Hace unos días vi la excelente película de Julian Schnabel basada en la vida turbulenta de Jean Michel Basquiat, el enfant terrible de la pintura afrocaribenorteamericana de los 80. El arte de Basquiat es perturbador, y más si lo entendemos en el contexto de los decadentes años 80, con todo y su mal gusto. Pero Basquiat triunfó en un mercado cada vez más anodino, con talento y pasión. No creo que Basquiat haya sido un gran artista. Sí creo que su obra no fue entendida en su momento, y ahora, con toda la apertura artística que hay, está sobrevalorada. Vi la película y vi algunos cuadros de Basquiat y después me dieron ganas de escribir algo al respecto. Pero no sobre el arte, sino sobre el jazz, un mundo que Basquiat conocía muy bien. Por algo se declaraba fanático de Miles Davis.
NINE BARBOSA O LA NUBE DE HUMO
NINE BARBOSA O LA NUBE DE HUMO
En diciembre de 1957, Joshua Nine Barbosa, legendario jazzman de Nueva York, llegó a la Ciudad México para entrevistarse con otro personaje no menos legendario: el escritor Travis Templeton. Un vuelo con una escala interminable en Dallas, algo accidentado por las condiciones climáticas, depositó al Lord of Jazz, como era conocido en el mundillo musical de Nueva York, en la apenas urbana Ciudad de México. En el aeropuerto lo esperaba el chofer de Templeton, que también fungía como secretario particular. El chofer tenía indicaciones precisas de llevar a Nine a un hotel del centro de la ciudad, lugar donde sería la reunión. Los motivos de esta reunión son oscuros. Se sabe que Templeton llevaba una buena temporada en la Ciudad de México luchando contra una larga adicción a la heroína, pero ésta había acrecentado debido a problemas matrimoniales con Sera, su mujer, y a la inactividad que lo llevaba a pasar horas enteras frente a su máquina portátil sin escribir una sola línea. No hay indicios que tanto Templeton como Nine se hayan conocido personalmente. Sin embargo, la posibilidad está latente. Nine llevaba dos años sobrio luego de un derrame cerebral que la había dejado secuelas visibles –la boca algo fruncida, cierta inmovilidad en su brazo izquierdo. Pero ni con eso había perdido el toque: seguía tocando el saxofón con la misma fuerza demoníaca capaz de levantar a un muerto. El club Bonnie’s, en Broadway, se llenaba tres veces por semana para ver a Nine, que había recibido su apodo porque sólo tenía nueve dedos.
El automóvil salió del aeropuerto de Ciudad de México alrededor de las siete de la noche y nunca llegó a su destino. Un mes después encontraron el automóvil Ford Packard modelo 1949 –perteneciente a Martínez Renta de Autos- en un lote baldío de la ciudad de Monterrey, a mil kilómetros de Ciudad de México. De Nine y el chofer no se sabía nada. En el guardaequipaje encontraron un abrigo de casimir y una novela de Scott Fitzgerald. Horas más tarde, los detectives supieron que tanto el abrigo como la novela pertenecían a Templeton. Desde un principio no habían desechado la posibilidad que Templeton estuviera involucrado en las dos desapariciones. Necesitaban encontrar el móvil, el modus operandi de Templeton, una causa oculta que brotara a la luz y podían atraparlo.
La declaración de Templeton fue parca y repetitiva. Pidió un traductor, alegando poco dominio del español. Sin embargo, en el transcurso de la declaratoria fue mezclando su inglés bostoniano con el español que, para sorpresa del Agente del Ministerio Público y demás presentes, era excelente, incluso mucho mejor que el de varios asistentes, incluido, claro, el traductor.
La historia que contó Templeton es ambigua, y, tal vez por ello, interesante. Templeton era un excelente narrador, eso es innegable. Para beneficio de este relato, es necesario reproducir o intentar reproducir lo que Travis Templeton dijo días después de la desaparición de Nine Barbosa y el chofer.
Según Templeton, la primera llamada de Nine Barbosa la recibió a mediados de septiembre. Cómo consiguió su número telefónico en Ciudad de México, lo ignoraba. Templeton había guardado con celo datos sobre su paradero, muy pocos sabían que estaba en México, algún hermano de Sera y el editor del novelista. Se presentó muy formal, dijo que admiraba sus libros –dijo, “me encantó como pocas su anterior novela, Demencia”- y que tenía un proyecto que, estaba seguro, sería de su total interés. Templeton afirmó que en ese momento estaba drogado, que había consumido pequeñas dosis de morfina, por prescripción médica, para paliar su adicción a la heroína, y por esa razón no prestó mucha atención a las palabras de Nine. Nine colgó. Un error, afirma Templeton, el no haber prestado la atención necesaria a Nine. Sintió que el músico lo había tomado de mala manera y no volvería a llamar. Templeton admiraba sobremanera la obra de Nine Barbosa, e incluso alguna vez había entrado en el Bonnie’s para poder apreciar sus famosísimos y titánicos solos. Claro que en la oscuridad del club todo era confuso. Templeton puso especial atención en cómo Nine manipulaba el saxofón con nueve dedos: sus manos se movían de manera cadenciosa, convirtiendo lo grotesco en arte y lo artístico en sutileza. Muchos afirmaban que con diez dedos Nine no habría pasado de ser un músico del montón y no el Maestro que es hoy día. Suposiciones. Joshua Nine Barbosa desapareció una tarde de diciembre de 1957 y las notas de su música dejaron de sonar.
Templeton tuvo noticias de Nine una semana después. En esa ocasión contestó Sera. Hablaba para invitarlo a un “proyecto”. Al preguntarle Templeton de qué se trataba, Nine sólo respondió que pronto lo sabría. Templeton insistió y recibió la misma respuesta. Colgó. Un excéntrico fastidiando a otro excéntrico, pensó en ese momento. De cualquier forma la idea de trabajar con Nine le atraía. Era una buena excusa para obligar a Sera a dejar México – se había encariñado tanto con el país que más de una vez había sugerido el comprar una casa en Cuernavaca y adoptar un niño indígena; ella podría dedicarse a pintar y Templeton retomaría el camino, el silencio del campo lo aliviaría de sus males y tendría la estabilidad necesaria para poder escribir- y regresar a Nueva York. Templeton afirmó que extrañaba Nueva York. Extrañaba el idioma, las calles, el aire turbio de Brooklyn –donde tenía un departamento- y las constantes borracheras con los poetas del círculo Action. En una pequeña digresión, Templeton mencionó que quince días antes de la primera llamada de Nine, Ishmael Blausch, el gran poeta de la Tríada de Sangre, lo había visitado en su departamento de la calle Amberes. El editor de Templeton, no pudiendo negarse a la expresa petición del laureado poeta (quien, junto con Templeton y Casiari, formaba la tríada de autores indispensables para las letras norteamericanas y, además, eran éxito de ventas por donde se mirase), le había dado la dirección y una larga nota donde lamentaba esa leve traición a su confianza. Cosas de editores. Blausch pasó seis días en México y juntos se emborracharon en bares de mala muerte y convivieron con los pocos escritores que notaron la presencia de ambos.
Pasaron semanas y Nine Barbosa no llamaba. Templeton creyó que se había tratado de una broma de mal gusto, o, peor aún, de una alucinación. La llamada de Barbosa le confirmó que estaba equivocado. El “proyecto” era en serio, pero al preguntar –nuevamente- sobre el mismo, recibió la misma respuesta. “Necesitamos vernos”, dijo Barbosa, “para afinar detalles”. Con la excitación del misterio, Templeton aceptó, no sería él quien desairara al Lord of jazz. Le dio su dirección en México, y Nine afirmó que llegaría en unos días. “Una mujer, desconozco quién, avisó aproximadamente cinco horas después, en una llamada escueta, que Nine llagaría a Ciudad de México en la tarde del día siguiente. Sólo pude decirle que mi chofer estaría esperándolo. Después de eso, no volví a saber de él”, dijo Templeton, finalizando su declaración.
La declaración de Templeton no ayudó mucho con la investigación, más si tomamos en cuenta que mencionó nombres y situaciones desconocidas para los agentes mexicanos. Estaba muy reciente el accidente en el que William Burroughs había disparado a su esposa haciéndose pasar por William Tell, y la cancillería americana pidió que el proceso se llevara con mucha discreción. Templeton no pudo decir nada más. Los agentes mexicanos descubrieron que efectivamente en la cuenta telefónica de Templeton aparecían tres llamadas procedentes de Nueva York en un intervalo de tiempo similar al que había mencionado Templeton en su declaración. A pesar de los esfuerzos del abogado de Templeton, éste no podía abandonar el país hasta que la investigación concluyera. Una apelación, y la falta de pruebas que lo inculparan, permitieron que Templeton abandonara México. Regresó a Nueva York en medio del escándalo y sin haber escrito una sola línea publicable en más de dos años.
A mediados de marzo el caso dio un giro inesperado. Un turista inglés declaró en su país, luego de un viaje a México, que había visto (y platicado) con Nine en un bar de Ciudad de México. Por supuesto, nadie le creyó. El gobierno mexicano hizo una petición formal para que el turista inglés viajara a México a declarar, pero el gobierno inglés la rechazó. Poco después, el turista inglés declaró a otro periódico que efectivamente había convivido con Nine, o con una persona muy parecida a Nine que se hacía pasar por él. Y dio datos precisos de la ubicación de bar. Los detectives mexicanos a cargo del caso, se entrevistaron con el dueño del bar pero no pudieron obtener nada concreto: era común que muchos turistas llenaran el bar y no pudo precisar si Nine había estado alguna vez ahí.
El caso se fue apagando. En Estados Unidos, la desaparición de Nine se fue convirtiendo en una verdadera leyenda. Varios directores de cine viajaron a México para hacer el recorrido que hiciera Nine con el fin de hacer una película. Hubo conciertos, semanas culturales, juegos florales en su nombre. La Junta Municipal de Green River, Alabama, lugar de nacimiento de Nine, le convirtió en Hijo Predilecto, y en todo el estado la figura de Nine se convirtió en referencia obligada de la más alta expresión de negritud. Se reeditaron sus discos, y su familia ganó una fortuna. Incluso Templeton, cuando vio que podría sacar provecho del vendaval, escribió un largo artículo para The New Yorker en donde revelaba que había tenido otra conversación con Nine diez días antes de su desaparición en donde éste le explicó el motivo del “proyecto”: pensaba escribir una pieza ambientada en la Guerra Civil para ser representada en Broadway, y necesitaba de un guión expresamente escrito por Templeton para lograrlo. Templeton dio algunas entrevistas al respecto, e incluso escribió una novela de cierto éxito en donde narraba toda su estadía en México y terminaba con la misteriosa llamada de la mujer que le anunció que Nine llegaría por la tarde. Años después, él mismo terminó por desmentir la conversación y pidió disculpas “en memoria de ese gran hombre que contribuyó a que el jazz fuera considerado como una bella arte”.
El paradero de Templeton nunca fue aclarado del todo. Durante años salieron a la luz personajes que aseguraban haberlo visto en algún lado. En 1979, Richard Seris dirigió The artist lost, una semblanza de la vida de Nine hasta su desaparición en Ciudad de México, y con Sidney Poitier haciendo una memorable interpretación de Nine. La película fue grabada en algunos locales famosos del Greenwich Village. Cuentan que durante el rodaje, un joven con un enorme peinado afro, que trabajaba para el iluminador del local, se acercó a Seris y le preguntó si alguna vez sabríamos que fue del famoso jazzman. Seris, aturdido por la grabación, no prestó atención al joven pero le dijo que necesitaba un tipo negro que tuviera pinta de drogadicto para algunas escenas. El joven aceptó. Esa fue la primera aparición en cámara de Jean Michel Basquiat.
En 1988, cuando el affaire Nine se encontraba estancado, la revista argentina Tiempo musical publicó un artículo donde un conocido crítico de música aseguraba que Nine había tocado en un bar rioplatense durante el invierno argentino de 1986. El crítico mencionó que este jazzista tenía la peculiaridad de sólo tener nueve dedos y era un verdadero genio. Algunas revistas musicales de Estados Unidos enviaron a reporteros a verificar la nota pero el gobierno había clausurado el lugar por cuestiones de sanidad. Los rastros de Nine llevaron a los reporteros a Adrogué, Buenos Aires, Montevideo, Río de Janeiro, Sao Paulo. El crítico fue despedido de la revista, y poco después se suicidó.
Todo estuvo en calma durante años. En 1999, cuando Nine cumpliría ochenta años, un primo envió a John Salvaterre, crítico de jazz de la prestigiosa Jazz’s World, publicada en Boston, un sobre con algunos casets que contenían, sorprendentemente, algunas grabaciones inéditas de Nine Barbosa. Eran diez piezas majestuosas al puro estilo de Nine, ese estilo particular que lo había encumbrado en los años cincuenta. El sobre tenía un largo recorrido. Resulta que había sido enviado desde cabo San Lucas, México a Salvaterre en 1989, cuando éste todavía trabajaba para una revista de Nueva York. En el trayecto, y al no confirmar la dirección correcta, la oficina postal de Nueva York nunca entregó el sobre y éste estuvo almacenado durante diez años entre un montón interminable de objetos perdidos o nunca entregados. Michael Salvaterre, primo de John, había sido relegado de su puesto de Almacenista en Jefe de la Oficina Postal de Nueva York, y se encontraba haciendo labores de limpieza en una bodega donde guardaban todo aquello extraviado, y un una caja de sobres y cartas de otros países encontró un sobre dirigido a su primo. Lo entregó a su primo a cambio de mil dólares que John pagó sin decir palabra. Salvaterre, con una agitación infantil, escuchó la cinta más de cinco veces hasta comprobar que en verdad cabría la posibilidad que fueran de Nine. Confesó su hallazgo a Robert Milney, el crítico más influyente, y éste le ofreció cincuenta mil dólares por las cintas. Salvaterre rechazó la oferta. Dio a conocer las cintas en una entrevista al The New York Times. Los reporteros siguieron la dirección que Salvaterre dio en Cabo San Lucas, pero hacía años que la casa estaba deshabitada. Ningún vecino pudo dar opinión alguna de Nine. La historia del hallazgo de las cintas inéditas de Nine dio la vuelta al mundo. Seis meses después, Salvaterre vendió las cintas a una disquera en una cifra que escandalizó al mundo del jazz. Así, en 2000 se editó The long travel. Inedits Pieces of Joshua “Nine” Barbosa. El disco contenía la música remasterizada y un documental sobre la historia del hallazgo de las Cintas, dirigido, nuevamente, por Richard Seris. La vida de Nine Barbosa fue una bola de humo. Escaparse, huir, viajar o tal vez permanecer en el mismo sitio haciendo creer a todos que era ubicuo. O morir en la ingenua Ciudad de México de los años cincuenta.
El automóvil salió del aeropuerto de Ciudad de México alrededor de las siete de la noche y nunca llegó a su destino. Un mes después encontraron el automóvil Ford Packard modelo 1949 –perteneciente a Martínez Renta de Autos- en un lote baldío de la ciudad de Monterrey, a mil kilómetros de Ciudad de México. De Nine y el chofer no se sabía nada. En el guardaequipaje encontraron un abrigo de casimir y una novela de Scott Fitzgerald. Horas más tarde, los detectives supieron que tanto el abrigo como la novela pertenecían a Templeton. Desde un principio no habían desechado la posibilidad que Templeton estuviera involucrado en las dos desapariciones. Necesitaban encontrar el móvil, el modus operandi de Templeton, una causa oculta que brotara a la luz y podían atraparlo.
La declaración de Templeton fue parca y repetitiva. Pidió un traductor, alegando poco dominio del español. Sin embargo, en el transcurso de la declaratoria fue mezclando su inglés bostoniano con el español que, para sorpresa del Agente del Ministerio Público y demás presentes, era excelente, incluso mucho mejor que el de varios asistentes, incluido, claro, el traductor.
La historia que contó Templeton es ambigua, y, tal vez por ello, interesante. Templeton era un excelente narrador, eso es innegable. Para beneficio de este relato, es necesario reproducir o intentar reproducir lo que Travis Templeton dijo días después de la desaparición de Nine Barbosa y el chofer.
Según Templeton, la primera llamada de Nine Barbosa la recibió a mediados de septiembre. Cómo consiguió su número telefónico en Ciudad de México, lo ignoraba. Templeton había guardado con celo datos sobre su paradero, muy pocos sabían que estaba en México, algún hermano de Sera y el editor del novelista. Se presentó muy formal, dijo que admiraba sus libros –dijo, “me encantó como pocas su anterior novela, Demencia”- y que tenía un proyecto que, estaba seguro, sería de su total interés. Templeton afirmó que en ese momento estaba drogado, que había consumido pequeñas dosis de morfina, por prescripción médica, para paliar su adicción a la heroína, y por esa razón no prestó mucha atención a las palabras de Nine. Nine colgó. Un error, afirma Templeton, el no haber prestado la atención necesaria a Nine. Sintió que el músico lo había tomado de mala manera y no volvería a llamar. Templeton admiraba sobremanera la obra de Nine Barbosa, e incluso alguna vez había entrado en el Bonnie’s para poder apreciar sus famosísimos y titánicos solos. Claro que en la oscuridad del club todo era confuso. Templeton puso especial atención en cómo Nine manipulaba el saxofón con nueve dedos: sus manos se movían de manera cadenciosa, convirtiendo lo grotesco en arte y lo artístico en sutileza. Muchos afirmaban que con diez dedos Nine no habría pasado de ser un músico del montón y no el Maestro que es hoy día. Suposiciones. Joshua Nine Barbosa desapareció una tarde de diciembre de 1957 y las notas de su música dejaron de sonar.
Templeton tuvo noticias de Nine una semana después. En esa ocasión contestó Sera. Hablaba para invitarlo a un “proyecto”. Al preguntarle Templeton de qué se trataba, Nine sólo respondió que pronto lo sabría. Templeton insistió y recibió la misma respuesta. Colgó. Un excéntrico fastidiando a otro excéntrico, pensó en ese momento. De cualquier forma la idea de trabajar con Nine le atraía. Era una buena excusa para obligar a Sera a dejar México – se había encariñado tanto con el país que más de una vez había sugerido el comprar una casa en Cuernavaca y adoptar un niño indígena; ella podría dedicarse a pintar y Templeton retomaría el camino, el silencio del campo lo aliviaría de sus males y tendría la estabilidad necesaria para poder escribir- y regresar a Nueva York. Templeton afirmó que extrañaba Nueva York. Extrañaba el idioma, las calles, el aire turbio de Brooklyn –donde tenía un departamento- y las constantes borracheras con los poetas del círculo Action. En una pequeña digresión, Templeton mencionó que quince días antes de la primera llamada de Nine, Ishmael Blausch, el gran poeta de la Tríada de Sangre, lo había visitado en su departamento de la calle Amberes. El editor de Templeton, no pudiendo negarse a la expresa petición del laureado poeta (quien, junto con Templeton y Casiari, formaba la tríada de autores indispensables para las letras norteamericanas y, además, eran éxito de ventas por donde se mirase), le había dado la dirección y una larga nota donde lamentaba esa leve traición a su confianza. Cosas de editores. Blausch pasó seis días en México y juntos se emborracharon en bares de mala muerte y convivieron con los pocos escritores que notaron la presencia de ambos.
Pasaron semanas y Nine Barbosa no llamaba. Templeton creyó que se había tratado de una broma de mal gusto, o, peor aún, de una alucinación. La llamada de Barbosa le confirmó que estaba equivocado. El “proyecto” era en serio, pero al preguntar –nuevamente- sobre el mismo, recibió la misma respuesta. “Necesitamos vernos”, dijo Barbosa, “para afinar detalles”. Con la excitación del misterio, Templeton aceptó, no sería él quien desairara al Lord of jazz. Le dio su dirección en México, y Nine afirmó que llegaría en unos días. “Una mujer, desconozco quién, avisó aproximadamente cinco horas después, en una llamada escueta, que Nine llagaría a Ciudad de México en la tarde del día siguiente. Sólo pude decirle que mi chofer estaría esperándolo. Después de eso, no volví a saber de él”, dijo Templeton, finalizando su declaración.
La declaración de Templeton no ayudó mucho con la investigación, más si tomamos en cuenta que mencionó nombres y situaciones desconocidas para los agentes mexicanos. Estaba muy reciente el accidente en el que William Burroughs había disparado a su esposa haciéndose pasar por William Tell, y la cancillería americana pidió que el proceso se llevara con mucha discreción. Templeton no pudo decir nada más. Los agentes mexicanos descubrieron que efectivamente en la cuenta telefónica de Templeton aparecían tres llamadas procedentes de Nueva York en un intervalo de tiempo similar al que había mencionado Templeton en su declaración. A pesar de los esfuerzos del abogado de Templeton, éste no podía abandonar el país hasta que la investigación concluyera. Una apelación, y la falta de pruebas que lo inculparan, permitieron que Templeton abandonara México. Regresó a Nueva York en medio del escándalo y sin haber escrito una sola línea publicable en más de dos años.
A mediados de marzo el caso dio un giro inesperado. Un turista inglés declaró en su país, luego de un viaje a México, que había visto (y platicado) con Nine en un bar de Ciudad de México. Por supuesto, nadie le creyó. El gobierno mexicano hizo una petición formal para que el turista inglés viajara a México a declarar, pero el gobierno inglés la rechazó. Poco después, el turista inglés declaró a otro periódico que efectivamente había convivido con Nine, o con una persona muy parecida a Nine que se hacía pasar por él. Y dio datos precisos de la ubicación de bar. Los detectives mexicanos a cargo del caso, se entrevistaron con el dueño del bar pero no pudieron obtener nada concreto: era común que muchos turistas llenaran el bar y no pudo precisar si Nine había estado alguna vez ahí.
El caso se fue apagando. En Estados Unidos, la desaparición de Nine se fue convirtiendo en una verdadera leyenda. Varios directores de cine viajaron a México para hacer el recorrido que hiciera Nine con el fin de hacer una película. Hubo conciertos, semanas culturales, juegos florales en su nombre. La Junta Municipal de Green River, Alabama, lugar de nacimiento de Nine, le convirtió en Hijo Predilecto, y en todo el estado la figura de Nine se convirtió en referencia obligada de la más alta expresión de negritud. Se reeditaron sus discos, y su familia ganó una fortuna. Incluso Templeton, cuando vio que podría sacar provecho del vendaval, escribió un largo artículo para The New Yorker en donde revelaba que había tenido otra conversación con Nine diez días antes de su desaparición en donde éste le explicó el motivo del “proyecto”: pensaba escribir una pieza ambientada en la Guerra Civil para ser representada en Broadway, y necesitaba de un guión expresamente escrito por Templeton para lograrlo. Templeton dio algunas entrevistas al respecto, e incluso escribió una novela de cierto éxito en donde narraba toda su estadía en México y terminaba con la misteriosa llamada de la mujer que le anunció que Nine llegaría por la tarde. Años después, él mismo terminó por desmentir la conversación y pidió disculpas “en memoria de ese gran hombre que contribuyó a que el jazz fuera considerado como una bella arte”.
El paradero de Templeton nunca fue aclarado del todo. Durante años salieron a la luz personajes que aseguraban haberlo visto en algún lado. En 1979, Richard Seris dirigió The artist lost, una semblanza de la vida de Nine hasta su desaparición en Ciudad de México, y con Sidney Poitier haciendo una memorable interpretación de Nine. La película fue grabada en algunos locales famosos del Greenwich Village. Cuentan que durante el rodaje, un joven con un enorme peinado afro, que trabajaba para el iluminador del local, se acercó a Seris y le preguntó si alguna vez sabríamos que fue del famoso jazzman. Seris, aturdido por la grabación, no prestó atención al joven pero le dijo que necesitaba un tipo negro que tuviera pinta de drogadicto para algunas escenas. El joven aceptó. Esa fue la primera aparición en cámara de Jean Michel Basquiat.
En 1988, cuando el affaire Nine se encontraba estancado, la revista argentina Tiempo musical publicó un artículo donde un conocido crítico de música aseguraba que Nine había tocado en un bar rioplatense durante el invierno argentino de 1986. El crítico mencionó que este jazzista tenía la peculiaridad de sólo tener nueve dedos y era un verdadero genio. Algunas revistas musicales de Estados Unidos enviaron a reporteros a verificar la nota pero el gobierno había clausurado el lugar por cuestiones de sanidad. Los rastros de Nine llevaron a los reporteros a Adrogué, Buenos Aires, Montevideo, Río de Janeiro, Sao Paulo. El crítico fue despedido de la revista, y poco después se suicidó.
Todo estuvo en calma durante años. En 1999, cuando Nine cumpliría ochenta años, un primo envió a John Salvaterre, crítico de jazz de la prestigiosa Jazz’s World, publicada en Boston, un sobre con algunos casets que contenían, sorprendentemente, algunas grabaciones inéditas de Nine Barbosa. Eran diez piezas majestuosas al puro estilo de Nine, ese estilo particular que lo había encumbrado en los años cincuenta. El sobre tenía un largo recorrido. Resulta que había sido enviado desde cabo San Lucas, México a Salvaterre en 1989, cuando éste todavía trabajaba para una revista de Nueva York. En el trayecto, y al no confirmar la dirección correcta, la oficina postal de Nueva York nunca entregó el sobre y éste estuvo almacenado durante diez años entre un montón interminable de objetos perdidos o nunca entregados. Michael Salvaterre, primo de John, había sido relegado de su puesto de Almacenista en Jefe de la Oficina Postal de Nueva York, y se encontraba haciendo labores de limpieza en una bodega donde guardaban todo aquello extraviado, y un una caja de sobres y cartas de otros países encontró un sobre dirigido a su primo. Lo entregó a su primo a cambio de mil dólares que John pagó sin decir palabra. Salvaterre, con una agitación infantil, escuchó la cinta más de cinco veces hasta comprobar que en verdad cabría la posibilidad que fueran de Nine. Confesó su hallazgo a Robert Milney, el crítico más influyente, y éste le ofreció cincuenta mil dólares por las cintas. Salvaterre rechazó la oferta. Dio a conocer las cintas en una entrevista al The New York Times. Los reporteros siguieron la dirección que Salvaterre dio en Cabo San Lucas, pero hacía años que la casa estaba deshabitada. Ningún vecino pudo dar opinión alguna de Nine. La historia del hallazgo de las cintas inéditas de Nine dio la vuelta al mundo. Seis meses después, Salvaterre vendió las cintas a una disquera en una cifra que escandalizó al mundo del jazz. Así, en 2000 se editó The long travel. Inedits Pieces of Joshua “Nine” Barbosa. El disco contenía la música remasterizada y un documental sobre la historia del hallazgo de las Cintas, dirigido, nuevamente, por Richard Seris. La vida de Nine Barbosa fue una bola de humo. Escaparse, huir, viajar o tal vez permanecer en el mismo sitio haciendo creer a todos que era ubicuo. O morir en la ingenua Ciudad de México de los años cincuenta.
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