LA
TINTA SIN NOMBRE
I
En agosto de 2008, luego de
hacer las últimas correcciones a su novela
El rey pálido, David Foster Wallace se suicidó. Llevaba días encerrado en
su estudio de Berkley, California, escribiendo y escuchando piezas de Bach.
Ellen, su esposa, le llevaba de cuando en cuando aperitivos. Esa última tarde
escribió una nota suicida de dos páginas, subió al cuarto de su esposa,
destendió la cama, se durmió un rato, y más tarde se colgó de un árbol en el
patio de su casa. Autor de una de las obras literarias más emblemáticas de los
último años, escritor precoz, genio, Foster Wallace llevaba años luchando
contra la esquizofrenia y la depresión. Su novela La broma infinita, es considerada como la obra más importante de la
narrativa norteamericana de principios del siglo.
II
Se escribe para sobrevivir. El
absurdo predomina. Se camina en círculos. Pensemos en la muerte de Kafka en el
sanatorio de Kierling, las cartas que escribió a Felice Bauer, sus obras
inconclusas. Pensemos en la muerte de Chéjov, tan bellamente narrada por
Raymond Carver en esa obra maestra del cuento que es Tres rosas amarillas. Pensemos en los libros que nunca se leerán
porque a estas alturas no interesan. Proyectos perdidos, páginas en blanco.
Pensemos en historias simples, sin retoque, piezas de orfebrería de la
imaginación. Pensemos en que nunca
seremos verdaderos escritores, porque, como decía Renato Leduc, no tenemos de
la mosca la tenacidad. Leí en Sergio Pitol que Cyril Connoly decía que todo
escritor debe aspirar a escribir una obra genial, de lo contrario es un
mediocre. Somos imitadores, lectores, nuestros intentos de escritura son tan
vagos, tan perecederos, que no merecen la pena publicarse. No queremos
aduladores, gente que te palmeé al hombro y te diga no genial que somos. Nunca
escribiremos en cuento como Funes, el
memorioso o una novela como El arco
iris de gravedad. ¿Por qué seguimos servilmente empeñados en escribir? De
tanto escucharlo, muy en el fondo de nuestra vanidad, llegamos a creerlo alguna
vez. Alguien nos lo dijo, tras un café. Alguien pensó que podría ser verdad.
III
Michel Huellebecq es un
escritor francés de amplia trayectoria. En 2011 publicó la novela El mapa y el territorio en donde utilizó
citas textuales extraídas de Wikipedia como sustento de la temática científica
que manejaba en su novela. Los críticos destrozaron a Huellebecq, acusándolo de
plagiar documentos que no son confiables y ofrecer una visión distorsionada a
la veracidad científica. El escritor se
justificó afirmando que toda información de Wikipedia es pública, y por lo
tanto no hay derechos de autor pues los artículos, en su mayoría, no aparecen
con firma. En cualquier caso, Huellebecq vendió millones de ejemplares de su
libro, y ahora es un escritor, además de famoso, rico. Las bondades de la mala
crítica literaria.
IV
Durante la universidad, a
Ricardo le auguraron un futuro promisorio en el mundillo de las letras. Alguien
se lo dijo, y él lo creyó a pie juntillas. Muy joven publicó en revistas,
antologías, en libros universitarios de jóvenes narradores; presentó ponencias
en congresos literarios, y más de un docente le prometió conseguirle una beca
para cursar un posgrado. Sus amigos lo adulaban, esperando extraer de él algún
conato de sabiduría, el festín literario que sus mediocres mentes no podía
acceder. Al final, Ricardo se agotó. Dejó la ciudad, mandó a la verga a todos aquellos huele pedos, se
instaló en una modesta ciudad de provincias lo más parecida a una ratonera,
olvidó la literatura, casó una, dos veces, tuvo hijos, y consiguió un modesto
empleo como funcionario público. De vez en cuando se entera de los logros de otros.
Una beca por ahí, un doctorado por allá. Ricardo regresa a sus libros, el único
refugio donde es realmente feliz y realmente infeliz, según sea el caso.
Contradicciones de la vida. Piensa que todos tienen derecho a tomar sus propias
decisiones, aunque la mediocridad estribe en alcanzar lo que todos aspiran:
seguridad económica, estabilidad laboral. Se olvidan de lo más importante.
Ricardo no puede evitar pensar en Kafka, que decía que sentía haber cometido un
error fundamental en su vida, pero por más que daba vueltas a su caso, no
encontraba cuál había sido ese error. Y Ricardo se ríe, ante la enésima copa de
brandy.
V
Alguna vez vivió, estuvo entre
los vivos, un joven que jugó a ser poeta-dios. Murió a los 39 años, pero dejó
de escribir a los 21, dejando tras de sí un montón de poemas, un montón de
buenos poemas tan fundamentales que la poesía actual sería incomprensible sin
ellos. El poeta abandonó la escritura, y dedicó su vida a hacer dinero, lo que
consiguió tras varias tropelías. Ante la página en blanco, el poeta prefirió el
anonimato. No vivió lo suficiente para ver su propia inmortalidad.
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