No hay mayor desilusión que la incapacidad de compartir con otra persona un conocimiento que consideramos esencial.



Richard Ford



domingo, 12 de diciembre de 2010

AÑOS


Con el paso de los años uno se vuelve vulnerable al sentimentalismo. Aquel sentimental oculto, aquel sentimentalismo proscrito de dureza surge ante nuestros ojos y a veces no podemos percatarnos. Mi memoria comienza en la infancia. Es un periodo nebuloso, plagado de claroscuros irrelevantes y a menudo olvidables. Poco hay que decir de mi infancia que no es ni mejor ni peor que otras. Imágenes: un tarde calurosa en casa mientras en el patio trasero mis tíos beben cerveza y asan carne; la imagen de una femme fatale (una amiga de la familia) con minifalda ochentera y tequila en mano bailando con mi padre mientras la mirada desconfiada de mi madre los sigue con cautela. Esta femme fatale terminaría por convertirse en amante ocasional de mi padre, una separación de varios meses y la pérdida de confianza de mi madre, que nunca le perdonó. Imágenes: una noche de diciembre, en medio de plaza del pueblo viendo a mis hermanos convertirse en ángeles ocasionales para una pastorela. Un viaje a una playa cercana con una tía muy querida; los juegos infantiles en el rancho de mi abuelo, el jugo de piña escurriéndome por la boca y las manos llenas de sal y chile piquín; Tatún, el perro de todos, o el perro de mi abuelo que, como la canción de Alberto Cortés, “era callejero por derecho propio” y “era nuestro perro porque lo que amamos lo consideramos nuestra propiedad”; regalos de Reyes Magos que nunca llegaban, pedidos inconclusos, Navidad en casa y fin de año en Oaxaca, el mole inigualable de mi abuela, los villancicos de mi tía, los partidos de futbol que nunca jugué, el mundial de México 86 y el partido España vs Dinamarca que asistí con mi padre y todos mis tíos para ver la hazaña de Butragueño de meter cinco goles, los discos de Hombres G y Parchís, el Thriller de Michael Jackson, Chespirito, El Auto increíble, Manimal, mis adorados Thundercats, Chabelo los domingos por la mañana, mis malas notas en Matemáticas y mis buenas notas de Español, el hijo de puta de mi maestro de primaria que a la menor provocación me arrancaba la patilla, mi primera novia (toda rizos secretos, bragas húmedas asoleadas, estupor en la puerta, inocencia descarnada, fuga fatal), o esa imagen del Eterno resplandor de una mente sin recuerdos, la obra maestra de Michel Gondry, que no viene al caso en mi infancia pero sí viene al caso porque yo quiero que venga al caso: Clementine en medio de la vigilia (la realidad) y Barrish en la Nada, el Sueño, el inconsciente, el eterno resplandor, en fin: todas las imágenes que, mutatis mutandis, complementan mi insignificante y reducido universo personal.

1 comentario:

  1. Estupendo. Q buenas remembranzas de un pasado por unos cuantos añitos contemporaneos. Pobres de los ilusos q no conocieron alos thundercats. Y esa fabulosa referencia de Alberto Cortes... sublime. Ser callejero rescatando al viejo pablo de su soledad... Efra viruz mt

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