No hay mayor desilusión que la incapacidad de compartir con otra persona un conocimiento que consideramos esencial.



Richard Ford



jueves, 1 de septiembre de 2016

EN SINGLES GANA ÁLVARO ENRIGUE. NOTAS SOBRE LITERATURA MEXICANA ACTUAL.
I
Hay que joderse con los chavos-rucos escritores actuales, aquellos que teniendo más de cuarenta años todavía se presentan en congresos o ferias de libros como “jóvenes escritores mexicanos”. O la edad de Peter Pan se ha doblegado al escrutinio más visceral o los verdaderos jóvenes narradores mexicanos o poetas mexicanos o ensayistas mexicanos o dramaturgos mexicanos menores treinta años simplemente no escriben con lo que podríamos afirmar que no tienen obra. ¿Es así? No hay edad para escribir y eso es sabido por todos. Hace poco leí un diálogo publicado por una revista literaria entre dos escritores actuales que podríamos llamar como piterpanescos: Antonio Ortuño y Julián Herbert. Con más de cuarenta, y una obra ya consolidada, ambos escritores se lanzaron a hacer una radiografía de la literatura mexicana actual. Curioso, para mí: prefiero leer sus libros a leer sus comentarios sobre literatura. Ortuño, autor libros memorables como Recursos humanos o Fila india, es sin duda una voz autorizada para hablar al respecto porque sus obras representan esa transición que muchos buscaron sin encontrarla entre la narrativa rural y la urbana y los conflictos de una clase burocrática instalada en la mediocridad. Ortuño es un “joven narrador mexicano” en la medida que autores más jóvenes no tiene una obra sólida. Aunque sus juicios sobre literatura son planos: decir, por ejemplo, que es más importante para él los discos de los Pixies que toda la obra de Carlos Fuentes, me parece un despropósito. El viejo y vapuleado Fuentes no encuentra acomodo en esta generación, como si de un plumazo quisiera evitarse a toda costa que el autor de Terra nostra existiera como el gran autor que fue, con esa obra tan vasta y polifónica y que hay que ver quién puede igualar semejante hazaña del idioma. Cierto, lo que señala Julián Herbert: Si algo se le debe a Fuentes es el saber que las próximas generaciones no cargan con el peso de escribir una obra total porque hubo un autor que ya lo hizo, y es poco probable que se pueda repetir porque los autores actuales están sujetos a la inmediatez y no a la trascendencia. Si el rock nutre las obras de estos autores, si hay que buscar entre sus pares para encontrar las insinuaciones que son a fin de cuentas lo único que importa, si entre sus libros zumban los ecos de guitarras y voces perdidas por el alcohol, ¿hacia dónde va, entonces, nuestra literatura? No hacia Ortuño, no hacia Herbert ni Solares ni Luiselli ni Monge ni Maldonado. ¿Hacia dónde, pues?:

II
Quienes leímos La muerte del instalador e Hipotermia, lo supimos muy pronto: Álvaro Enrigue sería nuestro mejor escritor. Ya no es joven, pero tampoco caracteriza la momiza cincuentona que en décadas pasadas hubiera preferido los pantalones de lino con raya impoluta en medio, la camisa perfecta de planchado perfecto, el saco a cuadros y el sombrero de ala ancha; no: Enrigue, de casi cincuenta, se le ve llegar a congresos literarios con unos tenis converse viejísimos, unos Levi’s a punto de convertirse en andrajos y playeras negras de Jimi Hendrix.  Más que chilango, Enrigue se siente “satelitense”, pues nació a finales de los 60 en la recién construida Ciudad Satélite. Enrigue nos ha regalado la que puede ser considerada la mejor novela mexicana de este siglo que avanza: Muerte súbita. Lo que en otro autor sería un disparate, en Enrigue es excentricidad y genialidad puras: poner a jugar una partida de tenis a dos artistas geniales: Caravaggio y Quevedo, y mezclar sin ninguna razón histórica a Hernán Cortés con Carlos I y el indio Juan Diego. Pero la literatura no necesita razones históricas, sólo recursos lingüísticos y mucha imaginación.  Y si leemos y recreamos con la memoria visual la muerte de Caravaggio en manos de un asesino a sueldo de los caballeros de Malta, si presenciamos la penetración anal que Cortés le propina a la malévola Malinche, si escuchamos las palabras de Quevedo en la Corte, si olemos los cabellos pelirrojos de Ana Bolena con que elaboran pelotas de tenis luego de haberla decapitado,  si vislumbramos, desde la ventana de un jacal, el lago de Pátzcuaro y el pueblo de Janitzio y las alucinaciones de Vasco de Quiroga, podremos entender por qué para autores más jóvenes –volvamos a Ortuño y Herbert- es difícil clasificar una novela que se sale literalmente del cánon mexicano,  plagado de novelones que recrean el Norte del país y la podredumbre moral de la sociedad mexicana. Porque Muerte súbita pertenece a un género novelístico que practican o practicaron autores excéntricos como Enrique Vila-Matas, Sergio Pitol, Antonio Tabucchi, Sebald, Roberto Bolaño, Claudio Magris, mataficciones que combinan narrativa con ensayo, historia con literatura. Las constantes autorreferencias en la novela no son gratuitas: el autor aparece como otro personaje más que contempla desde el podio de su omnisciencia toda la oportuna trasparencia de la historia que relata. 
Curioso, nuevamente: los matrimonios literarios por lo regular no fructifican, y es difícil encontrar que una pareja de escritores estén en sus mejores momentos creativos. Enrigue está casado con Valeria Luiselli, autora de Los ingrávidos, una pieza maravillosa del arte de la contención narrativa. Viven en Nueva York desde 2009. Y sí, en singles gana Álvaro Enrigue.
III
La narrativa mexicana va entrado en un impasse, luego de la muerte de los tótems Carlos Fuentes, José Emilio Pacheco y Daniel Sada. Ya no se aspira a escribir una “gran novela mexicana” porque ésta ya fue escrita y no sólo fue una sino tres obras emblemáticas las que renovaron este concepto de crear una narrativa que abarcara varios registros lingüísticos desde un estilo depurado.  En un periodo de diez años, la literatura mexicana vio surgir tres obras maestras: Los detectives salvajes, Aunque parece mentira la verdad nunca se sabe y El testigo. Un chileno y dos mexicanos aportaron lo que todos buscaban: reciclar los viejos de la identidad, la vida bohemia de los poetas de vanguardia radical, la alternancia política y la historia reciente del país y traerlos nuevamente desde una visión dividida por las estructuras sociales hacia una generación que poco a poco se vuelve ágrafa. Bolaño sitúa su novela en México y en diez países más, en las voces de treinta personajes que dan santo y seña de la vida de Arturo Belano y Ulises Lima, poetas que durante los setenta fundaron el realvisceralismo, corriente poética que intentaba seguir los preceptos de dadá y las posturas poéticas de Breton, Peret y compañía. Los realvisceralistas lanzan un manifiesto que suena a panfleto y a parodia: después del surrealismo y el dadaísmo no puede hablarse de manifiestos sin sentir cierta nostalgia.  El centro de la trama ocurre en el DF y en el desierto de Sonora. Sada reinventa (o inventa, desde la experiencia de las mitologías rurales) el Norte del país con un lenguaje obsesivamente barroco cargado de poesía, de versificación y habla popular: más que un novelista, Sada parece un juglar que ha salido de otro tiempo para instalarse en México y desde aquí azotar al idioma con todo lo que tiene. Villoro apostó por una novela que narra la transición política en el año 2000, luego de los ochenta años del PRI, a través de las voces de varios personajes, entre ellos Julio Valdivieso, profesor de literatura en Nanterre, quien tras una estancia de 24 años en Europa, regresa a México para exhumar los archivos de un pariente y ponerlos en orden. Pero el regreso de Valdivieso es como el de Ulises: su país ya no es el que dejó en su juventud, los fantasmas familiares deambulan por la vieja hacienda donde vivió de niño en Zacatecas y conoció a su primer amor, y un viejo poeta jerezano toma por sorpresa la vida de Valdivieso: Ramón López Velarde. La novela utiliza los recursos de la metaficción: entre los papeles de su tío, los poemas de López Velarde cobran voz propia y la breve vida del poeta asalta la trama. Valdivieso y su familia se ven envueltos en el caos de México, su corrupción, la vida rápida y festiva, que naturalmente contrasta con la ordenada y monótona vida europea: regresar a Europa no es una opción.
Algunas otras obras importantes: Los años de Laura Díaz (2000), de Carlos Fuentes; Amphitryon (2000) de Ignacio Padilla; En busca de Klingsor (2000) de Jorge Volpi;  Hipotermia (2005) de Álvaro Enrigue; Recursos humanos (2008) de Antonio Ortuño; Temporada de casa para el león negro (2008) de Tryno Maldonado; Todo nada (2010) de Brenda Lozano; Canción de tumba (2012), de Julián Herbert; El huésped (2006) de Guadalupe Nettel; Los niños (2010), de Bernardo Esquinca; Morir más de una vez, (2011) de Álvaro Uribe; Señales que precederán el fin del mundo (2008) de Yuri Herrera.