EL FINGIMIENTO DE LA FELICIDAD
-Preparé pescado para la cena –dijo-. No soy buena cocinera pero pedí ayuda a una amiga.
-Me encanta el pescado –mentí. Tendré suerte si no termino con la cara hinchada antes de hacerle el amor.
-Así que eres escritor –sus manos señalaron un anaquel repleto de libros.
-Eso depende.
-¿Depende de qué?
-De lo que se considere en la actualidad como escritor.
-No te entiendo.
-Trabajo para un periódico, publico en fanzines, escribo para revistas de escasa circulación y para colmo administro una página WEB sobre literatura. ¿Soy un escritor? Lo dudo.
-Bueno, no te menosprecies, hay mucha basura circulando por ahí y me atrevería a decir que muy poco de lo que se publica es bueno.
-Sí tú lo dices.
-Es en serio, ojalá pudiera leer algo tuyo y te doy mi opinión.
Fue a la cocina, sacó del refri una botella de vodka, trajo hielos, vasos, jugo de naranja, un agitador y sirvió dos vodkas excelentes. Su departamento no estaba mal para una editora de medio pelo. Mentí cuando le dije, días antes, que Editorial Independencia me parecía una editorial muy buena. Salvo uno o dos autores rescatables, sólo publicaban basura: libros de superación personal, libros de contabilidad, libros de texto para secundaria, biblias, catecismos, y una fuerte selección de los mejores calendarios con paisajes europeos que se pueden encontrar en el mercado.
-¿Qué te pereció el vodka?
-Muy bueno, es justo lo que necesitaba, hace un calor tremendo.
-¿En verdad? Pero qué tonta, enseguida lo arreglo.
En la mesa de centro estaba el control remoto del aire acondicionado. Corrió las persianas: los rayos solares se ocultaban tras el edificio de enfrente. Se paseó por el departamento. Su cuerpo esbelto, sus piernas cortas y su pelo recogido le daban un aire jovial. Por un segundo pensé en estar al lado de ella en la cama pero después de haber hecho el amor, pensé en que minutos después haríamos el amor y luego yo fumaría un cigarro y ella hablaría de cosas personales que no me interesarían pero tendría que fingir escuchar así como ella fingiría un orgasmo descomunal.
-¿Y qué te llevó a la edición?
-Pues estudié Diseño gráfico en La Salle y una maestría en diseño editorial en Austin, en Texas M&T.
- Wow. ¿Austin? ¿Eso está en Estados Unidos?
- ¿Te estás burlando de mi?
-Para nada, oye: no todos los mortales sabemos dónde está Austin.
-En fin. Salí de Austin con un chorro de planes. Metí varias solicitudes en editoriales, e Independencia me aceptó a la primera. En un año era editora en jefe.
-Editora en jefe. Supongo que eso implica muchas responsabilidades.
-Pues sí, son muchas y variadas. Pero no te hablaba de eso, te hablaba de tu labor como escritor.
-Mi labor como escritor –dije, remarcando la palabra escritor-. No me lo tomo en serio. Ya te dije, manejo un perfil bajo, no gusta la parafernalia.
-Deberías. Yo podría conseguirte un buen editor, o, mejor, yo podría ser tu editora, ¿no te encanta la idea?
-Claro, eso sería muy bueno –volví a mentir-. Aunque pensándolo bien ahora no tengo nada que publicar. Tengo meses trabajando en una novela que no cuaja.
-El clásico bloqueo, la hoja en blanco y todo eso.
-Sí, la hoja en blanco. Tengo que trabajar en otras cosas para poder dedicarme, cuando menos los domingos, a la literatura. Y cuando por fin me decido, enciendo mi computadora, leo uno o dos párrafos de Hemingway –siempre me sirve como precalentamiento-, escribo mi propio obituario –me sirve como calentamiento- y me lanzo a escribir una frase al azar y descubro que no pasa nada. Me puedo pasar toda la mañana sin escribir nada hasta que vuelvo a Hemingway y al obituario y al bloqueo. Es un círculo ¿sabes?
-Suenas a Woody Allen. Hay una película donde Woody es escritor y está bloqueado, y sólo una prostituta y un asesinato pueden ayudarlo a superar la crisis…
-No sueno a nadie –interrumpí-, sólo a mí mismo. Y Woody Allen es un judío misógino psedointelectual neoyorkino. Un viejo detestable que dice admirar a Bergman aunque todos sabemos que lo único que admira es su rostro en el espejo. Además de su fascinación por las hijastras. No entiendo cómo puede gustarte.
-No, si no me gusta, sólo que me pareció que había cierta conexión…
-Don’t lie.
Sudaba, El aire acondicionado estaba a su máxima capacidad pero el departamento parecía una rosticería. Me fijé en los pechos de Emma –así se llamaba la editora-: eran pequeños pero firmes; perlas de sudor los recorrían haciendo surcos cristalinos que se perdían en su vientre. Sentí ganas de besarla pero también de largarme de ahí inmediatamente. Me pidió que le sirviera otro vodka. Accedí. Mientras le preparaba el vodka, observé detalladamente sus piernas; ella se dio cuenta y subió un poco su falda a la altura de la rodilla para que pudiera contemplarlas. Debo admitir que una de mis perversiones ha sido observar piernas bien torneadas. Y las de Emma eran artesanales, renacentistas, manufacturadas por Rafael o, mejor, fotografiadas por Helmuth Newton. Descubrí un lunar justo entre el talón de Aquiles y la pantorrilla; un lunar que tenía forma de cereal o de Corn Flakes, un diminuto punto informe que se expandía ante mi vista para regresar a su estado natural. No me contuve: dejé el vodka en la mesa y me lancé sobre ella.
-¡Qué haces, espérate, todo a su tiempo!
Yo no escuchaba. Besaba sus piernas de arriba abajo, especialmente en la parte donde estaba el lunar, haciendo un recorrido circular por el contorno grisáceo que la mancha en su pierna mostraba, internándome de vez en cuando en su entrepierna, y ante la insistencia mía y la poco resistencia que ponía Emma, le fui quitando las zapatillas de satín, el vestido que caía por su cuerpo y se movía al ritmo de Emma, la breve tanga que sujetaba el poco pudor que le quedaba cuando le besé el coño y bajé por sus nalgas y volví a besar sus piernas y el lunar estaba ahí, intacto, un poco deforme por las insistentes mordidas que le daba y que hacía que Emma lanzara gemidos de gata, sonidos inconexos, una fuerza gutural que me llamó y me atrajo hacía ella al mismo tiempo que con una habilidad que no esperaba que tuviera me quitó el cinturón y el pantalón cayó en la alfombra y me vi medio desnudo y encima de aquella mujer y con una erección diabólica, un chorro que emanaba de su entrepierna, y en el instante mismo de entrar en ella y recibir una mordida profunda en el cuello y sus uñas en mi espalda que se clavaron como dagas medievales, su ronroneo de gata, la fuerza con que entraba y salía de ella, la manera como se movía cuando me pidió que la penetrara por detrás, volteándose y alzando sus nalgas para que yo pudiera verlas en toda su firmeza y redondez, y el momento cuando entré en ella y los sonidos inconexos y el ronroneo de gata aumentaron y con sus manos me apretaba con fuerza sobre ella hasta el tiempo indefinido de un orgasmo épico en medio del sudor que emanaba de los dos. Permanecimos en silencio por varios minutos. Yo todavía estaba encima de ella, y no quería levantarme, o más bien no tenía las fuerzas suficientes para salir de ella y levantarme. Fue Emma la que dijo:
-Eso estuvo muy bueno, sabía que terminaría así, acostándome contigo, pero nunca lo esperé de esta forma –dijo, su voz era apenas un susurro mezclado en el ruido incesante del aire acondicionado.
-La verdad es que al ver tu lunar en la pierna no pude contenerme –dije, también casi susurrando-. Tengo una rara fascinación por las piernas femeninas, y las tuyas son hermosas.
-Gracias, pero no exageres, en la escuela me decían Emma La pollito, por mis piernas flacas.
-No tienen nada de flacas, me perecen dignas de una fotografía de Helmuth Newton. ¿Has visto la obra de Newton?
-Tanto como verla o conocerla, pues no. En Austin tenía un amigo, un gay, que no paraba de hablar de Newton y sus portadas en Vogue y Vanity Fair. Alguna vez me enseñó un catálogo de una exposición en Londres, y debo reconocer que el tipo tenía talento para captar con la lente aquellos detalles que pasaban desapercibidos al ojo común.
-Es verdad, Newton tenía ese talento. Lástima –tercié, un poco amoscado.
-¿Lástima de qué?
-Que sea joto
-¿Es mi imaginación o tienes una rara fijación contra los homosexuales?
-Para nada, sólo fue un comentario sin ninguna intención.
-Pues parece otra cosa. Hay jotos muy talentosos.
-Mencióname diez.
-Miguel Ángel. Dicen que Leonardo. Gertrude Stein. Platón. Anaïs Nin. Rimbaud y Verlaine. García Lorca y Cernuda. Villaurrutia y Novo y Jorge Cuesta. Andy Warhol. Rock Hudson. Freddy Mercuri. Capote. Como cinco o seis papas. Y, supongo que lo sabes, Helmuth Newton.
-Hablemos de otra cosa. Hablar de jotos me predispone.
-Tú empezaste. ¿Tienes hambre?
-Un poco, sí, lo de hace un rato me dejó sin fuerzas, la verdad me gustas mucho, Emma –me acerqué para besarla mientras le acariciaba con suavidad sus nalgas-. No esperé que las cosas se dieran tan rápido. Pero qué bueno que fue así.
-No quiero te lleves una mala impresión mía, y pienses que soy así con todos. Estoy apenada.
-No tienes por qué apenarte.
-Cómo no, sí nada más te sentí dentro de mí se me ocurrieron las cosas más depravadas que te puedas imaginar, al grado que no pude contenerme y te pedí…, bueno, lo que ya sabes.
-Sí, pero fue genial –dije, y en verdad no mentía, aquella tarde fue de una transparencia absoluta: todo se dio como tenía que darse-. Anda, vamos a comer algo que a esta hora el pescado debe estar frío. Quisiera hacerte una confesión.
-Con que no me digas que eres gay y estás en una etapa de búsqueda interna y lo de hace rato fue una pantalla para aliviar el estigma de tu homosexualidad, todo está bien.
-No, para nada, soy hombre. La confesión tiene que ver con gustos culinarios.
-Habla, no te preocupes.
-No me gusta el pescado. No te dije nada hace rato, pero la verdad es que soy un poco alérgico a pescados y mariscos, el sólo hecho de llevarme algo a la boca de cualquier producto que venga del mar, me saca ronchas.
-¿En verdad? Me hubieras dicho y preparo otra cosa. No te preocupes, en el refri hay una variedad de combinaciones de sándwiches, te puedo preparar uno.
-Un sándwich estará bien. Y otro vodka.
-Y más y más vodkas. Quiero que te quedes conmigo esta noche. Quiero que te vayas al amanecer, y antes del amanecer me cojas como hace rato, y después del amanecer me vuelvas a coger como hace rato. Quiero coger todo el día y toda la noche.
-Esa última frase me recordó a la primera frase de una novela de Juan García Ponce. Nunca pensé que alguien la diría así, tan espontánea, quiero coger todo el día y toda la noche.
-Es que en verdad quiero hacerlo. Supongo que te refieres a Crónica de la intervención. Admito que es una gran novela, aunque sólo leí los primeros dos capítulos. ¿Podrías dejar de hablar de libros por un rato?
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