La luz se apaga y se prende. El espectáculo nocturno comienza con una caricia que acaso no es caricia: es un roce: la distancia perfecta entre un labio y otro. Un poco aletargado por el frío, un poco deforme ante sí mismo. Una candileja infame alumbra y saca de la oscuridad las siluetas que, lentamente, se desnudan. El reproductor de CDs toca el Licenciado Cantinas de Bumbury. Hay en el taburete: las Sombras detrás de la ventana, de Eduardo Antonio Parra, las llaves marcadas con el número 245 en el llavero redondo y plateado, una cajetilla de cigarros, una botella de vodka a medio terminar, un cenicero lleno de colillas, una carta escrita por alguno de los dos hace un mes, una carta de despedida o de reconciliación pero es una carta que anuncia algo. La luz se dispersa. El contacto directo se vuelve inminente: sus cuerpos se encuentran, se reconocen, se palpan. La epidermis, el órgano más grande del cuerpo humano, es, también, el más sensible, y se vuelve el receptáculo idóneo donde el contacto alcanza el grado de desesperada caricia. No dicen nada: la voz de Bumbury los adormece: Que me lleve la tristeza/ porque la rabia no / me daría mucha vergüenza / ver que el odio nos ganó / que el amor se nos ahogó / en el pozo del coraje, con un español manchego y el tum tum del bajo y la guitarra y el tum tum de la voz que en esa habitación barata resuena entre las paredes haciendo perfectamente audible el más mínimo cambio de tono. Toman el vodka de la botella: el licor se escurre por el cuerpo. A estas alturas no interesa nada: prenden un cigarrillo casi en la oscuridad, toman el vodka alumbrados por la flama ígnea que se debilita a cada inhalación de oxígeno. Hay en el piso de la habitación un charco breve de vodka que se ha escurrido por la pantorrilla. Una colilla cae, todavía encendida: el fuego inicia, las caricias se contraen en espasmos de miedo, para separarse y comenzar a luchar por salir de las cuatro paredes. Imposible es. En cuestión de segundos todo es fuego y llanto, gritos que se desprenden desde la voz ahogada de Bumbury que, cansado, deja de sonar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario