No hay mayor desilusión que la incapacidad de compartir con otra persona un conocimiento que consideramos esencial.



Richard Ford



miércoles, 30 de junio de 2010


Maradona y su egotismo, su nariz polveada, su magia en el juego, sus nexos con la mafia napolitana, su secta, su obesidad, sus problemas cardiacos, sus escándalos amorosos, su irreverencia, su Boca Juniors y su Nápoles, su mano de Dios, su “Gol más hermoso de la todos los Mundiales”, su antipatía, su inoperancia como D.T., su instinto matricida, su arrogancia, sus coches deportivos de lujo, su paso fugaz por el Barcelona, su Cebollitas, su devoción a sí mismo. ¿Es acaso Maradona el mejor jugador de la historia? Ante un currículo como el Di Stefano o Cruyff, la extraña forma de vida de Maradona causa risa, conmiseración, lástima perenne.

viernes, 25 de junio de 2010

Lo nuevo de Bolaño


La publicación de los Cuentos de Bolaño es un acontecimiento importante porque gran parte de su narrativa tiene comienzos en varios de estos relatos. Encontramos relatos perfectos como El ojo Silva, Buba, Últimos atardeceres en tierra, Llamadas telefònicas, entre varios de este autor fundamental de nuestro idioma. Chileno de nacimiento, mexicano, español, hombre sin patria fija, en diez años Bolaño cambió la narrativa de nuestras letras, hasta su inesperada muerte en 2003.

jueves, 24 de junio de 2010

Un buen video de Gorillaz

LITERATURA Y FUTBOL

APUNTES SOBRE LITERATURA Y FÚTBOL
1. Tanto en la literatura como en el fútbol, vida y obra van de la mano. La cancha del escritor es la hoja en blanco, el espacio anónimo próximo a convertirse en público. Para ambos, el espacio anónimo es mental: la frase perfecta, redonda, de uno, la jugada pensada minutos antes, el viaje del balón rumbo a la red, del otro. Estos mundos subvertidos son pura creación, estética del ritmo, arte de fugarse para estar con ese otro oculto. Tanto el gol como la obra publicada son una especie de catarsis: la hoja en blanco por fin terminada es para el escritor como poder tragar un puñado de letras rasposas, que cortan la garganta (cientos de tazas de café, miles de cigarrillos y una cantidad indefinida de libros son un bálsamo que ayuda a digerir); el gol anotado luego de una larga temporada de sequía es el reencuentro con la adrenalina, con el público ríspido y paciente que no olvida a su ídolo.
2. Hace unos meses ESPN, cadena de televisión deportiva, anunció con bombo y platillo una charla entre Jorge Valdano y Juan Villoro. Sin tener nada que ver con los imbéciles y orgullosos comentaristas de las cadenas televisivas, que piensan que lo saben todo y su léxico es peor que un leprosorio (si no, ahí está ese encomio a la ignorancia que es el “Perro” Bermúdez), Valdano y Villoro son, a mi juicio, los mejores analistas de fútbol que hay en nuestro idioma, sin ser comunicólogos ni nada que se le parezca. Desde trincheras distintas (la dirección deportiva del Real Madrid, de Valdano, y el trabajo intelectual como escritor, de Villoro), su relación con el fútbol es tan estrecha que se sienten igual de cómodos hablando de literatura o política que analizando un derby español. Valdano claro está, es madridista de corazón, y por su ascendencia catalana, el amor que Villoro le profesa al Barcelona es insospechado. Pocas satisfacciones puede tener un fanático del fútbol que oír a estos personajes hablar sobre su visión del fútbol. Poseen un léxico mucho más completo que cualquiera de los comentaricuchos de los canales nacionales de fútbol. Saliendo de la digresión, estuve al pendiente de la charla pero cuál sería mi sorpresa que la supuesta charla consistió en comentarios por separado de ambos intelectuales: Valdano desde su oficina en Madrid, y Villoro desde algún cafetín del Centro del DF. Además de fuera de contexto, ambas entrevistas estaban editadas. Se notó, en el caso de Villoro, que los comentarios de éste fueron forzados y desfasados pues comenta sobre el Mundial del 2006. Aparte de que hace cuatro años tenía más pelo que en el 2010. En fin. Creyendo que la población padece de una severa atrofia cerebral, a las televisoras les importa una mierda el contenido de sus programas; sus contenidos son un insulto a la inteligencia colectiva, y los figurines que aparecen en pantalla son sólo eso: esbirros, trabucos prefabricados con una cara bonita y un trasero copulante, futbolistas mediocres que primero deberían de terminar la escuela nocturna y no hacer el ridículo enfrente de tantas personas (ahí está, por ejemplo, Zague, que tras treinta años en México sigue hablando como salvadoreño, sin insultar a ese hermoso país hermano). Si he de ser sincero, en este Mundial he preferido ver los partidos por un canal español que por la oferta mediocre y descarada (ver los programas futboleros de televisa es, discúlpenme, una mentada de madre) de los canales de televisión abierta. Luego del fiasco de la charla entre Valdano y Villoro, he decido mejor comprar sus libros.

martes, 22 de junio de 2010

Ah, Monsiváis

Enajenados con el Mundial y la Selección Mexicana, muchos pasaron por alto la muerte del mejor cronista de México, y un animador cultural de primer orden. Dedico el siguiente texto en memoria de Carlos Momsiváis, cuya muerte lamentamos todos.

El pasado sábado 19 de junio, una afección pulmonar quitó la vida al ecléctico Carlos Monsiváis. Muere el cronista, el narrador, el poeta oculto y culto (barroco), el coleccionista, el historiador de las mentalidades, el novelista íntimo, el periodista, el locutor, el caminante, el cinéfilo, el gatómano, el bibliómano, el personaje público, el escritor. Desde la muerte de Octavio Paz no se había sentido tanto la muerte de un intelectual como la de Monsiváis, Monsi para los amigos. Y es que Monsiváis constituye un caso especial en las letras mexicanas. Monsiváis es la memoria colectiva de México, sus derrotas y victorias, sus museos y bibliotecas, sus calles y barrios, la gente sencilla y la cumbre intelectual. En Monsi confluyen el hombre de letras y el ávido espectador de lo cotidiano, capaz de conservar entre sus múltiples tesoros primeras ediciones y muñecos de barro, cuadros firmados, caricaturas porfirianas y revolucionarias, minúsculos juguetes burgueses, retratos de las más grandes actrices de la época de oro del cine nacional, gatos y más gatos, partituras anónimas, poemas desconocidos. Fue tan grande su erudición que lo mismo escribía un elocuente ensayo sobre los Contemporáneos que destazaba la dinosáurica familia política mexicana o se comprometía en la defensa de los derechos de los homosexuales.
¿Qué será de la vida cotidiana mexicana sin Monsiváis? De nada valdrán los homenajes nacionales póstumos y los elocuentes ensayos que dilucidarán su obra como una de las más importantes de nuestras letras, una obra necesaria para comprender el México actual. Desde la mirada de Monsiváis nada quedaba fuera, todo debía ser integral. Siempre se destacó por conservar aquello que otros intelectuales desdeñaban. Fue uno de los primeros críticos que escribió, en tiempos de censura, sobre la imposición gubernamental cuando ningún intelectual en sus cabales su atrevía. Sus ensayos sobre la vida pública y cotidiana de México, sus columnas en las principales revistas y diarios del país, su presencia en los medios lo convirtieron en un personaje fundamental en el México de las últimas cuatro décadas. Sin haberlo leído todo mundo hablaba de Monsiváis como un fraterno. Lo mismo asistía a un coloquio sobre literatura mexicana que a programas de televisión; era un tímido líder de opinión que en el fondo prefería la soledad de su estudio a los faroles. Evocaban su figura excéntrica con una persona cuyas opiniones debían ser escuchadas. Lejos quedan las polémicas con Paz y Krauze. Cerca, su entrañable amistad con José Emilio Pacheco, Sergio Pitol y Elena Poniatowska, pertenecientes también a esa generación de Medio Siglo tan prolífica que ha otorgado a México tres premios Cervantes (Fuentes, Pitol y Pacheco) y seis nacionales de Literatura (Fuentes, Pitol, Pacheco, el mismo Monsiváis, Poniatowska y Juan García Ponce). Adiós, pues, Carlos Monsiváis. Sin ti, las letras mexicanas no serán las mismas.
Andrés López Sánchez.

domingo, 20 de junio de 2010

Futebol: Brasil

Desde niño tengo la extraña sensación que todos los mundiales son una extención del fútbol brasileño. Es decir, sí hay selecciones buenas, ahí está España, ahí está Alemania (eterno contendiente al título), Italia tiene un partido bueno y cinco malos y se mete a la final, Holanda, Inglaterra, en fin, aquellos que reparten sus jugadores en la mejores ligas. Pero Brasil es, por antonomasia, el eterno campeón, aún con que algún otro país gane la World Coup. No gana Italia, no gana Alemania, no gana Francia: pierde Brasil. Así es. Los mexicanos tenemos una extraña relación con Brasil. Ésta surgió con el Brasil campeón en México 70. Pelé, Jairzinho, Rivelino, Carlos Alberto, Tostao y compañía hipnotizaron a los mexicanos en aquel Mundial ejemplar. México queda eliminado y todo el país vuelca sus esperanzas en el mágico equipo comandado por un genio, el mejor. Y como sabemos que México tiene pocas posibilidades de avanzar más allá, hacemos nuestra la verdeamarella. Brasil y México no son tan distintos, después de todo. No es el idioma, no es el Amazonas, no es el color: el es fútbol.

Ah, Saramago

El viernes 18 falleció José Saramago. Acostumbrados a necrológicas, me permito un recorrido personal por la manera que llegué a los libros de un autor que, para mí, durante mucho tiempo fue fundamental.

En mi pueblo nadie lee. En mi pueblo la lectura es un lastre que se lleva a cuesta con arrogancia, decisión y valentía. En mi pueblo, hacia 1997, nadie tenía la más remota idea de quién era Saramago. Me incluyo. En 1997, que en mi pueblo existiera una feria del libro era un triunfo que pasaron por alto todos los habitantes. La feria del libro duró un mes y pocos se percataron. Descubrí a algunos de los "instruídos" del pueblo comprando literatura barata. Un médico, por ejemplo, se hizo de una colección de novelillas pornográficas y un recetario de hierbas medicinales. Señoras apergaminadas compraban novelillas de Corín Tellado, a lo más. Curiosos inadvertidos se decidían por libracos de actores de la farándula, biografías de políticos en declive, metafísica en cinco pasos y métodos de meditación eficaces. Del bachillerato, cada tarde de ese mes hice un aparada oficial para comprar algo interesante. Recuerdo una biografía de John Lennon (la primera que leí), La fiesta del chivo de Vargas Llosa y una novela de Isabel Allende de la cual no quiero acordarme. Entre ese reducido mundo de libros, revistas y discos, descubrí y leí (asombrado) Ensayo sobre la ceguera, de Saramago. Era una edición (que todavía conservo) de Alfaguara, con la traducción de su mujer, Pilar, y con una imagen de La parábola de los ciegos de Brueghel en la portada. La novela es, en sí, un ensayo sobre la desgracia humana, la avaricia, el dolor, la angustia y el futuro poco prometedor de la raza humana, que tiende a destruirse a sí misma. Pocas novelas he leído en donde se exponga con más eficacia la sinrazón contra la cordura. Tardé semanas en asimilar la lectura. El estilo de Saramago no es fácil. No hay diálogos (de la forma tradicional que leemos los diálogos) y la lectura se complica por las oraciones largas, figuras retóricas y recursos gramáticos. Poco después leí Memorial del convento. Un año después recibe el Nobel de Literatura y sus libros circulan por todos lados. Por ese tiempo, ya me había trasladado a vivir al DF, que fueron los dos años más decisivos de mi vida. Leí Todos los nombres (una exelente recorrido por la burocracia y la ocupación de la multipersonalidad), El evangelio según Jesucristo (una lectura distinta a las Sagradas Escrituras, donde se nos muestra a un Cristo más humano, demasiado humano, casado con María de Magdala y teniendo hijos) y El año de la muerte de Ricardo Reis (el epítome de las obras sobre el poeta portugués Fernando Pessoa, de quien sobre su vida ha novelado autores tan distintos como Tabucchi y Melo Neto). Después me interesé por otras cosas. Después regresé Saramago, así como diez años después regresé a García Márquez. Y así regresaré a varios más porque el aprendizaje de estos maestros iniciales es mucho más fuerte que cualquier convicción.

sábado, 19 de junio de 2010

Recomendaciones cinéfilas

SOBRE CINE

Algunas películas sorprenden por su economía estilística. Decir lo concreto en el tiempo justo y acomodando los diálogos a imágenes sugestivas. Historias con un trasfondo intelectual de primer orden que instan al espectador a retroceder la cinta y apreciar el resultado visual. Es el caso de Crashback (Inglaterra, 2006, traducida en español como Belleza involuntaria) la opera prima de Sean Ellis. Una cinta que habla de la belleza y que resulta tan bella como el objetivo que propone expresar. Ben Willis tiene tres obsesiones: el amor, el tiempo y la pintura.
Niño extraño y dotado con una extraña manera de concebir el mundo, Willis pasa su niñez encerrado en un claustro mental donde el tiempo cobra vida a la vez que esgrime los primeros esbozos de su vida sexual. En alguna parte de su niñez, Willis deja Londres y se traslada a un suburbio de la artística Southampton. Ingresa a una Academia de artes en donde intentarán pulirle el talento y convertirlo en un gran artista. Willis se obsesiona con una niña de su clase y comienza a dibujarla de manera obsesiva en posiciones eróticas. El resultado es obvio: la profesora descubre los dibujos y es expulsado de la academia. Pasa el tiempo. Encontramos a Willis ingresando a la Universidad donde estudiará artes. Para costear sus estudios trabaja en un supermercado. En el trabajo conoce a Stephen, Derek y Jenkins quienes, entre otras cualidades, son unos completos imbéciles. Ahí conoce a la cajera Sharon (Emilia Fox, la recordarán en el personaje de Dorota, la amiga que ayuda a Wladislaw Szpilmann en El pianista de Polanski), de quien queda perdidamente enamorado. Las acciones, en este momento, se desarrollan rápido. Sharon también se enamora de Willis, pero lo descubra besándose con una exnovia y lo manda a volar. Sharon renuncia a su trabajo y deja la ciudad. Tiempo después, recibe una invitación a una exposición pictórica. Acude a ella y cuál es su sorpresa que la exposición lleva su nombre y todas las pinturas la presentan a ella en diferentes ángulos. El pintor es Willis, que en sus ratos libres pintaba a Sharon mientras trabajaba en la caja registradora. Es resultado no se hace esperar: Sharon perdona a Willis y parten juntos para Sudamérica, donde Willis expondrá. Belleza involuntaria es una película que obliga al lector a reflexionar sobre los temas que ahí se exponen. La voz en off del narrador (que por momentos recuerda la de American Beauty) guía nuestros razonamientos sobre el amor, la veracidad del arte y sus pugnas por ser imprescindible, la belleza y el tiempo. Como dice Willis en la escena final de la película: "El amor siempre está ahí, en cada segundo, y no importa cuánto tiempo tardemos en darnos cuenta, siempre llega, siempre se va, y nos quedamos solos, parados en la nieve en una mañana muy fría".
Andrés López Sánchez

No todo es respirar y luego dejar de hacerlo

No conozco en el mundo un tipo más indeciso que yo. A contracorriente, las decisiones más imortantes de mi vida las he tomado siempre eligiendo la opción C. De ahí que buena parte de las cosas que hago nunca me salen bien. Tardé meses en decidirme a abrir este Blogg, y ahora que lo he abierto no sé que escribir. No quiero pasar como estúpido (aunque haga cosas estúpidas), y el telón de fondo de este Blogg es pasar un rato agradable hablando de las cosas que me interesan. De sexo -quizá-, de libros -quizá-, de cine -quizá-, pero sobre todo de las cosas que aborrezco: el sentimentalismo barato, los chafas programas de tv, la risa del estúpido, la política como apología de la ignorancia colectiva (someone dixit). Después de todo, como reza el título de esta entrada, de manos de Roberto Bolaño, "no todo es respirar y luego dejar de hacerlo".

viernes, 18 de junio de 2010

Sofistas porno

Un saludo a la banda.

Las que más me gustan son las asiáticas. Tienen algo exótico en su mirada, detalles descarnados, miradas furtivas me templan al instante. Agrégale los sutiles gemidos y estoy fuera. Además muchas parecen quinceañeras. Digo, aparentan serlo más que las demás, ocultan más el paso del tiempo. No consumo pornografía infantil, es un asco, así que me deleito con observar a veinteañeras con cutis terso que parecen estudiantes del colegio de mi hija. Una cámara bien enfocada y un buen maquillaje y los directores hacen magia. Magia en serio. Entre todas ellas, las asiáticas digo, hay una en especial que he seguido desde hace dos años: Ayuri Matzumi. Matzumi ha hecho de todo –lo sé por su sitio de Internet. Hay una película en especial que recuerdo mucho. Es una fantasía postapocalíptica llamada The World into of my mind, dirigida por Seki Chuntaro. La acción transcurre en una nave espacial abandonada en algún lugar del monte Fuji por una raza alienígena. Un grupo de ingenieros japoneses, entre los que estaba Matzumi, descubren la nave entre las excavaciones de una vieja mina. Se internan en los laberintos de máquinas, consolas luminiscentes, pasillos que conducen a más cámaras ocultas, computadoras gigantes que producen un ruido anestesiante que los interna más y más a la cámara principal (o lo que se supone es la cámara principal) de la nave. La cámara principal es un laboratorio experimental donde los ingenieros descubren cuerpos muy bien conservados de seres humanos de distintas razas y tiempos. Algunos están vestidos, otros desnudos, por lo que pueden intuir si pertenecieron a la época de los faraones egipcios, el Imperio Romano, la Edad Media, la China imperial, la Revolución Francesa, los hippies sesenteros o algún yuppi abducido por la nave. Los cuerpos están interconectados por una compleja red de transmisores eléctricos que los mantienen suspendidos en una plancha de plasma fluorescente. Matzumi se acerca a una consola e ingenuamente teclea unos botones. Todo se vuelve transparente por un instante, pero inmediatamente regresa a su estado normal. Una luz neón se enciende en el techo de la cámara. Los humanos que están suspendidos, comienzan a bajar y despertarse. Uno a uno despiertan hasta que todos se encuentran, incrédulos, desconcertados, somnolientos por la larga sequía de realidad, en medio de la cámara. Un halo de luz los envuelve. Escuchan una voz que no pueden entender. La luz los suspende y los baja al instante. Los que están vestidos comienzan a desnudarse. Los desnudos comienzan a tocarse los genitales. Hay un egipcio que tiene un miembro descomunal. (No he resaltado que Matzumi es la única mujer en la nave.) El egipcio se abalanza sobre Matzumi –quien ya está desnuda- y le da una mamada, mientras un militar francés (una mezcla entre Napoleón y D’Artagnan) penetra al egipcio con violencia. Dos ingenieros japoneses se lían en un ménage a trois con un peludo neandertal de un pito gruesísimo, mientras el hippie es sodomizado por el yuppie y éste, a su vez, se traga el nada despreciable miembro de la reencarnación de Vishnu. Para esto, el egipcio ha soltado a Matzumi y ésta se lía con un bolchevique (el atuendo del supuesto ruso es ridículo, pero hay que rescatar la intención de Chuntaro de facilitar al espectador la rápida identificación de los personajes) que desprende su enorme verga del pantalón raído que lleva puesto, coloca a Matzumi de espaldas a una supercomputadora, la obliga a cruzar los brazos por la espalda y la penetra de una estocada brutal a lo que Matzumi responde con un estruendoso quejido. La cámara enfoca una y otra vez las escenas, mostrándonos los entresijos más ocultos de los actores, la sudoración excesiva del ruso, los labios vaginales sonrosados, húmedos, perfectos de Matzumi que se mueve con más fuerza a cada estocada inhumana del ruso. Con un movimiento rápido, el ruso levanta a Matzumi y la coloca encima de él, con el culo expuesto al aire para que pueda penetrarla cualquiera que se decida; el militar francés, desentendiéndose del culo del egipcio, se lanza sobre Matzumi y entre ambos la penetran. Quiero hacer notar la terrible complicidad del rostro de Matzumi. Mueve los ojos, contorsiona el rostro hacia la cámara, lanza miradas tiernas y feroces, resopla, pasa la lengua por los labios, mueve la cabeza de un lugar a otro. Una perfecta simbiosis de rostro y cámara. Agotados, después de eyacular profusamente sobre Matzumi, los diez hombres permanecen al filo de la excitación pasando sus lúbricos miembros por su rostro. Matzumi parece, al enfocarla la cámara, una amorfa masa gelatinosa donde sólo es posible vislumbrar su dentadura perfecta.