No hay mayor desilusión que la incapacidad de compartir con otra persona un conocimiento que consideramos esencial.



Richard Ford



jueves, 22 de diciembre de 2011

LA HABITACIÓN

La luz se apaga y se prende. El espectáculo nocturno comienza con una caricia que acaso no es caricia: es un roce: la distancia perfecta entre un labio y otro. Un poco aletargado por el frío, un poco deforme ante sí mismo. Una candileja infame alumbra y saca de la oscuridad las siluetas que, lentamente, se desnudan. El reproductor de CDs toca el Licenciado Cantinas de Bumbury. Hay en el taburete: las Sombras detrás de la ventana, de Eduardo Antonio Parra, las llaves marcadas con el número 245 en el llavero redondo y plateado, una cajetilla de cigarros, una botella de vodka a medio terminar, un cenicero lleno de colillas, una carta escrita por alguno de los dos hace un mes, una carta de despedida o de reconciliación pero es una carta que anuncia algo. La luz se dispersa. El contacto directo se vuelve inminente: sus cuerpos se encuentran, se reconocen, se palpan. La epidermis, el órgano más grande del cuerpo humano, es, también, el más sensible, y se vuelve el receptáculo idóneo donde el contacto alcanza el grado de desesperada caricia. No dicen nada: la voz de Bumbury los adormece: Que me lleve la tristeza/ porque la rabia no / me daría mucha vergüenza / ver que el odio nos ganó / que el amor se nos ahogó / en el pozo del coraje, con un español manchego y el tum tum del bajo y la guitarra y el tum tum de la voz que en esa habitación barata resuena entre las paredes haciendo perfectamente audible el más mínimo cambio de tono. Toman el vodka de la botella: el licor se escurre por el cuerpo. A estas alturas no interesa nada: prenden un cigarrillo casi en la oscuridad, toman el vodka alumbrados por la flama ígnea que se debilita a cada inhalación de oxígeno. Hay en el piso de la habitación un charco breve de vodka que se ha escurrido por la pantorrilla. Una colilla cae, todavía encendida: el fuego inicia, las caricias se contraen en espasmos de miedo, para separarse y comenzar a luchar por salir de las cuatro paredes. Imposible es. En cuestión de segundos todo es fuego y llanto, gritos que se desprenden desde la voz ahogada de Bumbury que, cansado, deja de sonar.

domingo, 11 de diciembre de 2011

LA FÁBRICA DEL LENGUAJE



Pablo Raphael ha escrito un lúciudo ensayo sobre el devenir del lenguaje y la literatura en épocas donde el neolibelarismo y el consumismo mantienen en estado de sitio a la socidedades pensantes. Del blog al libros virtuales, de la escritura como parafernalia hasta los concursos de popularidad, de las listas de los más vendidos hasta los autores de culto, este ensayo es clave para comprender el futuro de la literatura. Pablo Raphael (México, 1970) estudió ciencias políticas en la Universidad Iberoamericana y ha sido colaborador del diario El Universal y de las publicaciones Revuelta, Confabulario y Quimera. Su libro Agenda del suicidio recibió el Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen; es autor de la novela Armadura para un hombre solo y, junto con Guadalupe Nettel , es editor de Número 0, revista de literatura periférica, que en España fue seleccionada para los premios Laus de edición 2008. Actualmente escribe una tesis doctoral sobre el viaje de Antonin Artaud a México en 1936. Ah, y pertecene a la generación Atari, llamada así por el escritor y editor Tryno Maldonado, y que denomina un territorio común de escritores nacidos a mediados de la década de los setenta. Es una excelente opción de lectura para estas vacaciones, y de paso dejar de lado el pavo, la fabada, los romeritos, el mole, la sidra, el ponche, el alcohol y las posadas. Mejor pónganse a leer.