LA
CULTURA Y LA ENSEÑANZA DE LAS LENGUAS
INTRODUCCIÓN
No
es fácil dar una definición de cultura, si tomamos en cuenta la diversidad de
aportaciones de distintas ramas del conocimiento, y, sobre todo, por poseer la
cultura diversas formas de manifestarse. Una definición de cultura, debería
apegarse más a las manifestaciones que el ser humano hace propias que al uso de
elementos que están en un nivel conceptual. Pero aún ahí, en lo conceptual, hay
elementos culturales que el ser humano retoma de su formación, y las integra a
ese bagaje de símbolos, ritos y conceptos que forman y conforman su humanidad. Pues
bien, la cultura ha sido estudiada por algunas disciplinas, como la
Antropología, la Sociología, y la Psicología social, sin llegar a definir en
forma total lo que es la Cultura. Para el antropólogo norteamericano Robert Levine:
Yo
utilizo el término cultura para significar un cuerpo organizado de reglas
relativas a los modos en que los individuos de una población se comunicarían
entre sí, pensarían acerca de sí mismos y de sus ambientes, y se comportarían
unos respecto a otros y respecto a los objetos que los rodean. (Levine, 1977).
Desde
esta perspectiva, la cultura es vista como un entramado de símbolos que el ser
humano relaciona de manera ordenada, y cómo este entramado puede llegar a
relacionarse con otros integrantes de una comunidad que se comunica entre sí.
De la anterior definición -o acercamiento- podemos dilucidar en cuanto a lo que
significan las prácticas sociales y culturales, y qué tanto estas prácticas
definen la identidad de cada individuo y la identidad grupal. La identidad es
un aspecto que se ha tratado de estudiar desde hace tiempo por algunas
disciplinas como la Antropología Social, la Sociología, la Psicología Social. Esta
identidad se puede definir como comparación que los sujetos hacen de sí mismos
y de los otros, ya sea en forma positiva o negativamente. La identidad surge
como resultado del roce de los individuos con los demás y se forma poco a poco
con la experiencia que se tiene en la sociedad en la que se desarrollan (Duranti,
2003). El Mí y el Yo identitarios están relacionados con lo que podemos llamar
identidad, los individuos guardan su imagen respecto a que los otros dicen de
uno mismo. Esta identidad por lo tanto surge como resultado del roce de los
individuos con los demás y se forma poco a poco con la experiencia que tienen
en la sociedad en la que se desarrollan. Otro concepto, la alteridad, refleja
un acercamiento para comprender la amplitud y diversidad de manifestaciones del ingenio originado en el
ideario humano, expresados por una relación dialéctica en el conocimiento con
relación a la realidad, y en esta realidad están los otros, que son yo mismo, pero también alguien más (Krotz,
2002).
En lo que respecta a la cultura, se
puede decir que son normas y reglas establecidas por una sociedad que se usan
para vivir diariamente. La cultura como
tal es una forma de vivir, es la forma de generar la pertenencia a un grupo en
particular. Puedo enfatizar que la cultura no solo pertenece a algunos grupos,
sino que cualquier grupo posee bienes que no se pueden observar en ocasiones,
como la herencia cultural, que proviene de generaciones atrás, esto les hace
tener un tipo de identidad social. Por lo anterior, la identidad surge de la interacción con el grupo al que pertenecemos, es la forma de identificarnos
con las ideas y formas de vivir
del grupo social en el cual nos encontramos en un tiempo preciso.
En el presente ensayo, se hace un
recorrido por los conceptos de cultura, identidad y la relación existente entre
éstos y la enseñanza de las lenguas, en una relación intrínseca que pone al
lenguaje como una de las formas más efectivas para acceder a la cultura -si no
es que lenguaje es la cultura en sí
misma-, y hasta dónde es posible que la enseñanza de las leguas permita un
acercamiento a fenómenos culturales.
LA CULTURA, EL LENGUAJE Y LA IDENTIDAD. LAS APORTACIONES DE
DURANTI, GIMÉMENZ Y MARGULIS.
El
ensayo de Duranti, analiza la lengua y la cultura y su relación con la
antropología norteamericana, mediante los tres paradigmas históricamente
relacionados: el primero, propuesto por el antropólogo Franz Boas (1858-1942),
quien fue el primero en documentar y sistematizar las lenguas indígenas norteamericanas;
el segundo, durante la década de los sesenta, con nuevas tecnología para
registrar y el uso de la lengua en su contexto; y el tercer paradigma, que a
últimas fechas integra la identidad con los elementos narrativos e ideológicos
que subyacen tanto en la antropología como en la lingüística. Con
características propias, estos tres paradigmas, que analizaremos en las páginas
siguientes, se nutren y, como señala Duranti: “La confrontación de sus
diferencias constituye una contribución para la disciplina” (2003, p. 323). Los estudios de la lengua como cultura, en
Norteamérica (el autor se refiere a Estados Unidos y Canadá), no es un campo
unificado, que interprete sus conceptos de manera única, sino son prácticas
que, en conjunto, analizan los fenómenos lingüísticos desde diferentes ópticas. Esta heterogeneidad
en sus planteamientos, ha permitido que estos esquemas de estudio se
desarrollen sin que exista la crítica entre uno y otro. La coexistencia no de
una sino varias posturas, fortalece el marco teórico de los investigadores, y
promueve la naturaleza de la lengua “como un recurso cultural y como una
práctica social” (2003, p. 324). Como señala Duranti:
Las
perspectivas antropológicas actuales sobre la lengua como cultura no pueden ser
adoptadas o desafiadas fácilmente por aquellos que pertenecen a otros campos
(por ejemplo, lingüística, psicología, sociología) o a otros subcampos de la
antropología (por ejemplo, arqueología, antropología sociocultural o
antropología biológica) porque sus postulados están usualmente implícitos más
que explícitos, y ocultos entre estudios de casos más que reunidos en
desarrollos sintéticos y comprensibles (2003, p. 324).
Como
podemos notar, Duranti propone que es necesario examinar la perspectiva
histórica sobre la lengua en los estudios antropológicos desde la óptica de
Boas, que es la dominante para acercarse a estudios de este tipo. Menciona,
además, que la tipología y caracterizaciones que el estudio de la lengua como
cultura (antropología lingüística, lingüística antropológica, etno-lingüística,
y sociolingüística) funcionan como diferentes metodologías para acercarse al
objeto de estudio. Así, la constitución de un nuevo paradigma no necesariamente
significa que el anterior tenga que desaparecer, sino es posible advertir una
relativa convivencia metodológica y crítica que fundamente los postulados que
el investigador se plantea. A esto, Galison (1999, citado por Duranti, 2003) lo
llamó “zonas de intercambio” (trading zones) que permiten el flujo de información e
intercambio de logros para llegar a un fin común.
Duranti define un paradigma como:
Un
emprendimiento de investigación que posee un conjunto reconocible y a menudo
explícitamente establecido de a) objetivos generales, b) perspectiva sobre el
concepto clave (por ejemplo, lengua), c) unidades preferidas de análisis, d)
marco teórico, y e) métodos preferidos de recolección de datos” (2003, p. 326).
En el
sentido que lo explica Duranti, un paradigma es un “conglomerado” de posturas
que buscan un fin común: las prácticas interpretativas en el estudio de la
lengua. Revisaremos a continuación, la interpretación que hace Duranti de cada
uno de los paradigmas que propone. Para Franz Boas, el estudio antropológico
debía estar compuesto por cuatro prácticas analíticas: la lengua, la cultura,
la Arqueología y la Biología. El primer paradigma, estudia parte de lo que hoy
se concentra dentro de la lingüística antropológica y se interesó por temas
relacionados con la documentación de lenguas de pueblos preestatales
(generalmente en extinción).
Los
investigadores norteamericanos de esa época, se interesaron por investigar a
los nativos, su lenguaje y su cultura. El segundo paradigma, fue propuesto por
Hymes en la década de los sesenta, formando la antropología lingüística. En
este sentido, la etnografía de la comunicación se enmarca en este tipo de
estudios. En el tercer paradigma, los estudios avanzan hacia temas relacionados
con la lingüística y otras áreas del conocimiento.
La
cultura y la identidad, poseen ciertas relaciones que los hacen indisociables.
La ponencia Giménez (2015), es una indagación sobre los arquetipos que
sustentan la anterior afirmación, y el desarrollo conceptual de la misma nos
permite acercarnos a diversas manifestaciones de la cultura como identidad, y
de la identidad como cultura, desde la antropología, la sociología, la
filosofía y la lingüística. Inicia su
texto Giménez, planteando la tesis de su ensayo:
Los
conceptos de cultura e identidad son conceptos estrechamente interrelacionados
e indisociables en sociología y antropología. En efecto, nuestra identidad sólo
puede consistir en la apropiación distintiva de ciertos repertorios culturales
que se encuentran en nuestro entorno social, en nuestro grupo o en nuestra
sociedad (Giménez, p. 1).
En
efecto, tal como señala Giménez, la identidad es la apropiación de rasgos
culturales, aprendidos y aprehendidos a lo largo de la experiencia vital del
ser humano. Nos formamos una identidad, al distinguir entre nosotros y los
otros, y ese es, según Giménez, la diferencia sustancial que nos distingue de
los demás. Posteriormente, el autor incursiona en el concepto de cultura,
inseparable de la identidad, como ya vimos. Para ello, retoma el concepto de
Geertz, “que define la cultura como pautas de significados. La cultura es,
además de identitaria, es simbólica, polisémica y, como se verá más adelante,
multicultural. Los significados culturales, en este sentido, pueden ser
individuales o se pueden presentar de tal forma que compartan elementos y
relaciones con otros. Si los significados son individuales, es decir, que sólo
se remiten a mi biografía personal, no pueden llamarse significados culturales,
pues sin “efímeros y de corta duración” (Giménez, p. 2).
La
cultura no es homogénea, al contrario, cambia, muta, se adapta a las
circunstancias históricas, en medio de todos los significados posibles,
imágenes, símbolos que forman nuestro “entorno cultural”. Estas pautas
objetivas lo son porque se pueden observar (llamadas formas culturales), es
decir, la cultura es observable mediante estas formas. Hay otras que se
interiorizan, y forman parte de nuestro corpus interno, y a estas formas
Bourdieu las llama “formas interiorizadas o incorporadas de la cultura” (Giménez,
p. 3)
Como
señala Giménez, hay una relación dialéctica entre ambas formas (las culturales
y las interiorizadas) ya que son experiencias comunes: no podemos separar
nuestros habitus individuales de las formas culturales exteriorizadas, debido a
que las formas externas son, de cierta manera, nuestra forma de reconocer el
mundo, y, por lo consiguiente, la cultura. Para Bourdieu (citado por Giménez),
la relación entre lo interno y externo permite tener una visión general de la
cultura como parte de un proceso de asimilación e incorporación: “Desde esta
perspectiva podemos decir que no existe cultura sin sujeto ni sujeto sin
cultura” (Giménez, p. 4), como señala Giménez.
Otra
apreciación importante de la ponencia de Giménez, es que las identidades se
construyen a partir, o por medio de, la apropiación de elementos culturales que
subyacen de manera externa (hacia afuera) o interna (hacia adentro). Esta
característica permite diferenciar y contrastar la relación heterogénea entre
sujetos culturales, lo que los hace indisociables. Esta diferenciación
determina, según Giménez, nuestra concepción de identidad, en el sentido que
los conceptos que forman parte de nuestro “bagaje cultural” son identitarios en
más de un sentido.
Señala
Giménez que el concepto de identidad, cuando menos de unas décadas hacia acá,
se ha impuesto en las ciencias sociales, lo que ha llevado a banalizar el
término, entre otras razones, por usarlo de manera indiscriminada sin tomarse
el tiempo de someterlo a un análisis más riguroso. Si suponemos que todo es
cultura, y por los rasgos que ya analizamos arriba, la identidad se forma por
la apropiación de rasgos culturales, es de suponer que la banalización de la
cultura tenga que ver con la necesidad de darle un sentido rebuscado a lo que
está ahí y no necesita más explicación. Para el autor:
La
identidad se predica en sentido propio solamente de sujetos individuales
dotados de conciencia, memoria y psicología propias, y sólo por analogía de los
actores colectivos, como son los grupos, los movimientos sociales, los partidos
políticos, la comunidad nacional y, en el caso urbano, los vecindarios, los
barrios, los municipios y la ciudad en su conjunto (p. 6).
En
este sentido, como lo expone Giménez, las ciencias sociales, en México, sobre
todo, tienden a psicologizar la identidad y proponen hipótesis que generalizan
sin preocuparse en estos rasgos internos que se discutían párrafos arriba.
Giménez considera las aportaciones de Samuel Ramos y Octavio Paz como valiosas
desde un punto de vista literario, pero no como un análisis sociológico
pertinente: “Lo grave del caso es que esta ‘sociología literaria’ puede
provocar en sus lectores lo que Bourdieu llamaba ‘efecto de teoría’”(p. 7).
En los
párrafos siguientes, Giménez determina los parámetros que definen a un actor
social:
1) “Todo actor ocupa siempre una o varias
posiciones en la estructura social. Nadie puede escaparse de esto, porque ni
los individuos ni los grupos están colgados de las nubes”.
2) “Ningún actor se concibe sino en
interacción con otros, sea en términos inmediatos (cara a cara), como en un
vecindario; sea a distancia, como cuando me comunico por Internet con colegas
que viven en Cambridge o en París”.
3) “Todo actor social está dotado de alguna
forma de poder, en el sentido de que dispone siempre de algún tipo de recursos
que le permite establecer objetivos y movilizar los medios para alcanzarlos”.
4) “Todo actor social está dotado de una
identidad. Ésta es la imagen distintiva que tiene de sí mismo el actor social
en relación con otros”.
5) “En estrecha relación con su identidad,
todo actor social tiene también un proyecto, es decir, algún prospecto para el
futuro, alguna forma de anticipación del porvenir”.
6) “Todo actor social se encuentra en
constante proceso de socialización y aprendizaje, lo cual quiere decir que está
haciéndose siempre y nunca termina de configurarse definitivamente”.
Como
podemos notar, en el proceso de asimilación de identidad intervienen sujetos
sociales o actores individuales que poseen memoria, conciencia y psicologías
propias. Sin embargo, también es aplicable a grupos o colectivos. En ambos
casos, como señala Giménez, se deben dar ciertos elementos compartidos o no:
“(1) la permanencia en el tiempo de un sujeto de acción (2) concebido como una
unidad con límites (3) que lo distinguen de todos los demás sujetos, (4) aunque
también se requiere el reconocimiento de estos últimos” (p. 9). Así, en la
escala individual, la identidad se define como:
Un
proceso subjetivo y frecuentemente auto-reflexivo por el que los sujetos
individuales definen sus diferencias con respecto a otros sujetos mediante la
auto-asignación de un repertorio de atributos culturales generalmente
valorizados y relativamente estables en el tiempo (íbid, p. 9).
Hay
rasgos que definen el grupo al cual pertenecemos como individuos. Según
Giménez, los más más importantes son la clase social, la etnicidad, las
colectividades, los grupos de edad y el género. La identidad, según estas
categorías, se nutre de estos elementos y forma parte de ellos. Pertenecemos a
grupos culturales porque nos identificamos identitariamente con estos grupos,
es decir, compartimos ciertos intereses (políticos, religiosos, afectivos,
ideológicos, comunitarios, etc.) que nos permiten establecer relaciones
individuales y sociales con los demás. Esta identificación con ciertos grupos
culturales, se determinan “atributos caracterológicos”, “estilo de vida”,
“relaciones íntimas”, “objetos entrañables”, o por su biografía personal. No
desarrollaremos cada uno de estos rasgos en este breve resumen (Giménez se toma
el tiempo necesario para argumentar cada uno de ellos). Sin embargo, podemos
agregar que en la identidad colectiva e individual.
En el
último apartado de la ponencia, Giménez expone el concepto de
multiculturalismo, un concepto muy utilizado desde que el Gobierno canadiense
lo introdujo ante las insinuaciones separatistas de algunas provincias de ese
país. De ahí, del ámbito gubernamental, el concepto prendió y emigró hacia
otros espacios, particularmente hacia la universidad, donde se desarrolló e
incluyó a otras minorías que buscaban representación, como los colectivos gays
y discapacitados. Sin embargo, la diferencia ya se venía presentando desde
antes, como señala Giménez:
Las
raíces intelectuales del multiculturalismo pueden detectarse ya mucho antes,
cuando la cuestión de la diferencia se abrió camino en el pensamiento
occidental a raíz de cambios de gran envergadura como la contestación de la
cultura tradicional, la emergencia de movimientos sociales que promovían estilos
de vida alternativos, las reivindicaciones étnicas y nacionalistas, la
intensificación de los fenómenos migratorios y la globalización (p. 21).
Entonces,
el concepto de multiculturalismo puede entenderse como una condición normal de
la cultura, es decir, forma parte de la cultura de la misma forma que la
identidad, y, en mayor o menor medida, la define. En la actualidad, lo
multicultural parte de la base de englobar todo para que exista una convivencia
de culturas diferentes. Conceptos como ciudadanía, globalización, pertenencia,
libertad, igualdad, pluralidad, etnicidad, variedad lingüística, entre muchos
otros, se pueden utilizar para analizar el fenómeno multicultural, tan
extendido por todo el mundo.
III
Mario
Margulis esboza toda una argumentación en torno al concepto de cultura mediante
la revisión de los principales teóricos que han teorizado sobre este tema, y
las aportaciones personales del propio autor. La cultura, como señala, no es
fácil de explicar pues hay una diversidad de acercamientos que hace poco
factible dar una definición que haya sido aceptada por todos. La cultura es
cambiante y se nutre de los procesos histórico/sociales en los cuales el
individuo está inmerso. Ya desde los griegos y romanos, se hablaba de cierto
concepto de cultura en sus orígenes, relacionando, en primer lugar, con el
“cultivo”, de ahí su raíz grecolatina. Posteriormente, fue en la Ilustración de
los siglo XVII y XVIII cuando el término toma un realce especial, y se
relaciona con el espíritu humano, el saber como rasgos distintivos de la
especie humana (p. 13).
Pero
¿qué significa la cultura para el ser humano? ¿Cuáles son las características
que convierten a la cultura como un rasgo distintivo de humanidad? ¿Qué sí
puede ser considerado cultura, y qué no? Margulis argumenta que no hay una
definición consensuada para centrar a la cultura en un punto específico; sin
embargo, sí podemos señalar que la cultura se contrapone a la naturaleza
humana, es decir, que el hombre natural (entendido éste como un ser cuya representación
individual está estrechamente ligado a la naturaleza) ya no es posible en un
mundo que cada vez más estrecha lazos con su entorno, y este entrono es
eminentemente cultural:
En las
concepciones actuales de cultura ya muy poco es naturaleza. El hombre no es
natural sino cultural, es un resultado de la cultura en la que se ha formado,
vive y ha vivido. Cuando en algún discurso se apela a la naturaleza, hay que
empezar a sospechar. Es uno de los recursos más comunes de la ideología
naturalizar la desigualdad de cualquier tipo, buscar su origen en la naturaleza
tiende a hacer olvidar los factores históricos y sociales que la han originado
(p. 14).
Ante
este determinismo cultural, es imposible considerar que el hombre y la
naturaleza tengan una correlación como lo veían Hobbes y Rousseau: el buen
salvaje sólo lo es en la medida que sus vínculos identitarios y culturales le
confieren pertenencia (que es otro rasgo de identidad cultural, por cierto).
Señala Margulis que en los orígenes de la antropología se encuentran también
los orígenes de las primeros acercamientos a una noción de cultura que dejara a
atrás los conceptos de “progreso” y “civilización” (propios de la Revolución
Industrial del siglo XIX) para centrarse en la características y lógicas
internas de los pueblos, las diferencias que encuentra, la diversidad
lingüística, y “el estilo de vida de un pueblo” (Geertz, 1996, citado por
Margulis). Con ello, la antropología busca deshacerse de las posturas
evolucionistas y eurocentristas que permearon el pensamiento científico del
siglo XIX, y que fueron, muchas veces, el leitmotiv que buscaron los países imperialistas para
colonizar vastos territorios, imponerles una cultura, con todo lo que ello
supone.
Me
parece interesante, y muy sugestiva, las alusiones de Margulis sobre el
concepto del cultura en Europa, un continente que ha hecho uso del término para
circunstancias políticas, racionales e incluso militares. Como señala al autor:
La
palabra Kultur, que quería expresar el sentido profundo del espíritu alemán, su
identidad, se opuso en un principio a "civilización", concepto
referido, sobre todo, a las maneras y las modalidades que caracterizaban a la
corte francesa y que llevaba implícita una idea de progreso. La oposición, en
un comienzo de tipo social-la burguesía y el pueblo frente a la corte-, fue
transformándose en nacional: el idioma y la identidad alemanas respecto de
otros pueblos, particularmente la civilización francesa. La cultura reflejaba
lo característico de cada pueblo, su identidad (el Geist, el genio de ese
pueblo) (p. 16).
Como
podemos notar, el concepto de “cultura” fue empleado para fortalecer el
nacionalismo (y la identidad) de algunas naciones, principalmente Alemania,
aunque también en Rusia y algunos países escandinavos. Si la cultura refleja lo
característico de cada pueblo, también refleja la identidad individual, ya que
ésta se desarrolla por los rasgos culturales que el individuo abstrae de su entorno. La
diversidad, en todas sus variantes: cultural, lingüística, política,
ideológica, intelectual, se ancló en Europa con determinación, aunque también
de su uso indiscriminado resultaron aberraciones como el nazismo en Alemania,
el fascismo en Italia y España, y el comunismo panóptico en Rusia y otro países
de los Balcanes.
Un
proceso que pudieron notar los antropólogos, fue que, al entrar los europeos en
contacto con otras culturas, éstas tendían a desaparecer. Desaparecían las
lenguas, las sociedades establecidas en esos territorios, o se trasformaban en
otra cosas, quizá distinta, que lo que fueron. Las potencias colonialistas
usaban todos los recursos disponibles para fortalecer su dominio, menguando,
con su poderío militar, a los endebles pueblos que conquistaban. La
antropología documentó estos cambios sociales, incluso la pérdida de estas
culturas y lenguas, mediante los incipientes estudios de una ciencia que
empezaba a cobrar fuerza en las universidades:
La
noción de cultura que se ha ido elaborando en el siglo XIX y la primera mitad
del XX ha tendido a ser descriptiva: sobre todo un inventario de rasgos, una
colección de normas, costumbres e instituciones. A partir del gran interés por
la cultura manifestado en diferentes disciplinas sociales durante el siglo XX y
en especial, por el gran desarrollo adquirido por los estudios del lenguaje, en
la segunda mitad del siglo XX las definiciones se fueron orientando hacia el
plano de las significaciones (p. 19).
A partir
de la anterior argumentación, Margulis desarrolla su conceptualización sobre la
relación existente entre signo, lengua y cultura, conceptos, como veremos, que
poseen una estrecha relación que casi se podrían decir definen los vínculos del
ser humano con su entorno. En primer lugar, Margulis plantea que el ser humano
se relaciona con el mundo a través de signos. Es la forma como se conecta con
lo tangible y lo intangible, con el conocimiento, los saberes y las
percepciones. Se concibe entonces el signo como un mediador entre lo que el
hombre percibe y la existencia intrínseca o extrínseca de las cosas:
Los
signos son elaborados social y culturalmente, es decir, son producidos por un
grupo humano en su interacción recíproca a lo largo del tiempo; por consiguiente
las palabras son construidas históricamente por hombres y mujeres en su vida
social: agrupan hechos del mundo externo o interno, objetos, ideas o
sentimientos y nos permiten clasificar de alguna forma, nombrar e inteligir, o
sea, comunicamos y referirnos a la inrnensa variedad de objetos que nos
presenta el mundo (P. 20).
Es muy
completa la definición de signos que propone Margulis, y poco hay que agregar.
Entendemos que los signos nos ponen en contacto con cosas que vemos y no vemos,
conceptos abstractos, y objetos medidos por lo sentidos; pero también con el
lenguaje, al ser construcciones humanas. Mediante los signos lingüísticos, el
ser humano es capaz de agrupar, correlacionar, dar sentido a un sonido, colocar
una grafía. Para Margulis, lo que llamamos “realidad” está determinado por los
signos y el uso que le demos a ellos. Como vimos más arriba, la identidad
también es un signo que se da sentido a nuestra existencia, ya que la identidad
no es una esencia sino que resulta del modo en que los individuos se relacionan
entre sí dentro de un grupo o de un colectivo social, se puede hablar
legítimamente de una identidad colectiva con lo cual invierte la relación.