No hay mayor desilusión que la incapacidad de compartir con otra persona un conocimiento que consideramos esencial.



Richard Ford



miércoles, 20 de mayo de 2015

LA TINTA SIN NOMBRE
I
En agosto de 2008, luego de hacer las últimas correcciones a su novela El rey pálido, David Foster Wallace se suicidó. Llevaba días encerrado en su estudio de Berkley, California, escribiendo y escuchando piezas de Bach. Ellen, su esposa, le llevaba de cuando en cuando aperitivos. Esa última tarde escribió una nota suicida de dos páginas, subió al cuarto de su esposa, destendió la cama, se durmió un rato, y más tarde se colgó de un árbol en el patio de su casa. Autor de una de las obras literarias más emblemáticas de los último años, escritor precoz, genio, Foster Wallace llevaba años luchando contra la esquizofrenia y la depresión. Su novela La broma infinita, es considerada como la obra más importante de la narrativa norteamericana de principios del siglo.
II
Se escribe para sobrevivir. El absurdo predomina. Se camina en círculos. Pensemos en la muerte de Kafka en el sanatorio de Kierling, las cartas que escribió a Felice Bauer, sus obras inconclusas. Pensemos en la muerte de Chéjov, tan bellamente narrada por Raymond Carver en esa obra maestra del cuento que es Tres rosas amarillas. Pensemos en los libros que nunca se leerán porque a estas alturas no interesan. Proyectos perdidos, páginas en blanco. Pensemos en historias simples, sin retoque, piezas de orfebrería de la imaginación.  Pensemos en que nunca seremos verdaderos escritores, porque, como decía Renato Leduc, no tenemos de la mosca la tenacidad. Leí en Sergio Pitol que Cyril Connoly decía que todo escritor debe aspirar a escribir una obra genial, de lo contrario es un mediocre. Somos imitadores, lectores, nuestros intentos de escritura son tan vagos, tan perecederos, que no merecen la pena publicarse. No queremos aduladores, gente que te palmeé al hombro y te diga no genial que somos. Nunca escribiremos en cuento como Funes, el memorioso o una novela como El arco iris de gravedad. ¿Por qué seguimos servilmente empeñados en escribir? De tanto escucharlo, muy en el fondo de nuestra vanidad, llegamos a creerlo alguna vez. Alguien nos lo dijo, tras un café. Alguien pensó que podría ser verdad.


III
Michel Huellebecq es un escritor francés de amplia trayectoria. En 2011 publicó la novela El mapa y el territorio en donde utilizó citas textuales extraídas de Wikipedia como sustento de la temática científica que manejaba en su novela. Los críticos destrozaron a Huellebecq, acusándolo de plagiar documentos que no son confiables y ofrecer una visión distorsionada a la veracidad científica.  El escritor se justificó afirmando que toda información de Wikipedia es pública, y por lo tanto no hay derechos de autor pues los artículos, en su mayoría, no aparecen con firma. En cualquier caso, Huellebecq vendió millones de ejemplares de su libro, y ahora es un escritor, además de famoso, rico. Las bondades de la mala crítica literaria.
IV
Durante la universidad, a Ricardo le auguraron un futuro promisorio en el mundillo de las letras. Alguien se lo dijo, y él lo creyó a pie juntillas. Muy joven publicó en revistas, antologías, en libros universitarios de jóvenes narradores; presentó ponencias en congresos literarios, y más de un docente le prometió conseguirle una beca para cursar un posgrado. Sus amigos lo adulaban, esperando extraer de él algún conato de sabiduría, el festín literario que sus mediocres mentes no podía acceder. Al final, Ricardo se agotó. Dejó la ciudad, mandó  a la verga a todos aquellos huele pedos, se instaló en una modesta ciudad de provincias lo más parecida a una ratonera, olvidó la literatura, casó una, dos veces, tuvo hijos, y consiguió un modesto empleo como funcionario público. De vez en cuando se entera de los logros de otros. Una beca por ahí, un doctorado por allá. Ricardo regresa a sus libros, el único refugio donde es realmente feliz y realmente infeliz, según sea el caso. Contradicciones de la vida. Piensa que todos tienen derecho a tomar sus propias decisiones, aunque la mediocridad estribe en alcanzar lo que todos aspiran: seguridad económica, estabilidad laboral. Se olvidan de lo más importante. Ricardo no puede evitar pensar en Kafka, que decía que sentía haber cometido un error fundamental en su vida, pero por más que daba vueltas a su caso, no encontraba cuál había sido ese error. Y Ricardo se ríe, ante la enésima copa de brandy.
V

Alguna vez vivió, estuvo entre los vivos, un joven que jugó a ser poeta-dios. Murió a los 39 años, pero dejó de escribir a los 21, dejando tras de sí un montón de poemas, un montón de buenos poemas tan fundamentales que la poesía actual sería incomprensible sin ellos. El poeta abandonó la escritura, y dedicó su vida a hacer dinero, lo que consiguió tras varias tropelías. Ante la página en blanco, el poeta prefirió el anonimato. No vivió lo suficiente para ver su propia inmortalidad.
 

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