El traicionero y pedante mundo de las letras, tan preocupado en crear obras maestras, tiene sus reveses con el surgimiento de jóvenes escritores que están escibiendo fuera de este mundo amurallado, restrictivo y amanerado. Hilario Peña (Sinaloa, 1979), pertenece a esta subespecie de escritores talentosos que maneja un perfil bajo pero que están cambiando el cariz de la literatura mexicana. Hilario Peña -paisano de otro gran narrador sinaloense: Élmer Mendoza- se suma a una larga lista ya manejada de narradores norteños o fronterizos o simplemente narradores mexicanos: el ya citado Mendoza, Luis Humberto Crosthwaite (Tijuana), Eduardo Antonio Parra (León), Daniel Sada (Mexicali), David Toscana (Monterrey), Heriberto Yépez (Tijuana), quizás entre los más difundidos. Desde este humilde blog les sugiero que vuelvan la mirada hacia la frontera narrativa, la frontera que no sólo se refiere al narco y migrantes e inseguridad; sino la frontera que sirve como escenario de una buena narrativa que no necesita de florituras y se limita a recrear ese contexto hostil que domina a buena parte del norte del país. Hilario Peña da una bofetada a quienes piensan que la literatura se hace en las aulas nebulosoas de la academia, a para lo que piensan que para hacer literatura se necesitan cursos en Iowa, Chicago o Kentucky, bajo la mano de un narrador experimentado que acredite o desacredite los textos sin nunguna explicación. A parte de su pasión por la lectura, Peña no ha pisado aula alguna (salvo las aulas de una Preparatoria en su natal Culiacán), y desde hace años radica en Tijuana con su esposa e hija, donde trabaja como supervisor de una maquiladora. Ha publicado las novelas Los días de Rubí Chacón (2006), Malasuerte en Tijuana (2009), y El Infierno puede esperar (2011).
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