EL
GRAFÓLOGO
Hay
que procurar escribir sobre cosas que no tienen importancia. Cosas del tipo:
“Las opiniones de mi peluquero sobre la política”, “La insoportable levedad del
ser dicho por una vendedora de productos
cosméticos”, “El zapato que nunca
llegó a usar el zapatero”, o, en un plan más cotorro, “La novela realista
mexicana como punto de partida de la novela de la Revolución”. Cosas que no
valen la pena porque por sí mismas encuentran en su naturaleza banal el germen
de su opacidad. Un ejemplo, entre muchos. Joseph Tardewski fue un grafólogo
polaco que durante la segunda Guerra Mundial trabajó para los nazis. Nadie, en
la historia europea contemporánea, tenía el talento de Tardewski para
encontrar, en los trazos de las letras,
las intenciones más ocultas, a veces sin que de manera consciente el
autor de la caligrafía se percatara de lo que decía entre letras. Tardewski
descifró para su jefe inmediato, el doctor Hölderlin, herrkomandant de la Agencia de Asuntos Raciales, dependiente de la
Oficina de Asuntos Políticos del Reich, más de tres mil documentos cifrados de
militares, políticos, intelectuales, científicos, que, según creían, ponían en
riesgo la estabilidad del Reich. Su especialidad eran las cartas, pero para
Tardewski no había letra que no importara, ni forma que no estuviera finamente
engranada a la psique del sustentante. Abogado frustrado, lector de novelas
policiales, aficionado al cine, pero
sobre todo escribano para una firma de abogados de Cracovia, durante los años
de guerra trabajó en una pequeña oficina al norte de Berlín, donde le llegaban
toda clase de escritos de las personas que deseaban averiguar sus intenciones
secretas. Era capaz de determinar la raza de una persona sólo con analizar
durante unos minutos su letra; cientos de judíos que se ocultaban de la
persecución de las SS y, con ayuda de algunos funcionarios, habían conseguido
documentos que los acreditaban como alemanes auténticos, fueron descubiertos y
enviados a los campos de exterminio por el inapelable veredicto del “Bolígrafo
Tardewski”, como era conocido entre los oficiales para los que trabajaba. Su
trabajo más connotado fue el descubrir una de las conspiraciones para matar a Hitler
en el invierno de 1941. Lo que sabemos de historia europea no es tan clara como
en esos años de guerra. Hitler aprueba la Operación Barbarroja en junio de 1941,
y para más de tres cientos mil soldados
alemanes cruzan las fronteras de Polonia, Rumania y Bulgaria y se internan en
territorio ruso, al mando del general Friedrich Paulus. La operación en un éxito los primeros meses:
el avance contundente de los panzer y
toda la artillería germana, arrasa a un debilitado ejército ruso, que retrocede
hasta san Petersburgo y Moscú. En Berlín, Hitler celebra. Las bajas de su
ejército son considerables, pero mínimas ante las devastación del ejército ruso
y su millón de bajas, más otro millón de civiles que mueren por hambre,
enfermedades y el fuego cruzado. Pero el invierno ruso se extiende más allá de
lo que los alemanes estaban acostumbrados, y el avance de los Aliados por el
frente accidental imposibilita mandar más soldados al frente oriental, y la
carestía de municiones, medicinas, comida y ropa adecuada para mitigar en crudo
invierno, son el detonante del fracaso alemán en territorio ruso. El inminente
fracaso de la Operación Barbarroja, tiene
a Hitler al borde del colapso nervioso. Busca culpables en todos lados;
acusa a sus generales de ineptos y al pueblo alemán de débil y conformista;
lanza un decreto de reclutamiento obligatorio. Recurre a la astrología, al espiritismo
y a la grafología para descubrir a los que según él conspiran contra el Reich.
Algún oficial le comenta que trabaja para ellos el mejor grafólogo europeo.
Hitler insiste en verlo inmediatamente. Por la tarde, Tardewski llega al búnker
o “guarida del lobo” de Hitler y su Estado mayor. Hitler le pide, le exige, que
haga una investigación exhaustiva para descubrir a los conspiradores. El
grafólogo accede, pero necesita las firmas y algunos documentos de todos los
oficiales de alto rango más cercanos al círculo del Fuhrer. Hitler acepta, e incluso entrega él mismo su firma y un
manuscrito que tenía pensado leer en el aniversario de la fundación del partido
nacionalsocialista. Tardewski pide unos días para analizar concienzudamente
todos los documentos, y promete dar un veredicto a la brevedad. Tras días de
análisis, Tardewski concluye algo que en sí mismo es posible pero que el sólo
hecho mencionarlo podría llevarlo a la muerte: el único culpable de la debacle
alemana en el propio Hitler, quien no siente compasión por el pueblo alemán y
está endiosado con su figura y el papel que ésta juega en la historia alemana y
europea. Hombre resentido, ególatra, consumado embaucador, el grafólogo
descubre que la verdadera intención de Hitler es la aniquilación de la raza
aria, por una asombrosa razón: Hitler es judío. Tardewski logra rastrear, en
medio del discurso, la tipología semántica del judío promedio: tres o cuatro
generaciones atrás, la familia de Hitler derivó en una rama judía, aunque es
posible que pocos los supieran, y quizá el propio Hitler lo ignoraba. Además,
el grafólogo descubrió que Hitler era
capaz de suicidarse en momentos de mucha presión. Con su cuaderno de notas en
mano, Tardewski se presentó en la oficina del doctor Hölderlin. Pausadamente,
explicó a su amigo y mentor sus conclusiones, exponiendo o desvelando
intencionalidades de todos los generales y oficiales de alto rango que se
habían sometido al escrutinio del experto. Ninguno, dentro de su círculo de
incondicionales, lo había traicionado.
Si había algún traidor, no estaba en la guarida del lobo.
Se
guardó la conclusión sobre el Fuhrer
para el último momento. Hölderlin no se inmutó ante los resultados de
Tardewski, pero le sugirió no mencionarlo ni por asomo. Le enseñó unos
documentos que resumían una investigación que la oficina de Hölderlin había
realizado a principios de 1938, en los que argumentaban que Adolf Hitler,
efectivamente, tenía una veta familiar que descendía de judíos emigrados a Austria de alguna parte
de los Balcanes. Por seguridad, la charla debía quedarse ahí, en la oficina.
Ambos funcionarios tenían un odio exacerbado por los judíos, pero su instinto
de supervivencia era mayor. Tardewski no podía presentarse sin nada que
entregarle a Hitler, así que decidió mencionar que entre los documentos había
descubierto que la mayoría de los oficiales sometidos al análisis grafológico
con ascendencia noble, odiaban a Hitler, el nacionalsocialismo, las aspiraciones populares de los líderes
nazis y todo lo que representaban. El expediente fue entregado personalmente a
Hitler, razón suficiente para que hiciera una purga con varios de sus oficiales
que tenían sangre noble. A la sazón, fueron ejecutados veinte oficiales que
usaban el noble patronímico von. A mediados de 1944, Tardewski fue detenido por
un comando aliado, y encerrado de inmediato. Pero no pasó mucho tiempo en que
sus servicios fueran requeridos, y la Oficina de Análisis Estratégicos, en
Londres, lo reclutó. Durante el final de la Guerra, sirvió para los aliados, y
ayudó a detectar innumerables documentos que tenía códigos cifrados. El pago
por sus servicios fue el no presentarlo como criminal de Guerra ante los
fiscales de Nuremberg. Vivió en Londres el resto de su vida, trabajando como
asesor de Análisis de Conflictos para una modesta dependencia del gobierno
inglés, hasta su jubilación en 1974. En 2001, luego de la muerte del grafólogo
–vivió 95 años-, la viuda de Tardewski vendió los derechos de publicación de
sus diarios y cuadernos de notas a una coleccionista de curiosidades nazis. El
análisis de la firma de Hitler y de uno de sus discursos, y los resultados de
éstos, fueron publicados por entregas por un diario berlinés. En los últimos
años de su vida, Tardewski dedicó su tiempo a leer historia romana y pasear con
sus nietos por los campos de Londres. Nunca purgó condena alguna por sus
delitos, es más, la publicación de sus cuadernos de trabajo y el puntilloso
estudio que dedicó a varios oficiales nazis –Göring y Himmler, los principales-
y la manera cómo atinó en varios de sus perfiles, lo convirtieron en un héroe
anónimo momentáneo, de los muchos que transitan por la terrible y trágica
historia de esos años. La verdad histórica, siempre a la caza de estos
tiranuelos de poca monta, lo puso en su lugar.