Richard Ford
sábado, 20 de agosto de 2011
HILARIO PEÑA
domingo, 14 de agosto de 2011
1955
1955
José Emilio Pacheco
A la memoria de Louis Panablére
En la cultura contemporánea la rapidez del olvido supera la velocidad de la luz Para la inmensa mayoría de los mexicanos 1955 es un año anterior a su nacimiento; por tanto, prehistórico, tan remoto como 1786 ó 1329 Con todo, antes de que 1995 se hunda también en la sombra eterna, repasemos algunas imágenes de México y el resto del mundo tal y como fueron cuarenta años atrás
Walter Benjamin volvió perdurable la cita de Jules Michelet con que termina París, capital del siglo XIX: “Toda época sueña la siguiente y al soñarla la impulsa hacia el despertar” La frase define a 1955 mejor que si dijéramos “fue el remoto comienzo del fin de siglo” Al repasarlo sentimos lo que Wislawa Szymborska al leer cartas de los muertos: “somos como dioses desamparados/ pero dioses después de todo,/porque sabemos lo que pasó más tarde”.
Situado entre el 45 y el 68, 1955 parece a primera vista bobo, blando, iluso, mediocre, conformista, silente Un año autosatisfecho con la prosperidad que nunca volverá y el fin de las restricciones que siguieron a la Segunda guerra mundial Un año en que la única conversación posible parecía discutir los méritos de los nuevos modelos: el Packard 400, el Chevrolet Bel Air convertible, el Hudson Rambler o el Ford Crown Victoria
Sin embargo 1955 es el año en que surge la noción del tercer mundo en la conferencia de Bandung (Indonesia) Donde sobresalen Chou En-lai, Nehru y Nasser Dondequiera se vive con la aterradora certeza de que algo —un avión norteamericano derribado por los soviéticos en el estrecho de Behring, un encuentro entre israelíes y egipcios en Gaza, un disparo en la frontera entre las dos Coreas, un incidente en el Berlín dividido— desatará la tercera y última guerra mundial Albert Einstein, días antes de su muerte, Bertrand Russell y otros siete pensadores y científicos piden a la humanidad decir en definitiva adiós a las armas: el empleo de la bomba de hidrógeno significa el exterminio total En caso de ataque la usaremos, dice Ike, el presidente que una década atrás fue el general Dwight D Eisenhower, supremo comandante aliado en Europa y es, como Douglas MacArthur, Patton y todos los demás, veterano de las incursiones en México
Una de las más prósperas industrias estadunidenses es la venta de shelters, refugios antiatómicos prefabricados El país tiene cuatro mil bombas H, contra mil de la URSS Hay una reunión de los Cuatro Grandes en Ginebra Se habla de que es posible la coexistencia pacífica, pero las naciones del bloque llamado socialista se unen bajo el Pacto de Varsovia para hacer frente a cualquier avance de la OTAN En Río de Janeiro se forma la Confederación Anticomunista Interamericana para la Defensa Continental Jruschov, secretario general del PC, cesa a Georgi Malenkov y designa al mariscal Nikolai Bulganin como primer ministro El mariscal Zhukov, conquistador de Berlín, es el ministro de Defensa Uno y otro bando anuncian que para 1957 habrán puesto su primer satélite en el espacio y emplearán yets en la aviación civil
A los 81 años Winston Churchill renuncia al gobierno británico La reina Isabel nombra para sucederlo a Sir Anthony Eden En Argentina acaban los diez años de peronismo. El general Eduardo Lonardi encabeza la rebelión del ejército en Córdoba La armada se une al cuartelazo y dice que bombardeará la capital desde el Río de la Plata Buenos Aires se declara ciudad abierta Juan Domingo Perón renuncia y se exilia primero en Paraguay y luego en Panamá Lonardi se sostiene unas semanas en la presidencia y después lo reemplaza el general Pedro Aramburu Un neologismo enriquece el vocabulario político latinoamericano: gorilas.
El aislamiento en que sobrevivió España tras la caída de Hitler y Mussolini se rompe con la visita del ministro de Estado John Forster Dulles al generalísimo Franco A cambio de permitir la instalación de bases militares en su territorio el régimen franquista es admitido en la comunidad del mundo libre.
Extremos de México
En México no pasa nada Los jóvenes lamentan vivir una era tan aburrida Los mayores recuerdan los tiempos en que la presidencia se ganaba con las armas, no gracias al dedo del antecesor, y los políticos dirimían sus querellas a balazos Como aterradora advertencia de que no debe volver una época en que se asesinaba a los poderosos, en San Ángel se muestra a los niños el brazo lívido y velludo de Obregón cociéndose en formol.
El informe presidencial empieza con las palabras rituales: “En un mundo convulso México ha vivido otro año de paz y de progreso” Cuando menos la economía se ha recuperado del trauma que significó la catastrófica devaluación del año anterior en la que el peso alcanzó el inconcebible abismo de 1250 por dólar
En las elecciones para diputados votan por vez primera las mujeres Nada encarna la “etapa del despegue”, la modernización ni el porvenir radiante como la nueva Ciudad Universitaria El cambio paulatino hacia el Pedregal consuma la muerte del centro, iniciada una década atrás cuando la aparición de “Sears” desplazó la zona comercial hasta Insurgentes En lo que fue Colonia Americana, Colonia de los Extranjeros y después Colonia Juárez desaparecen las mansiones porfirianas de techos inclinados por los que sólo dos o tres veces en el siglo resbaló la nieve Ya están allí algunos restaurantes y centros nocturnos de lujo pero faltan dos años para que se forme la Zona Rosa Durará tres lustros antes de que el Metro incruste el México popular con el bronco aroma de sus fritangas en lo que intentó ser el reducto “del arte y el buen gusto”
El país tiene 29 millones de habitantes; la capital tres millones y medio De los 90 mil niños que llegan al mundo cada día ¿cuántos nacen en México? Muchos seguramente, pues para darle trabajo a todos tendrían que abrirse cada año 250 mil puestos Y los campesinos llegan por miles diariamente En el campo apenas ganan un promedio anual de 560 pesos (12 centavos de dólar al día), más o menos lo que gastan dos parejas por una noche de cena, baile y copas en el “Jacarandas” o el “Villafontana”
Pero cabarets y cantinas cierran a la una Bajo la austeridad de Adolfo Ruiz Cortines y el “Regente de Hierro” Ernesto P Uruchurtu, México ha dejado de ser el escenario de la orgía perpetua que fue durante el alemanismo O mejor dicho, el sexo ha pasado a la pseudoclandestinidad Por todas las colonias proliferan los “courts”, moteles de un rato o una noche que han sustituido a los “gabinetes reservados” de los restaurantes porfirianos como escenarios del amor-pasión, la seducción, el adulterio y a veces el pacto suicida Pero contra el terror al embarazo y a la sífilis, el burdel paradigmático, el de Graciela Olmos, “La Bandida”, está ante “El Palacio de Hierro” que ocupa el lugar del Toreo de la Condesa.
Desaparecidos por orden del Regente Vea y Vodevil, la mano de Onán no tiene más recurso que las estrellas del cine nacional retratadas en bikini en las páginas a color de Siempre! y en rotograbado en Cine Mundial A los hermanos Calderón se les ocurre hacer frente al reto televisivo —los canales 2, 4 y 5 se unen para formar Telesistema Mexicano que a partir de 1972 se llamará Televisa— y presentar películas con desnudos “artísticos” (y parciales: estamos lejos aún de los setenta con sus “guerras púbicas”) de Ana Luis Peluffo, Kitty de Hoyos, Columba Domínguez y Amanda del Llano
Luis Buñuel filma Ensayo de un crimen Rodolfo Usigli dice que no reconoce su novela Miroslava se suicida Desata teorías de la conspiración menos extendidas, sin embargo, que las propagadas por la muerte de Carlos Lazo, secretario de Comunicaciones y arquitecto que dirigió las obras en la Ciudad Universitaria y transformó el río de la Piedad en Viaducto Alemán Lazo muere al desplomarse su avión sobre el lago de Texcoco, cuando apenas había despegado del aeropuerto ¿Es porque iba a ser presidente en 58? No hombre, imposible Esas cosas no volverán a ocurrir en México Fue una muerte accidental No le busques.
Juan Rulfo publica Pedro Páramo. Se apresura a celebrarla Carlos Fuentes que, con Emmanuel Carballo, inicia la Revista Mexicana de Literatura En su primer número Octavio Paz se pregunta en “El cántaro roto” si en la noche de México sólo el Cacique Gordo de Cempoala es inmortal Paz, Arreola y otros escritores y pintores se unen para colaborar con los jóvenes que crean un nuevo teatro mexicano en “Poesía en voz alta”, grupo dirigido por Héctor Mendoza y José Luis Ibáñez Es parte del gran impulso renovador auspiciado por Jaime García Terrés desde la dirección de Difusión Cultural de la UNAM Su medio siglo de escritor le es celebrado a Alfonso Reyes con el primer tomo de sus Obras completas, no terminadas hasta 1993 México en la cultura y la Revista de la Universidad son las publicaciones centrales del momento La oposición se manifiesta en Metáfora, dirigida por Jesús Arellano y A Silva Villalobos La canción del año no es “Historia de un amor” ni “Los marcianos”: José Alfredo Jiménez resume cuatro mil años de poesía judeocristiana en “Camino de Guanajuato”: “No vale nada la vida/La vida no vale nada/ Comienza siempre llorando/ y así llorando se acaba/ Por eso es que en este mundo/ la vida no vale nada”.
Marylin Monroe, Elvis Presley, James Dean.
Pero el centro de todo no está aquí sino en el país que salió victorioso de la autodestrucción de Europa y la guerra por el control del Océano Pacífico Es el primer imperio de la historia que cuenta con una industria de las comunicaciones capaz de imponer su cultura al instante y en escala planetaria Así, la imagen paradigmática de 1955 podría ser la de Marylin Monroe en el instante de Comezón del séptimo año en que el viento desplazado por el subway de Nueva York le levanta la falda Ya están Brigitte Bardot y los beatniks pero tendrán que esperar al año siguiente para que se difundan por todo el mundo.
En cambio 1955 es propiedad de Elvis y James Dean El rock viene de lejos En lo inmediato, el 54, un grupo negro, The Chords, ha triunfado en Sh-boom A comienzos del 55 un grupo blanco, Bill Halley y sus Cometas, hace escuchar dondequiera Rock Around the Clock Enseguida un joven trailero de 21 años se levanta de Memphis, Tenessee —la capital del Dr Schools, el primer hombre que se preocupó por los pies— y vende un millón de ejemplares de sus primeros éxitos: Sixteen tons, Don’t be cruel, Heartbreak Hotel, Love Me Tender Para la generación silenciosa el efecto es electrizante y orgásmico Con Elvis empieza la música como grito de rebelión Y si su rock nace de lo que más teme su país: el mestizaje —el ayuntamiento de la balada country de los red necks y el rhytm-and-blues negro— su vestuario no es ajeno al zoot suit de los pachucos que irrumpieron 12 años antes en Los Angeles, inspiraron El laberinto de la soledad y dieron al cine mexicano su más grande cómico de todos los tiempos: Tin Tan.
Life describió a James Dean como “la visión de sí mismo que cada adolescente lleva en su interior y el sueño de toda muchacha” Dean empezó como aprendiz de Marlon Brando pero un choque brutal el 30 de septiembre lo salvó de lo que Sor Juana llamaba el ultraje de la vejez. Un James Dean de 64 años y 130 kilos de peso es tan inimaginable como un Rimbaud setentón ingresando con uniforme de mamarracho en la Academia Francesa Sólo puede convertirse en leyenda el revolucionario que no se mancha con la inmundicia del poder o el actor que escapa cuando, como en el verso de Lezama Lima, había alcanzado su definición mejor.
James Dean salió de la nada y entró en la gloria amarga del estrellato y en la juventud eterna con sólo tres películas: Al este del paraíso, Gigante y sobre todo Rebelde sin causa, estrenada después de su muerte y ya bajo el aura legendaria Pauline Kael, una muchacha de su generación que se iniciaba en la crítica de cine, escribió al ver East of Eden: “Miren esa hermosa desesperación Hay una nueva imagen en el cine: el joven como un animal bello y perturbado, tan lleno de amor que está indefenso Quizá su padre no lo amó, pero la cámara lo adora y nosotros también”.
El director Elia Kazán llegó a lamentarse por haber desencadenado un nuevo Frankestein que arrojó un conjuro sobre la juventud del mundo entero (Elvis, por lo pronto, dijo: “Quiero ser conocido como el James Dean del rock”) No obstante, los personajes que encarnaron en el escenario y la pantalla estaban desde antes en la realidad La juventud alienada (el término se popularizó en 1955), el delincuente juvenil, el rebelde contra la civilización y sus descontentos ya perturbaba las conciencias antes de que se oyeran los nombres de Elvis y Dean.
Se culpaba a los cómics, que en el medio siglo alcanzaron su edad de oro; a la televisión, inocente si compara con cualquier programa actual; a las “malas lecturas” como las novelas de Mickey Spillane Pero sobre todo a la desintegración familiar provocada por el éxodo a los suburbios El padre quiso dar a su familia el aire del campo y la protección del grupo blanco, anglosajón y protestante Buenas escuelas y mejor compañía. Se acabó la familia extendida. Se confinó a los viejos en el asilo Las ciudades fueron abandonadas a los que venían del sur escapando del racismo Con su trabajo de 9 a 5 en la ciudad a la que llegaba y de la que volvía por el ferrocarril suburbano, aquel padre se convirtió en El hombre del traje gris, título del gran best seller de 1955 Su autor, Sloan Wilson, tuvo un éxito inconcebible Le duró un año Después nadie quiso volver a acordarse de él porque ya había otros diez mil Sloan Wilson a las puertas Hoy vive en una barca abandonada en Chesapeek Bay, Maryland Su existencia es casi la de un mendigo.
El monstruo de dos cabezas.
La televisión iba a matar al cine y desde luego a la lectura El primero respondió con el color, el cinemascope, la tercera dimensión y sus estorbosos anteojos y los drive ins, las pantallas al aire libre en un estacionamiento Los libros se multiplicaron al infinito y surgió el libro de bolsillo de calidad En una sola noche más gente vio Hamlet y Edipo rey que en toda la historia anterior Platón y Dante tuvieron más público que en los pasados siglos reunidos.
Pero los intelectuales se vanagloriaban de no ver lo que llamaron en este año “the idiot box” y temieron sus poderes En 1955 la tv impuso la moda (o fad, como se dice en inglés con una palabra que parece borrarse a medida que se pronuncia) de Davy Crockett: del sombrero y la chamarra hasta los juguetes y la pasta de dientes con clorofila (todo era verde entonces para limpiar el pecado original de que nos acusó el reverendo Swift: ser el más hediondo de los animales Por fin se descubrió que las cabras están por completo clorofiladas y huelen a rayos Adiós a la pasta verde) Crockett fue víctima de Santa Anna en El Alamo La moda exaltó el eterno antimexicanismo: los niños jugaban a exterminar greasers en la batalla por San Antonio
Otra posibilidad de la televisión fueron los programas de Edward R Murrow, el gran corresponsal radiofónico que trasmitió en vivo la guerra de Europa y luego en See it Now inició el periodismo televisivo de investigación y de opinión Murrow llegó a ser tan poderoso que una noche criticó al senador MacCarthy Al día siguiente centenares de periódicos lo siguieron y provocaron la ruina del inquisidor demente CBS no pudo con Murrow. En 1958 lo callaron para siempre.
Todo empezó en Alabama.
1955 terminó el primero de diciembre cuando en Memphis, Alabama, una costurera negra, exhausta tras doce horas de trabajo, se negó a cumplir la ley local y no le cedió el asiento del autobús a un blanco La señora Rosa Park fue arrestada. Su comunidad se lanzó a boicotear a la compañía de autobuses Surgió un joven líder, el Dr Martin Luther King, con la consigna de que “la no violencia es la técnica más potente para los oprimidos El sufrimiento que no merecemos tiene un efecto redentor”. Con Rosa Park y Martin Luther King nació el Movimiento Pro Derechos Civiles Aun en mayor medida que en las canciones de Elvis y las películas de Dean, en la rebelión justísima y valientísima de una costurera de Memphis, murió la era de Eisenhower y Ruiz Cortines y se gestaron los sesenta
miércoles, 10 de agosto de 2011
EL PRELUDIO
Era la mañana del 19 de septiembre de 1985. A las siete de la mañana, sonó la alarma del Sismógrafo colocado en las faldas del Popocatépetl, auspiciado por el Instituto de Geofísica de la UNAM. Una recorrido inusual del medidor de frecuencia del sismógrafo provocó que los encargados de recibir los datos, a ciento cincuenta kilómetros, se mantuvieran al tanto los próximos minutos, pero sin saber que este movimiento inusual provenía de las placas tectónicas Norteamericana y Cocos, y no, como pensaron, de los latidos intestinos de don Goyo. Eran usuales estas exultaciones del Popo (un volcán que se cuenta entre los más activos del mundo), y los geólogos nunca previeron la magnitud del desastre que estaba por venir. De cualquier forma –se escudaron días después los geólogos- veinte minutos no hubieran bastado para poner alerta a todo ese monstruo de concreto que crecía y se desparramaba más allá de los confines de sí mismo, con una población que a esa hora se preparaba para la “chinga diaria”.
En 1985 la Ciudad de México era la tercera ciudad más populosa del mundo, luego de Nueva York y Tokyo. Había sufrido, a lo largo de su historia moderna, una serie de transformaciones que habían cambiado su fisonomía urbana, convirtiéndola en una urbe progresista que albergaba un concentrado poblacional que se desparramaba y llenaba cinturones de pobreza por donde se mirase. A finales de los cincuenta, bajo el mandato de López Mateos, se inició el entubado de los principales ríos que atravesaban la ciudad: el de los Remedios, el Churubusco y el Canal de san Juan, así como la reconstrucción de ciertas zonas de Xochimilco y Cuemanco. Estas obras dieron pie a la transformación urbana y la repoblación, que llegaría a su clímax en los años sesenta con la apertura de las primeras líneas del Metro (la primera inaugurada en 1968, y la última planeada para 2012), y una década después con la construcción de los ejes viales y el anillo periférico, que circundan la ciudad dando acceso a recorridos más rápidos. La “región más trasparente”, como llamó Carlos Fuentes al Valle de México en los años cincuentas, se había convertido en un monstruo multicéfalo impregnado de smog (los índices Imeca se disparaban día con día), barrios marginales que contrastaban con la opulencia de zonas exclusivas, espectáculos cotidianos que volvían trágico lo cómico, hacinamiento de gente en multifamiliares construidos al madrazo, centros comerciales que daban a la gente común la posibilidad de distraerse con sus aparadores de marcas internacionales, y una cantidad inusitada de personas que venían de todos lados y llegaban al DF con las esperanza de encontrar una forma decente de ganarse la vida.
CUANDO DIOS DEJÓ ESTAS TIERRAS: LAS VOCES TERREMOTO.
(Cada voz, cada lamento, no ha sido recuperado. Los testimonios se cuentan por miles, así como también son miles las voces que quedaron en silencio para siempre con el terremoto del 85. Sean para ellos, pues, estás historias, y principalmente para mi tío Julián, quien murió en el terremoto y nunca encontraron su cuerpo).
Helena Terán trabajaba en una fábrica de dulces en la colonia Industrial Vallejo. Todos los días, se levantaba a las cinco de la mañana a hervir agua para nescafé, preparar el desayuno frugal que dejaba a sus hijos, bañarse, alistarse y tomar el Metro en la estación Pantitlán. Helena bajaba rigurosamente de lunes a sábado (el domingo descansaba aunque había días que lo tomaba para que rindiera para el gasto) en la estación Tlatelolco y de ahí tomaba el pesero que la dejaba a un costado de Calzada Vallejo. Esa mañana, mientras el pesero avanzaba por la calle Rinconada y escuchaban las noticias de Radio Imagen, Helena vio cómo todo se movía: los edificios parecían juguetes de papel sin control, los automóviles se meneaban de un lado a otro y comenzaron a sonar los cláxones; el chofer de la pesera paró el coche justo antes de que un poste de luz cayera sobre la unidad. Siete personas murieron, incluida Helena Terán. El chofer pudo dar fe de los hechos.
Quizá nunca se sepan cuáles fueron las últimas palabras del rockero y trovador Rockdrigo González. Para ello, debemos ficcionarlo, darle sentido desde la recreación de sus últimas horas de vida. Lo que sí sabemos es que dos noches antes había cancelado una presentación en Querétaro por un fuerte resfriado y se había quedado todo el día en cama. Por la noche, su ex pareja le había ido a visitar. No platicaron mucho. Rockdrigo le preguntó por su hija Amanda Lalena (que años más tarde se convertiría en la cantante Amandititita) y su ex le contestó que la había mandado unos días a casa de sus padres en Tampico. Su ex la preparó un té de manzanilla, y le dejó preparado un sándwich. Rockdrigo quiso que su ex le fuera a comprar cigarros a la tienda pero ésta lo reprendió y Rockdrigo, resignado, se conformó con el té y una novela de misterio que estaba leyendo. Quedaron que ella le llamaría al otro día para ver cómo seguía. A la siete y veinte de la mañana su ex se despertó en medio del caos. Marcó el número de Rockdrigo pero del otro lado de la línea nadie contestó.
José Romero Díaz era el primero en llegar a la Escuela Primaria “Constitución de 1917”, ubicada en la calle Playa Caleta de la colonia Militar Marte, en la delegación Iztacalco. Tenía el encargo del Director de abrir la escuela todos los días y revisar que todo estuviera en orden. Luego, informaba al Director. La mañana del 18 de septiembre de 1985, un día antes del terremoto, José Romero salió como de costumbre a abrir la escuela en su bicicleta Mercurio. Antes de llegar a su trabajo, paró a tomar un tamal y un champurrado con doña Chofi, en la esquina de Eje 5 sur y Calzada de la Viga. Una vez terminado su desayuno, Romero siguió avanzando por todo el eje 5 hasta llegar al eje 3 oriente de Plutarco Elías Calles, en donde, a las siete y media de la mañana, un automóvil de carga perdió el control y lo arrojó contra un árbol que no tardó en caerse. Por increíble que parezca, Romero no murió ese día: quizá no era su hora. Romero murió al desplomarse el Hospital General, donde fue trasladado luego del accidente, durante el terremoto del 19 de septiembre. Murieron junto con él 80 personas que se encontraban internados en diferentes salas. Sus familiares nunca recuperaron su cuerpo.
CRÓNICA DEL TERREMOTO.
A las 7:20 de la mañana del martes 19 de septiembre de 1985, un terremoto de 8.1 grados en escala Richter devastó la Ciudad de México luego de un tiempo estimado de minuto y medio. “La realidad cotidiana”, como señaló Carlos Monsiváis, “se desmenuza en oscilaciones, ruidos categóricos o minúsculos, estallidos de cristales, desplomes de objetos o de revestimientos, gritos, llantos, el intenso crujido que anuncia la siguiente impredecible metamorfosis de la habitación, del edificio, del departamento…” El caos impera en toda la ciudad. Durante los primeros minutos los habitantes, incrédulos, degluten el misterio de lo irreconocible con una paciencia pasmosa. El sólo pensar en el interminable movimiento de los objetos dentro o fuera de su casa, fuera de sí en un baile incesante, los pone histéricos. Muchos se arrastran y logran salir de los escombros de lo que fue su casa. Miran su entorno como un loco mira el horizonte: sin esperanza, atados a ver sin querer ver, descubriendo en otros la terrible realidad: hijos muertos, familiares desaparecidos, madres que prefirieron proteger a sus hijos el último momento, rescate de las pocas pertenencias que logran rescatar debajo de la basura y los escombros.
Los primeros noticieros no dan crédito a lo que las cámaras o los micrófonos narran. En Televisa, el programa de Guillermo Ochoa es el primero en trasmitir en vivo imágenes del terremoto. Algunos reporteros logran captar imágenes que perdurarán: los restos de los que fue el gran Hotel Regis, el Centro Médico en ruinas, lo que queda de los edificios Nuevo León y Zacatecas en la Unidad Nonoalco-Tlatelolco, el Multifamiliar Juárez, el edificio de la SCOP con murales de O’Gorman, el Hospital General, la Secretaría de Comercio, algunas entradas del Metro por donde, media hora después del Terremoto, corren inalcanzables centenares de personas que van a sus casas por miedo a haber perdido a algún familiar. De las 7:20 a las 8:00 de la mañana la ciudad se paraliza. No hay Gobierno, no hay autoridad, no hay líderes que pongan las cosas en orden en medio de la tragedia. Pero el mexicano es estoico y sabe reponerse pronto al dolor. Ante la inoperancia de las autoridades (el mismo De la Madrid lanza un discurso a media mañana en donde declara la inoperancia del gobierno capitalino para enfrentar tal situación, pero promete no bajar la guardia y acepta toda la ayuda internacional que se pueda), la sociedad se organiza: nunca como en esos días los mexicanos fueron uno sólo, nunca se vio tal compromiso por ayudar, nunca el gobierno, cuando menos durante breves horas, fue del pueblo.
A la inoperancia del gobierno sobrevino el escamoteo de información. Los primeros boletines ordenados por el gobierno a través de sus departamentos de comunicación social, hablaban de dos mil muertos. Era ridículo pensar esa cifra cuando todo mundo sabía que en el Centro Médico Nacional y el Hospital General, los nosocomios más grandes de la ciudad, el número de internos rebasaba esa cantidad. La cifra, aún ahora, no ha sido declarada. Se habla de veinte mil muertos y otros miles de desaparecidos. Nada más en las colonias Obrera, Guerrero, Tepito, Anzures, del Valle, Roma, Hipódromo, Nápoles y Condesa los muertos se sacan por cientos debajo de casas, edificios, vecindades, tiendas y fábricas. Los vecinos se turnan en cuadrillas que trabajan sin descanso para rescatar a sobrevivientes. Algunos perecen al caerse los endebles sustentos que retienen los débiles muros. Las brigadas, y no el Ejército, fueron los principales héroes de esa tragedia. Son incontables las historias que se presentan ese día y los días subsecuentes de héroes anónimos que lograron sacar a numerosos heridos de los escombros. Madres claman por el cuerpo de sus hijos –los saben muertos, porque ¿cómo sobrevivir a la caída de toneladas de concreto de edificios que dejaron de serlo en el momento de caer para convertirse en fierros retorcidos, escombros inservibles, polvo inevitable?-, padres y esposos desesperados buscan a sus hijos o esposas en un frenesí que los ciega, y, en medio de la tragedia, el alivio, la esperanza: los niños rescatados del Centro Médico luego de días en la oscuridad; los topos con sus cientos de rescates oportunos; la historias de gente que tuvieron que sobrevivir bajo los escombros bebiendo sus orines y pensando en comer sus excrementos cuando no hubiera otra salida, la ayuda que se convierte en el centro de toda la ciudad (todos piensan en ceder, desprenderse, darse a los otros), la regularización de los servicios básicos cortados tras el temblor: la luz para ver el noticiero y no perderse los detalles de la catástrofe, el agua para lavar los cuerpos de los que han pasado horas expuestos al polvo y al olor fétido que amenaza por convertirlo todo en un foco de infección, el teléfono para hablar con sus familiares o para tener noticias de alguien desaparecido, el gas para cocinar el alimento que luego repartirán entre las brigadas, los supermercados que reabren sus puertas y se ofrecen como centros de acopio para los damnificados, las iglesias que sirven como paño de lágrimas de miles, los cementerios que se encuentran atestados de cadáveres etiquetados como “desconocidos”, las fosas comunes a donde van a parar cientos, miles, de cuerpos que hoy día esperan ser reconocidos, el valor de una sociedad que, ante el pasmo y el desdén, supo abrirse camino por sí sola y reponerse a la tragedia.
EPÍLOGO
CUANDO DIOS DEJÓ ESTAS TIERRAS (Y EL GOBIERNO SE ENCARGÓ DE TRAERLO DE VUELTA).
Eugenia Ramblés no podía creer que el edificio Metropolitano, ubicado la calle Presidente Mazarik en la colonia Polanco, se hubiera desplomado. El mismo presidente López Portillo lo había inaugurado en 1982. Ramblés pagó casi quinientos mil dólares al consorcio inmobiliario Risthanis que le vendió un departamento en este lujoso edificio de veinte pisos y tecnología de punta. La zona exclusiva lo valía. Incluso el mismísimo Carlos Slim había adquirido en Pent-house en el Metropolitano, lo que aumentaba la plusvalía de la adquisición. Ramblés se encontraba en Miami cuando su abogado le habló que en México había ocurrido una catástrofe y el Metropolitano se había desplomado. El abogado le aconsejó no viajar a México y esperar a que las cosas se calmaran, pero Ramblés tomó el primer vuelo a México y, vía Los Ángeles, Tijuana y Guadalajara, llegó al DF el 20 de septiembre. Lo primero que vio, justo antes de aterrizar, era una ciudad sumida en el caos. Su chofer tardó dos horas en llegar a Las Lomas –donde tenía su residencia habitual- y más de una hora en llegar a Polanco. Lo que quedaba del edificio Metropolitano le causó risa. Del teléfono de su Jaguar llamó a su abogado para saber la “situación” de su inmueble. “No te preocupes”, escuchó Ramblés detrás de auricular, “esta mañana hablé con el arquitecto Risthanis y me aseguró que la zona de Polanco va a ser la primera que reconstruyan de toda la ciudad. Hay no sé qué acuerdo con el regente capitalino para que las zonas exclusivas sean protegidas, y te aseguro que antes de seis meses levantan de sus ruinas al Metropolitano”. Mientras avanzaba por Mazarik, Ramblés vio que las instalaciones de la Cruz Roja de Polanco estaban atestadas de gente que donaba víveres o lo que tuviera a la mano. Antes de llegar a su residencia en las Lomas, Ramblés ordenó a su chofer llevar una despensa a la Cruz Roja. Al bajar de su auto, se sintió feliz al saber que su patrimonio estaba asegurado. Al fin y al cabo ella era rica y de eso no tenía la culpa nadie. Ni siquiera el terremoto.
domingo, 7 de agosto de 2011
VIDA Y FICCIÓN
Siempre he creído que la literatura sirve para aliviar los males cotidianos. La literatura anuncia a la vida que ésta no es nada sin la ficción, o más bien es todo por la ficción. Por lo regular, la vida necesita de engañarse a sí misma para seguir su curso natural. Este curso natural que es nuestra vida cotidiana, al menos para mí, no sería nada sin el ingrediente de recrearme todos los días mediante le lectura y la escritura, no sería nada si no vivo desde la ficción. Poner este ingrediente fundamental en mi vida me ha salvado de muchas cosas y me ha dado la fuerza necesaria para seguir adelante en tiempos donde la vida se resiste a seguir. De las muchas definiciones que relacionan la literatura y la vida, hay una del gran John Cheever que me gusta y siempre que puedo recito porque me parece una definición muy bella: “No poseemos más conciencia que la literatura…, la literatura ha sido la salvación de los condenados, ha inspirado y guiado a los amantes, vencido la desesperación, y tal vez en este caso pueda salvar al mundo”. No creo, como Cheever, que la literatura pueda salvar al mundo, pero sí creo fervientemente que puede salvar la vida de miles de fantasmas que deambulan por la vida sin algo donde asirse, alejándose cada vez más de su punto vital. Esta cualidad catártica es la que ha mantenido la literatura en la vida de las sociedades a pesar de que cada vez menos personas leen. Cuando sus detractores auguraban que el libro desaparecería en pocos años, ésta herramienta esencial para reconocernos ha permanecido en el gusto de un público fiel que sabe que no hay mejor compañero, no hay mejor charla, no hay mejor cuerda para ahorcarse o bala que penetre un cráneo que un libro.
Y como la literatura ayuda en problemas domésticos, la solución está en la misma literatura. Hace ya varios días que mi mujer me ha reclamado por qué no aparece en los relatos que escribo. Algunas veces le leo los relatos que voy escribiendo poco a poco, esperando que me dé alguna opinión. Algunos le gustan, otros no, y ella me lo hace saber con la sorna que la caracteriza. Debo decir, también, que a mi mujer la literatura no es de su particular interés (prefiere dedicarse a asuntos educativos), así que no espero comentarios de una experta. Mientras le leía mi último relato (un textito sobre la educación sexual/sentimental de una pareja de estudiantes en el DF de los ochenta), me dijo que ya tenía meses que me quería decir algo pero no encontraba la forma de cómo decirlo. Me extrañó que no lo hubiera dicho si su carácter no le permite ocultarme nada, y menos algo que le incomoda. Le contesté que hablara de una buena vez. Y me soltó que lo único que no le gustaba de mis relatos era que nunca, al menos así lo sentía, me había tomado la molestia de escribir algo que fuera como ella, en donde la pudiera sentirse identificada. Puse cara de sorpresa pero inmediatamente me recuperé, bajé las escaleras, revisé uno a uno los estantes de mi librero hasta encontrar El día de la Independencia de Richard Ford, y, tras hojear el libro por unos minutos, encontré que cita que, una vez de regreso en la habitación, le leí, y que reproduzco:
En efecto, a menudo traté de hacerle comprender que su contribución no era ser un personaje sino hacer imperiosos mis pequeños intentos de creación siendo tan maravillosa que yo no tenía más remedio que quererla; los relatos, después de todo, sólo eran palabras que daban forma a unos misterios más vastos, apremiantes, pero, por otra parte, inexpresables, como el amor y la pasión. En este sentido, le expliqué, ella era mi musa; las musas no eran unas hadas atractivas y juguetonas que se te sientan la hombro para sugerirte una mejor elección de las expresiones y que se alegran con disimulo cuando consigues una, sino poderosas fuerzas morales y vitales que amenazan con aspirarte fuera del casco de tu barco a no ser que puedas clavar unas tablas –palabras, en el caso del escritor- en la brecha. (Todavía no he encontrado nada que pueda reemplazar a esa fuerza, lo que quizá explique cómo me he sentido en estos últimos tiempos y, en espacial, hoy y aquí).
Leí la cita de Ford, que me pareció adecuada. No espero que lo entiendas, le dije, pero el simple hecho de estar juntos y tener un hijo ha sido la experiencia más importante de mi vida. No hay ficción que lo supere, y la literatura, le dije, es sólo una parte de todo lo que hemos vivido juntos y el largo camino que habremos de recorrer. En ese momento despertó mi hijo. No sé si lo entendió y no lo sé porque dije estas palabras, que nunca me había atrevido a decirle, pensando en que fueran lo más claras posibles. A fin de cuentas, pensé, sólo se trata de papel y tinta. Y no lo sé porque la sonrisa de ambos es más importante que cualquier obra maestra.