No hay mayor desilusión que la incapacidad de compartir con otra persona un conocimiento que consideramos esencial.



Richard Ford



domingo, 15 de agosto de 2010

CARTA



CARTA
Hay cosas innegables, Mayté, y una de ellas es el hecho imperdonable de que anoche decidiste marcharte. Me incomoda que lo hayas hecho en enero, cuando debiste haberlo hecho en diciembre, mes que, como todo mundo sabe, es el mejor para las despedidas. Quizá en diciembre yo hubiera tenido oportunidad para ponerme melancólico e intentar rogarte para que te quedaras –no te engañes: sería una mera simulación con el único fin de ponerle un poco de humor al gastado juego del te vas y regresas- y aferrarme a tu discurso amenazante que de tanto repetirlo se había convertido en un galimatías sin sentido. Pero no. No pude poner mis ideas en claro, salir a tomarme un trago para despejar mis pensamientos o hablar con Diego, que es como un terapeuta: tiene buen oído y si tomamos en cuenta que lo único que tengo que hacer es comprarle una botella de Ron, cobra más barato que un psicoanalista.
Tu partida no me tomó por sorpresa. Hace meses que venía pensando en la forma en que te marcharías, la forma infame de que por fin decidieras dejarme y quitarte un peso de encima. No soy un buen hombre, lo sé. Soy aberrante, huraño, antipático, ególatra. Sudo como perro y mi aliento es más que detestable. Tengo como adláteres a Diego y Yago, los tipos que más detestas en el mundo (aparte de mí, of course). Eso entre otras delicias más. Pero todo, todo, ya lo sabes. Desde que dejé la clínica mi carácter ha mejorado, acéptalo. He intentado modular mis explosiones gástricas, y he reducido la injerencia de alcohol a sólo unos tragos por semana. Estoy en vísperas de recuperar mi antiguo trabajo, y por si fuera poco intento administrar los bienes que me dejó mi padre al morir (que ha sido, hasta ahora, en quince años de matrimonio, lo único que te ha interesado de mí). Hablo de lo que ya sabes. Hablo sin recibir respuesta. Alterado –un poco- por esta borrachera infernal. La súplica de Malcolm Lowry ante el cadalso de la vida.
El mes pasado tuve la vaga sensación de que tu partida sería tal y como fue: sin más aspavientos que un saludo, un abrazo comprometido y el largo portazo que resonó en mis oídos en medio de un home run de Mike Piazza. Yo no esperaba nada más. Quizá un leve papelón ante mi reticencia por darte la pensión exagerada que pides (y más si sé que el dinero se lo entregarás a Enrique) y los preparativos para iniciar los trámites del divorcio cuanto antes. Decidí que esperaría a ver qué pasaba. Por eso inventé el viaje a Guanajuato. La verdad es que estuve encerrado una semana con dos prostitutas en un hotel de la colonia Roma, dilapidando una fortuna en room services, cocaína y favores sexuales. Fue el mismo Diego quien me avisó de tu accidente. ¿Cómo pudiste creer que asistiría al velorio de Jorge cuando ese hijo de puta no había hecho otra cosa que interponerse en nuestra relación? Además, ya tenía pagados dos días más de hotel. Jorge está muerto y tú y yo, no. Qué obsesiva eras con eso de las despedidas. Quizá te visite en el hospital. Quizá no. Recupérate, resiste, recuerda que el valor es lo único que cuenta en este mundo de mierda.
J & B.

2 comentarios:

  1. Asi. Adolorido, desesperado, temeroso, furibundo. Acaso es mi biografia?
    Como siempre Andrés es un deleite atrapar tus letras en un alma rota como la mia.
    Felices letras.
    Efra Viruz MT

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  2. Gracias mi buen Efra, y no desestimes tu trabajo literario, que es bueno y va creciendo poco a poco.
    Andrés.

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