monique debe estar lejos si no la han atrapado aún. La luz entra por un agujero delator en el techo, haciendo un recorrido vertical que ilumina tenuemente el librero sin libros y una acartonada copia de un cuadro de Frida Kahlo. Me asomo por la ventana: las montañas, impávidas, esperan el estertor de la ventisca que se aproxima. No deben tardar. Anhelo un cigarro y un buen vaso de vodka para calmar mis nervios. Vuelvo a jugar con el revólver: un ruido, como un chillido, sale del movimiento y lo detengo. Maquinalmente, casi sin pensarlo, descorro las ventanas y abro la ventana de par en par: la niebla entra de lleno, como el humo que se dirige al único sitio donde encuentra salida. En la calle, un par de niños llevan, a lomo de mula, una pesada carga de troncos. Los niños me miran y aprietan el paso. Palpo mi rostro: hace cuatro meses que no me rasuro y una profusa barba cubre mi rostro. Un minuto, tal vez dos. Escucho voces y pasos afuera que se instalan en mí con la aceleración de mi movimiento cardiaco. A contra luz logro ver una sombra. Giro nuevamente mi revólver. La sombre se acerca, lentamente, hacia mí.
Julio de 2010.

2 comentarios:

  1. FELICIDADES POR TU BLOG, ES ADMIRABLE LA MANERA EN QUE ESCRIBES,ME HE PASADO UNA HORA Y MEDIA LEYENDO TUS PUBLICACIONES, Y CREEME CUANDO TE DIGO QUE ME INTERNE EN ESA LECTURA SIN DARME CUENTA DEL TIEMPO QUE TRANSCURRIA, OLVIDANDOME INCLUSO QUE TENIA TRABAJO URGENTE QUE ENTREGAR, PERO BUENO, EL CLIENTE PUEDE ESPERAR, PERO ESTE TIPO DE RELATOS Y LECTURAS NO. GRACIAS ANDRES POR ESTE ESPACIO QUE HAS DECIDIDO CREAR.
    P.D. ESTA BUENO EL RELATO DEL SOFISTA PORNO
    atte. arturo ariza alonso

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  2. Qué bien que te haya gustado mi buen Arturo. Es un espacio para el desfogue. A ver qué día pasas a la Normal y tomamos algo. Saludos.
    Andrés.-

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