No hay mayor desilusión que la incapacidad de compartir con otra persona un conocimiento que consideramos esencial.



Richard Ford



jueves, 30 de diciembre de 2010



Todo aquello que ha comenzado como un juego, se ha convertido en una realidad absurda, un devaneo detrás de una silueta disimulada con cautela. Una pequeña minucia. Y aveces, todo el material humano -he podido comprobar- resulta poco más que un chasquido, una palabra agotada o una visceral forma de percibir la realidad y aparece, sin quererlo, la imagen prefigurada, pero dueña de sí misma, de la otra cara de la moneda. Van desde este blog algunas frases sueltas que, cuando menos a mí, me hacen reflexionar sobre nuestra estancia en este mundo jodido, el carácter del amor, la pasividad del ser humano, la escritura como medio de transmutación interna y la inagotable presencia de nuestros demonios personales.


I

Y luego, lo más importante de todo: recordar quién soy. Recordar quién se supone que soy. No creo que esto sea un juego. Por otra parte, nada está claro. Por ejemplo: ¿quién eres tú?, y si crees que lo sabes, ¿por qué insistes en mentir al respecto? No tengo ninguna respuesta. Lo único que puedo decir es esto: escúchame. Mi nombre es Paul Auster. Ese no es mi verdadero nombre.


Paul Auster


II


Uno no se mata por el amor de una mujer. Uno se mata porque un amor, cualquier amor, nos revela nuestra desnudez, nuestra miseria, nuestro desamparo, la nada.


Los suicidas son homicidas tímidos.


Cesare Pavese



III



Escribes la vida y la vida parece una vida ya vivida. Y cuando más te acercas a las cosas para escribirlas mejor, para traducirlas mejor a tu propia lengua, para entenderlas mejor, cuando más te acercas a las cosas, parece que te alejas más de las cosas, más se te escapan las cosas. Entonces te agarras a lo que tienes mas cerca: hablas de ti mismo conforme te acercas a ti mismo. Ser escritor es convertirse en un extraño, en un extranjero: tienes que empezar a traducirte a ti mismo. Escribir es un caso de impersonation, de suplantación de personalidad: escribir es hacerse pasar por otro.

Justo Navarro


IV


A book is a writer's secret life, the dark twin of a man: you can't reconcile them.


William Faulkner


V


Nunca amamos a nadie: amamos, sólo, la idea que tenemos de alguien. Lo que amamos es un concepto nuestro, es decir, a nosotros mismos.


Entre la vida y yo hay un cristal tenue. Por más claramente que vea y comprenda la vida, no puedo tocarla.


Fernando Pessoa


VI


Me decían que eran necesarios unos muertos para llegar a un mundo donde no se mataría.

Albert Camus


VII


La indiferencia del mexicano ante la muerte se nutre de su indiferencia ante la vida.


Octavio Paz

VIII


Todos tenemos algún antepasado imbécil. Todos, en algún momento de nuestras vidas, encontramos el rastro, las huellas vacilantes del más pelmazo de nuestros antepasados, y al mirar ese rostro huidizo nos damos cuenta, con estupor, con incredulidad, con horror, de que estamos contemplando nuestra propia cara que nos hace guiños y muecas amistosas desde el fondo de un pozo.


Roberto Bolaño


IX


No poseemos más conciencia que la literatura. La literatura ha sido la salvación de los condenados, ha inspirado y guiado a los amantes, vencido la desesperación, y tal vez en este caso pueda salvar al mundo


John Cheever


X


Un hecho triste, claro, de la vida de los adultos es que uno ve cosas a las que nunca se adaptará que le apuntan desde el horizonte. Uno las ve como los problemas que son, uno de preocupa tremendamente por ellas, hace previsiones, toma precauciones, realiza ajustes; se dice a sí mismo que cambiará el modo en que hace las cosas. Pero no lo hace. No puede. En cierto modo, ya es demasiado tarde. A lo mejor incluso es peor: a lo mejor lo que se ve acercarse desde lejos no es lo auténtico, lo que asusta, sino sus repercusiones. Y lo que uno teme que ocurra ya ha ocurrido. Es algo parecido a darse cuenta de que todos los grandes avances recientes de las ciencias médicas no nos serán de ninguna utilidad, aunque nos alegremos de ellos, esperemos que tengan a punto una vacuna a tiempo y pensemos que las cosas todavía podrían mejorar. Pero también es demasiado tarde. Y así se desarrolla nuestra vida antes de que nos demos cuenta de ello. Y se nos escapa. Ya lo dijo el poeta:”El modo como se nos escapan nuestras vidas es la vida.”


Richard Ford.


miércoles, 22 de diciembre de 2010

DIEGO FERNÁNDEZ DE CEVALLOS


Después de siete meses y días de secuestro, Diego Fernández de Cevallos, uno de los políticos más influyentes de nuestro país fue liberado. Su secuestro, si bien fue un boom mediático, poco a poco tomó tintes políticos que sacaron a relucir la turbia existencia de este personaje que durante años se madró el erario público. Según los medios, El Jefe se encargó de negociar su liberación, soltando la estratosférica cifra de 30 millones de dólares en efectivo, cantidad sin precedentes en la historia reciente de México. Fernández de Cevallos fue pieza clave en la transformación panista, y desde su despacho litigó a favor de los gobiernos de Vicente Fox y Felipe Calderón. Cabe mencionar que cuando las negociaciones se complicaron, y creyendo que su familia no podría conseguir tal cantidad, El Jefe redactó cartas a empresarios de la talla de Carlos Slim, Roberto Hernández y Emilio Azcárraga. Se desconoce el contenido de las cartas, pero podemos suponer que eran peticiones de ayuda o cobro de "favores" y servicios. Dejemos que sus captores, Red por la trsnformación global, grupo relacionado con el EPR, expongan sus peticiones. (Agradezco al Blogg del escritor Tryno Maldonado -atari2600.blogspot.com- por la información obtenida sobre las declaraciones de los captores de D F C).



Tercera de tres
“La soberanía nacional reside esencial y originariamente en el pueblo. Todo poder público dimana del pueblo y se instituye para beneficio de éste. El pueblo tiene en todo tiempo el inalienable derecho de alterar o modificar la forma de su gobierno.
-Artículo 39 constitucional
A estas horas
ay, amigos míos, artesanos,
pintores, astrónomos, marineros,
estamos despiertos. Es trabajo
nuestro el de arreglar algunas cosas.
“Diego Fernández de Cevallos parecía intocable hasta aquella noche en que su pasado oscuro lo alcanzó. Y, muy a su pesar, tuvo que responder de algunos de sus actos y verse en el espejo de nuestra mirada… espejo que al hacerlo prisionero reflejó su hechura de corrupto, prepotente y voraz expropiador, demostrando un hecho fundamental: siempre que como pueblo nos atrevamos a luchar contra la injusticia, no habrá felonía que quede impune.
“Diego Fernández de Cevallos Ramos (DFCR) es uno de los políticos que mayor responsabilidad tienen en el sostenido proceso de hecatombe económica, política y social que la elite dominante ha impuesto y desplegado en nuestro país de 1982 a la fecha, por medio de un entramado mafioso que opera dentro y fuera de las instituciones estatales; este proceso depredador vino a profundizar, bajo la criminal bandera neoliberal, las de por sí deterioradas condiciones de vida de los hombres y mujeres que viven en México, generando la mayor contrarreforma y el mayor retroceso histórico en nuestro país en lo que a bienestar social se refiere.
“DFCR es uno de los políticos que más se ha caracterizado por el abuso del poder, el tráfico de influencias y el enriquecimiento a costa del erario y de los bienes de la nación, legislando en pro de los grandes monopolios (financieros, de comunicaciones, alimentos, construcción, transportes, etc.) asesorando a las mafias del poder y litigando a favor de los grandes capos del narcotráfico. Es uno de los principales cómplices y operadores del fraudulento proceso electoral que se ha perpetrado sistemáticamente en nuestro país, desde el ocultamiento del fraude que impuso en 1988 a Carlos Salinas de Gortari en la presidencia mediante la quema de boletas electorales hasta la organización del fraude que en 2006 impuso a Felipe Calderón Hinojosa. Es uno de los principales encubridores de los responsables de la guerra sucia y contrainsurgente desplegada por el régimen priista y ahora por el PAN contra los movimientos sociales, armados o no, convirtiéndose en uno más de los cómplices de la existencia de incontables perseguidos, torturados, asesinados, presos y desaparecidos por motivos políticos. Es un responsable directo de la inserción subordinada de México al bloque de países capitaneados en nuestro continente por el imperialismo estadounidense y, en consecuencia, del desmantelamiento industrial, la ruina del campo, la masiva migración, de la pauperización de la vida en general y el saqueo de nuestros recursos.
“En breve, Diego Fernández de Cevallos Ramos es un operador de la oligarquía neoliberal y de la ultraderecha fundamentalista, un traficante de influencias, un mercenario de los juzgados, un legislador a sueldo, un rentista de la crisis y un defensor de los grandes capos de la droga. Por ello su aprehensión fue una actividad pensada y realizada como un acto de desagravio.
“Tomarlo prisionero, exhibirlo y obligarlo a devolver una milésima de lo robado constituyó además un golpe político a la plutocracia y a sus instituciones; una demostración de la voluntad de lucha y de la capacidad operativa de los “descalzonados”, como él nos denomina; una demostración de que nadie, por poderoso que sea, puede ser intocable; una demostración de que con unidad de acción se puede doblegar la voluntad del enemigo y combatir la impunidad.
“Pocas veces se había percibido el miedo, la confusión y el enojo que una imagen puede generar en la poderosa elite gobernante, como lo hizo la primera foto del jefe Diego cautivo que empezó a circular en internet, y que los medios de comunicación se vieron obligados a difundir. En ella se le pudo observar no con la prepotencia ni el cinismo de los que ha hecho gala el trasnochado encomendero a lo largo de su vida personal y política, sino en la total indefensión, casi parecida a la que vivimos y a la que hemos sido sometidos la mayoría de mexicanos, sólo que con una notable diferencia: A Diego le fue respetada su integridad física sin el desprecio que por la vida humana demuestra el poder con Nosotros.
“Con base en los resultados de este acto, consideramos necesario compartir la convicción de que si quienes somos pueblo logramos organizarnos en una sola voluntad política nacional, en una colosal fuerza social organizada, podremos hacer frente común a la injusticia y a la impunidad, a fin de derrotar a nuestros opresores y acordar la organización de una sociedad verdaderamente humanizada. Y pese a tener innumerables imputaciones en su contra y de que miles de ciudadanos exigen su legítima ejecución, conscientes estamos de que la verdadera solución a la crisis que vive el país no está en liquidarlo, sino en la capacidad del pueblo para organizarse y retomar las riendas de su propio destino, recurriendo a todos los medios a su alcance.
“Como parte del pueblo organizado decidimos realizar una tarea, la responsabilidad es nuestra. Creemos firmemente que reapropiarse del uso constructivo de la violencia es legítimo y hemos actuado en consecuencia.
“Esta tarea es parte de un proyecto más grande e importante: participar en la construcción del poder popular para transformar este país transnacionalizado en una verdadera patria digna, libre y nuestra. ¿O es mucho soñar con que las riquezas de México sean para la mayoría de los mexicanos? ¿Es ambicioso soñar con un país productivo que pueda dar trabajo y remuneración digna a sus hijos? ¿Es un sueño guajiro pensar que somos los 90 millones de pobres quienes debemos tener la posibilidad real de tomar las decisiones importantes en el modelo económico, político y cultural que deseamos? ¿Es mucho pedir un México para todos los mexicanos?
“Fraternalmente:
RED POR LA TRANSFORMACIÓN GLOBAL
¡CONTRA LA INJUSTICIA Y LA IMPUNIDAD, NI PERDON NI OLVIDO!
Invierno de 2010”.

domingo, 19 de diciembre de 2010

MARTINA


Con Martina bebía entrada la noche y luego cogíamos. De esa forma la noche se presentaba inmóvil durante muchas horas, fraccionada por no saber si su cuerpo estaba creando una realidad que era observada por ambos, o si esa pluralidad de opciones eran una sola y ya lo mismo daba si estábamos o no presentes, fornicando, tristemente ocupando un espacio perdido, y que ahora, despuès de abrirlo, se cerraba para siempre. Era estimulante olerla, aunque había noches donde la humedad de su cuerpo escapaba de manera brutal, que tal pareciera que esas emanaciones no pertenecieran a ese espacio cerrado, tan de ambos pero de ninguno. Yo le alcanzaba los cigarros y ella fumaba. El humo acentuaba la calidez, expandida através de su cuerpo por el mío, y dejaba una silueta multiforme reflejada por la luz del farol que penetraba por la habitación. Era una simple habitación de azotea que Martina compartía con dos amigas de su trabajo. Desde ahí era visible la Torre Latinoamericana. Por alguna extraña razón, en ese tiempo no comprendido por ambos (aunque si Martina sigue por ahí dando fuertes bocanadas a su cigarro y bebiendo grandes cantidades de vodka, tendrá una mayor perspectiva para entenderlo por eso de la suspicacia de las mujeres, de ese sexto sentido que no es otra cosa que una comprensión absoluta de la realidad), tratábamos de hablar lo menos posible. Acaso algunos gestos propios de la excitación sexual, y de las obvias palabras al sentirla dentro de mí y viceversa. Algunas noches simplemente era reirse. Era poner unos discos tristones y fumar. El rostro de Martina, inexpresivo y común, era de una tristeza ridícula y a mí me recordaba mucho al rostro de Buster Keaton. Una vez la llevé a ver La Generala a la Cineteca Nacional y ella rió mucho porque reconoció que su rostro era parecido al de Keaton. La luz distorcionaba su rostro. Yo le decía que, a parte de Buster Keaton, tenía el rostro de alguno de esos personajes retratados (y distorcionados) por Modigliani, y Martina, como halagada, me reclamaba que se sentía halagada no por el hecho de que su rostro se pareciera a esas mujeres pintadas por Modigliani sino porque sabía que si conocía a Modigliani o Klee o Renoir era porque ella había decidido enseñarme algo de arte por medio de charlas o de silencios, de escapadas a alguna galería, con lo que me quería decir, de pasada, que yo era un imbécil (cosa que acepto). Ella reía y me veía enrojecer y hacer un gesto de disgusto y justo cuando quería replicarle, colocaba suavemente su índice derecho en mi boca y yo entendía que era hora de cambiar de tema y de cambiar de disco. Así estuvimos nueve meses. Un tarde, mientras la esperaba a la salida de su trabajo (trabajaba en un mix-up de Tlalpan y estudiaba Arte los sábados), me dijo que quería hablar conmigo. Cenamos hamburguesas y coca-colas en un viejo cafetín del Metro Hidalgo. Yo le contaba de mi día en la Universidad, un día oscuro y olvidable como todos los que pasé ahí. Ella me contaba de una pequeña riña con una cajera de la tienda, y me enseñaba un breve boceto de su sobrino que había hecho la noche anterior. Era una excelente dibujante. O cuando menos a mí me lo parecía. Terminamos de cenar, ella pagó (yo era más pobre que una rata, o más pobre que ahora, por decir) y ya de camino a su departamento de azotea me dijo que debíamos terminar. El latigazo casi me derrumba. Me mostró una carta que no quise leer y que ella leyó algunas líneas en donde alguien explicaba que su madre estaba algo enferma y debía regresar a Guanajuato. Le repliqué que no era posible que justo ahora se marchara. Ella sólo dijo que las cosas así eran y no se podían evitar. No recuerdo si dijo que me quería (talvez lo imaginé o quise imaginarlo) lo que sí recuerdo es que, enceguecido por el amor, le rogué cien veces que se quedara. Me dijo que lo sentía. Me dijo que el sábado se iba a las tres de la tarde a Guanajuato, por si quería ir a despedirla. Era un jueves nublado y frío de noviembre. La última vez que la ví, llevaba un gorro beige con el pelo suelto, guantes a medio dedo, chamarra de mezclilla y una pequeña mochila que yo le había regalado. Su rostro, como de costumbre, parecía triste. La vi voltearse, lanzarme un beso y entrar a la estación del Metro Hidalgo. Nunca más la volví a ver.

sábado, 18 de diciembre de 2010

MARISELA ESCOBEDO


Una sociedad demandante es una sociedad que exige que sean respetados sus derechos. Y el exigir no implica otra cosa que una parte esencial de cualquier ciudadano: su libertad. La tarde del jueves, Marisela Escobedo fue asesinada de forma artera por el que parece ser el asesino y novio de su hija Rubi Frayre Escobedo, Sergio Barraza, al que unos jueces del estado de Chihuahua habìa dejado en libertad al no encontrar pruebas. Una vez màs, el sistema jurìdico mexicano muestra su inoperancia y su insasiable sed de hacer las cosas mal. Marisela Escobedo fue una mujer que lucho porque se esclareciera el asesinato de su hija. El mismo Barraza, en sus primeras declaraciones, afirmò que habìa asesinado a Rubì por que esta la habia sido infiel. Aun con lo anterior, y con la ayuda de un hàbil abogado defensor (Dostoievski los llamaba "conciencias de alquiler", y vaya si el maestro ruso sabia de lo que hablaba) los "jueces" determinaron que por falta de pruebas Barraza seria dejado en libertad. Cuando rectificaron, el daño ya estaba hecho. Barraza se encontraba desaparecido, y sòlo reaparecerìa para quitarle la vida a Marisela. Es una làstima que en un paìs con tan buena disposiciòn para el cambio, las autoridades hagan caso omiso a los llamados de justicia. Ahora, cuando ya todo esta consumado, un ridiculo Cesar Duarte aparece ante las càmaras garantizando que se hara todo lo posible por esclarecer el asesinato. ¿Cuàntas veces hemos escuchado lo mismo? ¿Con cuànta facilidad se manipula, obstaculiza, recrea, cambia, ignora y archiva la informaciòn? El asesinato de Marisela Escobedo, como tantos otros anònimos y pùblicos, es una vuelta de tuerca a la razòn, la inficiencia y el sentir de todos los mexicanos.

(Disculpen por los errores ortograficos: se deben a una indescifrable computadora que rente en un ciber màs bien lumpen).

lunes, 13 de diciembre de 2010

EL SILENCIO


En días pasados, el Gobierno Federal, en contubernio con Televisa y sus lacayos, orquestaron una campaña de descrédito a una de las revistas más importantes de habla hispana: Proceso. ¿El leitmotiv? La supuesta filtración de información por parte del conocido narcotraficante "El Grande", lugarteniente de los Beltrán Leyva, en donde éste afirma haber "pagado" el silencio periodístico de Ricardo Ravelo, quien constantemente escribía artículos y reportajes sobre dicho narco. El Programa de Testigos Protegidos de la Secretaría de Seguridad Pública, que dirije el incompetente de Genaro García Luna, pone al descubierto una red de intrigas novelescas en donde lo que menos importe es el testigo, sino la información útil que se pueda obtener de él. En su amplia trayectoria, Proceso ha sido una revista caracterizada por su compromiso periodístico y, sobre todo, por no callar cuando hay que hablar. Sexenio tras sexenio ha puesto al descubierto -con ética periodística, compromiso, intelegencia y huevos- los avatares de la clase política mexicana, su ineficacia, egotismo e irresponsabilidad. Ha lanzado dardos envenenados a los principales actores políticos, ha puesto en tela de juicio la sarta de mentiras que nos venden como Progreso y Cambio, ha desenmarañado el enmarañado y enmierdecido telar de nuestros gobiernos, ha buscado la equidad y la tolerancia. Si decir la verdad cuando hay que decirla, si sacar a luz el hoyo negro de sus conciencias es delito, si mostarnos todas las semana que el cambio en México sólo significó ponerse una camisa recién lavada, perfumada y pútrida es no decir la verdad, ¿qué nos espera? ¿Un estado neoestalinista/neoconservador/proyunquista? Hay que defender la libertad de expresión, hay que hablar aunque duela, hay que proponer que destierren a hijos de puta pseudoperiodistas que sólo defienden la mierda que les da de tragar el amo (López Dóriga), advenedizos sin criterio propio que se escudan tras un personaje con peluca y guante, periodiquillas egresadas de la Ibero que en su vida han estado en una arrabal y que en vez de un libro abren su IPhone (Maerker), toda esa clase repugnante que se presta para atacar a mansalva sin saber bien por qué. Sí saben por qué: devengan un sueldo que incluye venderse al mejor postor, y el Sacro Santo: Nunca Hablar Mal de la Mano que los Alimenta. Las injurias contra Proceso sólo muestran un Gobierno intolerable e intolerante; un Gobierno con un País que se les va de la mano y no sabe cómo remediarlo. El narcotráfico como un cáncer que si bien ellos no han provocado, sí han sido resposables de tan sangriento remedio. En erario público en franco desnivel, una sociedad cansada que emula brotes abúlicos; un Gobierno que se maneja desde la silla de algún rancho cuyo dueño es el Todopoderoso "Chapo".

domingo, 12 de diciembre de 2010

AÑOS


Con el paso de los años uno se vuelve vulnerable al sentimentalismo. Aquel sentimental oculto, aquel sentimentalismo proscrito de dureza surge ante nuestros ojos y a veces no podemos percatarnos. Mi memoria comienza en la infancia. Es un periodo nebuloso, plagado de claroscuros irrelevantes y a menudo olvidables. Poco hay que decir de mi infancia que no es ni mejor ni peor que otras. Imágenes: un tarde calurosa en casa mientras en el patio trasero mis tíos beben cerveza y asan carne; la imagen de una femme fatale (una amiga de la familia) con minifalda ochentera y tequila en mano bailando con mi padre mientras la mirada desconfiada de mi madre los sigue con cautela. Esta femme fatale terminaría por convertirse en amante ocasional de mi padre, una separación de varios meses y la pérdida de confianza de mi madre, que nunca le perdonó. Imágenes: una noche de diciembre, en medio de plaza del pueblo viendo a mis hermanos convertirse en ángeles ocasionales para una pastorela. Un viaje a una playa cercana con una tía muy querida; los juegos infantiles en el rancho de mi abuelo, el jugo de piña escurriéndome por la boca y las manos llenas de sal y chile piquín; Tatún, el perro de todos, o el perro de mi abuelo que, como la canción de Alberto Cortés, “era callejero por derecho propio” y “era nuestro perro porque lo que amamos lo consideramos nuestra propiedad”; regalos de Reyes Magos que nunca llegaban, pedidos inconclusos, Navidad en casa y fin de año en Oaxaca, el mole inigualable de mi abuela, los villancicos de mi tía, los partidos de futbol que nunca jugué, el mundial de México 86 y el partido España vs Dinamarca que asistí con mi padre y todos mis tíos para ver la hazaña de Butragueño de meter cinco goles, los discos de Hombres G y Parchís, el Thriller de Michael Jackson, Chespirito, El Auto increíble, Manimal, mis adorados Thundercats, Chabelo los domingos por la mañana, mis malas notas en Matemáticas y mis buenas notas de Español, el hijo de puta de mi maestro de primaria que a la menor provocación me arrancaba la patilla, mi primera novia (toda rizos secretos, bragas húmedas asoleadas, estupor en la puerta, inocencia descarnada, fuga fatal), o esa imagen del Eterno resplandor de una mente sin recuerdos, la obra maestra de Michel Gondry, que no viene al caso en mi infancia pero sí viene al caso porque yo quiero que venga al caso: Clementine en medio de la vigilia (la realidad) y Barrish en la Nada, el Sueño, el inconsciente, el eterno resplandor, en fin: todas las imágenes que, mutatis mutandis, complementan mi insignificante y reducido universo personal.

jueves, 9 de diciembre de 2010

El misterioso viaje de Mateo


En estas épocas navideñas, con los sentidos un poco abotargados por el sentimentalismo, y no teniendo nada que hacer por las tardes -salvo escribir planeaciones insulsas para mis clases diarias- me di a la tarea de escribir un cuento algo infantil, es decir, un cuento que mi hijo pudiera leer llegada la edad. O un cuento que todos los lectores de este blogg -y sobre todo para aquellos lectores que son papás y mamás- puedan leerle a algún ser querido en noches donde lo único que reconforta es un vaso de leche caliente, el abrazo paterno, una canción cantada al oído o un cuento leído con voz trémula. Llevo algunos capítulos, y para aquellos lectores de este blogg, y tomando en cuenta que no he escrito otra cosa para el mismo durante varios días, los subo con mucho gusto.


EL MISTERIOSO VIAJE DE MATEO

A mi hijo Mateo, quien vive cada día como si fuera el primero.
I
Nada más común para un niño que la sorpresa, la admiración ante las cosas que poco a poco va descubriendo. Mateo era un niño especial. Sentía curiosidad por todo. Lo mismo le atraía un caracol rebosante de baba, un origami, el sonido de la máquina de coser de la abuela, el latir del corazón de su padre al dormir, los labios redondos de su madre, la quietud de un atardecer sin ruido, las líneas desiguales de una pintura cubista, el sonido dulzón de los Pixies o la respiración cansina de Barrabás, su perro.
Una tarde, mientras recogía piedras en el patio de su casa, Mateo vio que Barrabás luchaba con furia contra algo que parecía ser nada. Barrabás se retorcía de un lado a otro mostrando sus poderosos dientes; retrocedía, avanzaba, gruñía y parecía como si algo lo molestara, como si algo le jalara la cola. Mateo, admirado e incrédulo, se acercó lo más que pudo y llamó a Barrabás dos veces:
-Barrabás, Barrabás, qué sucede.
Barrabás movió la cola, lanzó un gemido lastimero y se perdió entre la maleza del patio. De repente, las piedrecitas que Mateo tenía en las manos comenzaron o moverse inquietantemente, tomando un color rojizo y Mateo tuvo que soltarlas. Al caer, las piedras exhalaron un extraño aroma. Pronto, el aroma cubrió completamente a Mateo, quien luchaba con las manos en forma de aspas de ventilador para difuminar el olor. Fue imposible apartarse del lugar: en cuestión de segundos, Mateo cayó en un profundo sueño.



II
El sabor agrio de la lengua de Barrabás, lo despertó. Mateo no sabía cuánto tiempo había dormido; también no estaba seguro si lo que había vivido era una especie de sueño o era una realidad desconocida para él, algo que en el mundo de los “grandes” (pensaba) sucede a menudo: un perro que es molestado por algo que era nada y unas piedras que de pronto se tornan rojas y despiden un olor molesto.
Barrabás daba brincos alrededor de Mateo, mientras éste intentaba incorporarse. Le dolía la cabeza y tenía un pequeño raspón en la mejilla producto de la caída. No quería abrir los ojos por completo; temía encontrarse con algo extraño, un mundo mágico o un planeta lejano y misterioso. Pensó que al abrir los ojos un genio malvado le pediría su alma y él tendría que dársela sin remedio. Pensó en hadas y en gigantes de barbas largas, en duendes que brincarían sobre él enterrando sus piecitos en su cuerpo, en pueblos diminutos de gente diminuta. Nada de esto pasó, como comprobó Mateo al abrir los ojos a la cuenta de tres. Era el mismo patio salvaje y descuidado; la misma casa que se observaba a los lejos; el huerto era el mismo, con sus frutos maduros; Barrabás era el mismo, quizá un poco más juguetón que de costumbre; incluso él, al observar sus manos, palpar su cabeza y piernas, era definitivamente el mismo.
-Sé que no puedes responderme Barrabás; ojalá pudieras hablar y contarme qué ha sido todo eso, porque yo no entiendo nada.
Barrabás lanzó un ladrido y calló. A lo lejos escuchó a su madre llamándolo para comer. Mateo decidió tomar el incidente como un mal sueño del que no estaba seguro de haber despertado.


III
A la tarde siguiente, luego de regresar de la escuela, Mateo se internó en el patio. Quería recuperar sus piedras y de paso aclarar el misterio que lo había tenido impaciente toda la mañana entre una tanda larguísima de aritmética y otra no menos larga de gramática. Ató la cadena a Barrabás y se dirigió al patio, pero esta vez rodeándolo por el huerto, que era un camino más largo pero desde ahí podía sorprender a aquel o aquellos que le gastaron semejante broma. El huerto mostraba señales de no haber sido visitado en meses, quizá años. Pensó que desde la muerte del abuelo el patio, el huerto y la casa en general se deterioraban poco a poco sin que nada ni nadie pudiera detenerlo.
-Ojo avizor, Barrabás, ya verás que estos canallas no nos sorprenderán otra vez. Les tengo preparado una sorpresa de fábula. Tú nada vez avísame si ves algo y yo me encargo del resto.
Barrabás movió la cola y dio dos brinquitos graciosos en torno a Mateo. El huerto despedía un olor dulzón, parecido a la mermelada que cada año preparaba la abuela para Navidad y que Mateo devoraba con pedazos de pan con mantequilla y nata. Al pasar por un árbol no muy grande, que soltaba una savia amarillenta de su tronco, un cuervo los seguía con la mirada. Mateo se percató que el cuervo lo seguía directamente a él, evitando encontrarse con la mirada y los ladridos de Barrabás, que enseñaba sus dientes y su descontento. Mateo lanzó una piedra y el cuervo se marchó dejando a su paso un reguero de plumas negro mate.
El lugar donde había ocurrido el incidente parecía normal. Las piedras estaban en un pequeño hueco cerca de donde Mateo había caído. No fue difícil mater la mano y sacarlas. Eran piedras comunes y nada tenía que ver con piedras mágicas. Mateo las guardó en el bolsillo.
IV
Esa noche, Mateo estuvo pensando si todo aquello no había sido un mal sueño causado por sus lecturas de magos, piratas despiadados y brujas devora niños. Se dijo que no más, y guardó todos sus libros en el fondo de un baúl, regalo de su abuelo.
La mañana se presentó rara: una tormenta no era común en esa época del año. Una llamada del director de la escuela y asunto arreglado: Mateo tendría toda la mañana para él solo.
Por la tarde el tiempo cambió y los rayos solares inundaron el cuarto de Mateo, que dejó sus deberes escolares para salir a explorar nuevamente al patio. Barrabás lo esperaba el zaguán de la casa, con la correa en el hocico. A verlo, su padre, quien escuchaba un meloso disco de Pink Floyd, lo llamó:
-¿Dónde vas con tanta prisa, hijo?
-Voy al huerto papá, quiero pasear un rato a Barrabás, ya ves que aquí encerrado no ejercita sus músculos.
-Haces bien, Barrabás tiene que correr de vez en cuando. Espérame cinco minutos y te acompaño.
-No hace falta papá, yo puedo ir sólo además siempre voy, conozco muy bien el camino.
-Me hace falta un poco de ejercicio. Todo este trabajo en casa me pone los pelos de punta. Voy contigo.
Mateo no pudo decirle que no a su padre. Esperó en el amplio corredor, escuchando el trino de Eloísa y Abelardo, los cardenales que su madre atesoraba y cuidaba con esmero. Pipo, el viejo perico de su abuela que, según cuentas de su madre, debía tener más de treinta años, lanzo su grosería habitual dos veces seguidas, pero a la tercera vez Mateo escuchó o le pareció escuchar que Pipo le decía:
-Allá afuera, en el huerto, hay un gran destino para ti, el destino de las piedras rodantes.
Mateo se asustó y entró corriendo a la casa. Su padre lo vio atravesar la sala como un bólido mientras Barrabás lo seguía, moviendo un jarrón que casi se hace mil pedazos sino es por el tapete que cubría el piso. “Vaya muchacho”, pensó el padre de Mateo, “la próxima vez no me meto en sus asuntos”.
Varios días pasaron en los que Mateo estuvo pensando en las palabras de Pipo. Una y otra vez las articulaba hasta que por la repetición carecían de sentido. El sólo pensar en pasar por el huerto le producía un escalofrío que le recorría todo la espalda y se posaba justo en los dedos de los pies.
V
Los días pasaron y las vacaciones de invierno llegaron sin pedir permiso. Todos los años, la familia pasaba Navidades y fin de año en una playa escondida entre una selva tropical y cerros que partían el horizonte como líneas dibujadas por un pintor experto. Eran los días más felices de Mateo. Podía recorrer durante horas la playa, encontrando caracoles, estrellas de mar, restos de peces, corales multicolores, figurillas de madera que el mar, con toda su inmensidad, arrojaba hacia la playa; la brisa le acariciaba el rostro y la arena quemaba sus pies; las gaviotas se dejaban llevar por el viento, haciendo piruetas que Mateo fotografiaba en su mente. Más allá de la playa, iniciaba una cuesta que parecía no tener fin, y que, según su padre, era la puerta de entrada a la Sierra. Su familia llegaba primero para organizar los preparativos. En pocos días la casona de la playa se llenaba del jolgorio de los familiares que venían de todas partes del país. Mateo, el pensar en todos, se sentía feliz.
Todas las mañanas Mateo recorría los dos kilómetros de playa, a veces a pie, a veces montado en una bici con llantas gruesas que Barrabás seguía a toda velocidad. Le encantaba la brisa y el rugir del agua estrellándose contra las rocas. Pero aquella mañana de diciembre era distinta, y Mateo lo presentía. Había en el aire cierto dejo de extrañeza, un poco nublado pero principalmente todo parecía que no cabía en ese lugar, que se desbordaba en la playa e incluso en el camino interminable que conducía a la sierra. Mateo siguió avanzando, aferrado al manubrio de su bici, y con Barrabás al lado. Un poco más adelante, Mateo vio un par de piedras que brillaban con intensidad y destilaban una luz rojiza; ni siquiera su gran curiosidad lo hizo detenerse: pedaleó lo más fuerte que pudo hasta que las piedras se perdieron de vista. A una distancia considerable Mateo se detuvo. Una gran nube negra cubría el cielo; las gaviotas quisieron evitar cruzar por la nube pero fue imposible y se perdieron sin volver a verse. Todo se pintó de negro; la nube avanzó hasta Mateo, quien por más que pedaleó no pudo evitar ser envuelto. Había un fuerte viento dentro de la nube; Mateo distinguió luces que se perdían en su interior, objetos que giraban sin control. Las piedras luminiscentes giraban en torno a él hasta que una le dio en la frente, haciéndole perder el conocimiento. Mateo no regresaría a casa hasta muchos años después.


VI
Durante varios días todos los familiares de Mateo lo buscaron sin resultado alguno. Su padre había encontrado una vieja pulsera de cuero que Mateo no se quitaba ni para bañarse y que representaba un antiguo ritual maya. Las autoridades locales daban por hecho que Mateo se había metido al mar y quizá debido a su inexperiencia no había soportado la fuerza de las olas, llevándolo a una irremediable muerte. El padre sabía que Mateo no era tan ingenuo para meterse al mar sin la supervisión de un adulto, y menos con un clima poco favorable, aun y que Mateo sabía nadar muy bien. Se hizo el recorrido por varios días, revisando gran parte de la playa, al cabo de los cuales las investigaciones no arrojaron nada. Parecía como si a Mateo se lo hubiera tragado el mar.
A los pocos días, sin ánimos de nada, todos los familiares regresaron a sus casas. La madre de Mateo sufrió un colapso nervioso y el médico local le aconsejó tomar un respiro después de tanta agitación. A la tarde siguiente se marchó del lugar, prometiendo regresar una vez se sintiera mejor. El padre de Mateo decidió esperar, todavía conservando la esperanza que escuchara la voz de Mateo llamándolo.
Todas las mañanas el padre de Mateo hacía el mismo recorrido. Observaba todo, escuchaba el ruido marino, se detenía a rescatar peces arrojados a la playa y los regresaba al mar, su hogar, su destino. Por las tardes hacía figurillas de madera que tallaba con su vieja navaja, sentado a la sombra de una palmera poderosa. Casi no comía, o comía lo necesario. Alguna que otra tarde recibía visitas de familiares que venían a internar sacarlo de su letargo. Él los despachaba con una contundente pregunta:
-¿Qué hubieras hecho tú, en mi lugar, si tu hijo hubiera desaparecido así nada más y todavía albergaras la esperanza de que un día despertaras y todo hubiera sido un sueño terrible, un sueño demoledor pero, como todos los sueños, olvidable y nunca repetible?
-Probablemente lo mismo que tú.
Pasaron los meses y la madre de Mateo enfermó más y ya no pudo regresar. El padre se deprimió un pero, acostumbrado a la soledad, pensó que quizá era lo mejor. Había creado un itinerario diario que incluía su recorrido matinal por la playa y, en días donde su ánimo lo permitía, avanzaba en el camino hasta internarse en la sierra. Regresaba por la tarde y trabajaba en sus figurillas cuyo número crecía rápidamente.
Cierta tarde, mientras revisaba en una caja con pertenencias de Mateo, descubrió un diario. El diario que escribía Mateo y que detallaba sus hallazgos, sorpresas, tribulaciones y, finalmente, su encuentro con aquella sombra en el huerto. El padre leyó, asombrado, que Mateo padecía de fuertes temores por tal encuentro. Lamentó no haber sido más observador para intentar ayudarlo.
To be continued.






domingo, 5 de diciembre de 2010