EN LA HONDONADA NOCTURNA NOS VEREMOS
UNA VIEJA RUMANA
La televisión no muestra nada, no enseña nada. Me cago en la televisión. Ayer, el Valedor compró una pantalla de plasma de 40 pulgadas. Bien por él. Pasa todo el día sumido en una levedad del ser, aplastado por su propia mierda. Una llamada y ya está: comida al instante, sexo al instante, sopa al instante, orgasmo al instante, droga al instante, compañía al instante, diversión al instante. El Valedor sabe que estaremos encerrados mucho tiempo y también sabe que en estas circunstancias el dinero es definitivo. Una tarjeta de crédito y todo solucionado. El Valedor tiene su American Express hasta el tope, recargada cada semana por la gente de Susano. Así que no tenemos que preocuparnos por comida o diversión, el Valedor paga. Se le antoja una vieja rumana del Odeón, y ya está: en menos de lo un burro se pedorrea la vieja llega en taxi, se mete a la casa por la parte de atrás y de pronto aparece ante nosotros con su rostro sicótico (por la dosis de coca que se ha metido) y el más completo descaro. El Valedor se la coge ahí, frente a mí, valiéndole madre. Cuando termina le dice que me la mame. “No mames, Valedor, a mí no me gusta revolver el champurrado”, le digo. “Allá tú, pero en una semana ya verás si no necesitas de la compañía de una dama como la que te estoy ofreciendo”, dice mientras da un largo jalón a la coca que siempre está sobre la mesita de centro. “Tal vez, pero mejor la pido yo”. “Tú no tienes ni madres, me dice, así que en esta situación dependes de mí, ya te lo dije, pero adelante, si quieres largarte la puerta está abierta, pero te aseguro que no demoras ni tres días vivo”. Será. La rumana se va, el Valedor regresa a su coca y a su Fox Sports.
MAQUINARIA SUIZA
Hay cierta placidez en no hacer nada. Hace rato, el Valedor recibió una llamada que lo tranquilizó. “Dice Susano que sólo unos días más, unos días más”, dijo y aspiró una larga carga de coca capaz de matar a un caballo, lo juro. Fui a la cocina y me preparé un sándwich de atún con mucha mayonesa. Regresé con mi sándwich y mi jugo de manzana y encontré al Valedor completamente abstraído, mirando fijamente una litografía de algún pintor abstracto. Le pregunté si quería un sándwich podría prepararle uno. No me contestó. Siguió viendo la litografía largo rato, hasta que el efecto de la coca pasó y por fin aceptó mi sándwich de atún. Más tarde, cuando el ánimo adicto regresó en todo su esplendor, volvió a la carga. Los horarios del Valedor son estrictos, como maquinaria suiza. Esta vez amenizó sus gramos con sendas tandas de Pink Floyd y Black Sabbat. Durante un rato intentó imitar la voz rancia de Ozzy Osbourne hasta que su propia voz terminó por ahuyentarlo y regresó de inmediato a donde había partido: la sala. Multiplíquenlo por diez días.
SI SUPIERA LA ÚLTIMA NOTA
El culpable de nuestro encierro es Susano, aunque el Valedor lo niegue. Por más que me quiera achacar a mí la cosa, pues no se va a poder: el único culpable de esta salvajada es él. Él lo sabe, Susano lo sabe, yo lo sé. Supongo que es más conveniente culparme a mí, que sólo soy un simple contador de una organización criminal en desgracia (que no es otra cosa que una organización a quien el Gobierno se ha encargado de medrar hasta reducirla a un mero espectro), que culparlo a él, amigo cercano del Jefe. De cualquier forma, ambos nos hemos sumergido en tanta mierda que a estas alturas la renuncia o jubilación sólo se puede presentar con un balazo en la cabeza, si bien nos va. Así que se nos indicó (le indicaron al Valedor) que debíamos encerrarnos una semanas, como mera precaución. Yo he ayudado a lavar cierto dinero de Susano en épocas difíciles, y el Valedor sólo es un matón que lleva más muertos que Milosevic o cualquiera de esos tiranos europeos.
BAJAR LA GUARDIA
Era previsible que pasara. Durante más de dos años inventé argucias inimaginables para lavar el dinero de Susano. Inmobiliarias, farmacias (es lo de moda), acciones en equipos de fútbol de tercera división (dinero seguro), fundaciones locales de beneficencia (es seguro y no deducible, además que el dinero pasa tan limpio de deslumbra), gasolineras, taquerías, alquileres de mesas, sillas, autos, limosinas, equipo de audio y video y no sé qué jaladas más. El pedo no fue nuestro, sino de Susano y el Jefe. Se le acabaron las ideas. Cada vez los embarques era incautados y el Jefe perdía millones. Hasta que atraparon a su hijo, el Junior, y todo se fue a la mierda. El Jefe bajó mucho la guardia, se descuidó. Después atraparon a Atilano el “Chulo” Carrasco, el segundo al mando y todos pensaron (y yo pensé) “hasta aquí llegamos, no tardan en que den con nosotros”. Y cuando le dieron de balazos al licenciado Rasgado, él sí verdadera lavadora andante del Jefe, entonces pensé que mis días estaban contados. Mandé a mi mujer y a mi hijo con su hermana en San Antonio, y decidí quedarme para finiquitar unos negocios que me ayudaría a iniciar una nueva vida, lejos de mafiosos sin escrúpulos y con mal gusto. En esas andaba cuando recibí la visita del Valedor. Cuando desde el ventanal de mi despacho lo vi bajar de su Lobo blindada, pensé que me debía poner a rezar porque este pendejo sólo venía a una cosa: pagarme un tiro. Guardé los tres cheques sin cobrar que tenía por el finiquito de las acciones de una gasolinera, además de una fuerte suma en efectivo producto del traspaso de dos taquerías. Entró. Rechazó mi saludo, encendió un cigarro y se dedicó por unos segundos a juzgar mi oficina. “¿Qué puta madre es esa porquería que tienes ahí’”, preguntó, refiriéndose a un fetiche africano que había comprado en una tienda de antigüedades en Los Ángeles. “Es un fetiche africano. Simboliza la fertilidad”, dije. “¿Y porque simboliza la fertilidad tiene el pito parado?”, continuó. “Así es, por eso tiene el pene erecto”, dije. “Jajá. Ustedes los contadores son muy pendejos”, remató. “Mira, Conta –continuó-, Susano está muy nervioso por su inversión. Dice que el Jefe ya se volvió loco y está mandando matar a todo aquel que lo pueda involucrar en el narco. Ya supiste que mataron a Rasgado. El próximo puedes ser tú…, o yo, quién sabe. Si a ti te carga la chingada Susano se va a poner muy mal, hay mucha lana en juego y tú sabes de qué hablo. Si te quiebras, las finanzas de Susano se vienen a pique, y vaya si ésta es una mala época para que nos cargue la chingada. Susano dice que cree que el Jefe está a punto de decirle que te mate. Pero Susano no quiere eso. Él quiere que vivas para que pase este vendaval de mierda y después le puedas entregar la lana que ha invertido contigo”. “Ya le dije a Susano que estoy haciendo todo lo posible para recuperar su lana, pero no es fácil, lo sabemos, el fisco nos tiene auditados tres negocios, y si yo remato lo que nos queda pues no tardarán mucho en atar cabos y encontrar la conexión”, dije. “Esos son pedos suyos. A mí me ha encargado de cuidarte un tiempo hasta que todo pase, así que alista tus chivas que te vienes conmigo ahora mismo”. Y así fue. Me dio media hora. Guardé los cheques y el dinero en un lugarcito secreto en el baño de mi despacho, y nos largamos.
UNA VIEJA RUMANA
La televisión no muestra nada, no enseña nada. Me cago en la televisión. Ayer, el Valedor compró una pantalla de plasma de 40 pulgadas. Bien por él. Pasa todo el día sumido en una levedad del ser, aplastado por su propia mierda. Una llamada y ya está: comida al instante, sexo al instante, sopa al instante, orgasmo al instante, droga al instante, compañía al instante, diversión al instante. El Valedor sabe que estaremos encerrados mucho tiempo y también sabe que en estas circunstancias el dinero es definitivo. Una tarjeta de crédito y todo solucionado. El Valedor tiene su American Express hasta el tope, recargada cada semana por la gente de Susano. Así que no tenemos que preocuparnos por comida o diversión, el Valedor paga. Se le antoja una vieja rumana del Odeón, y ya está: en menos de lo un burro se pedorrea la vieja llega en taxi, se mete a la casa por la parte de atrás y de pronto aparece ante nosotros con su rostro sicótico (por la dosis de coca que se ha metido) y el más completo descaro. El Valedor se la coge ahí, frente a mí, valiéndole madre. Cuando termina le dice que me la mame. “No mames, Valedor, a mí no me gusta revolver el champurrado”, le digo. “Allá tú, pero en una semana ya verás si no necesitas de la compañía de una dama como la que te estoy ofreciendo”, dice mientras da un largo jalón a la coca que siempre está sobre la mesita de centro. “Tal vez, pero mejor la pido yo”. “Tú no tienes ni madres, me dice, así que en esta situación dependes de mí, ya te lo dije, pero adelante, si quieres largarte la puerta está abierta, pero te aseguro que no demoras ni tres días vivo”. Será. La rumana se va, el Valedor regresa a su coca y a su Fox Sports.
MAQUINARIA SUIZA
Hay cierta placidez en no hacer nada. Hace rato, el Valedor recibió una llamada que lo tranquilizó. “Dice Susano que sólo unos días más, unos días más”, dijo y aspiró una larga carga de coca capaz de matar a un caballo, lo juro. Fui a la cocina y me preparé un sándwich de atún con mucha mayonesa. Regresé con mi sándwich y mi jugo de manzana y encontré al Valedor completamente abstraído, mirando fijamente una litografía de algún pintor abstracto. Le pregunté si quería un sándwich podría prepararle uno. No me contestó. Siguió viendo la litografía largo rato, hasta que el efecto de la coca pasó y por fin aceptó mi sándwich de atún. Más tarde, cuando el ánimo adicto regresó en todo su esplendor, volvió a la carga. Los horarios del Valedor son estrictos, como maquinaria suiza. Esta vez amenizó sus gramos con sendas tandas de Pink Floyd y Black Sabbat. Durante un rato intentó imitar la voz rancia de Ozzy Osbourne hasta que su propia voz terminó por ahuyentarlo y regresó de inmediato a donde había partido: la sala. Multiplíquenlo por diez días.
SI SUPIERA LA ÚLTIMA NOTA
El culpable de nuestro encierro es Susano, aunque el Valedor lo niegue. Por más que me quiera achacar a mí la cosa, pues no se va a poder: el único culpable de esta salvajada es él. Él lo sabe, Susano lo sabe, yo lo sé. Supongo que es más conveniente culparme a mí, que sólo soy un simple contador de una organización criminal en desgracia (que no es otra cosa que una organización a quien el Gobierno se ha encargado de medrar hasta reducirla a un mero espectro), que culparlo a él, amigo cercano del Jefe. De cualquier forma, ambos nos hemos sumergido en tanta mierda que a estas alturas la renuncia o jubilación sólo se puede presentar con un balazo en la cabeza, si bien nos va. Así que se nos indicó (le indicaron al Valedor) que debíamos encerrarnos una semanas, como mera precaución. Yo he ayudado a lavar cierto dinero de Susano en épocas difíciles, y el Valedor sólo es un matón que lleva más muertos que Milosevic o cualquiera de esos tiranos europeos.
BAJAR LA GUARDIA
Era previsible que pasara. Durante más de dos años inventé argucias inimaginables para lavar el dinero de Susano. Inmobiliarias, farmacias (es lo de moda), acciones en equipos de fútbol de tercera división (dinero seguro), fundaciones locales de beneficencia (es seguro y no deducible, además que el dinero pasa tan limpio de deslumbra), gasolineras, taquerías, alquileres de mesas, sillas, autos, limosinas, equipo de audio y video y no sé qué jaladas más. El pedo no fue nuestro, sino de Susano y el Jefe. Se le acabaron las ideas. Cada vez los embarques era incautados y el Jefe perdía millones. Hasta que atraparon a su hijo, el Junior, y todo se fue a la mierda. El Jefe bajó mucho la guardia, se descuidó. Después atraparon a Atilano el “Chulo” Carrasco, el segundo al mando y todos pensaron (y yo pensé) “hasta aquí llegamos, no tardan en que den con nosotros”. Y cuando le dieron de balazos al licenciado Rasgado, él sí verdadera lavadora andante del Jefe, entonces pensé que mis días estaban contados. Mandé a mi mujer y a mi hijo con su hermana en San Antonio, y decidí quedarme para finiquitar unos negocios que me ayudaría a iniciar una nueva vida, lejos de mafiosos sin escrúpulos y con mal gusto. En esas andaba cuando recibí la visita del Valedor. Cuando desde el ventanal de mi despacho lo vi bajar de su Lobo blindada, pensé que me debía poner a rezar porque este pendejo sólo venía a una cosa: pagarme un tiro. Guardé los tres cheques sin cobrar que tenía por el finiquito de las acciones de una gasolinera, además de una fuerte suma en efectivo producto del traspaso de dos taquerías. Entró. Rechazó mi saludo, encendió un cigarro y se dedicó por unos segundos a juzgar mi oficina. “¿Qué puta madre es esa porquería que tienes ahí’”, preguntó, refiriéndose a un fetiche africano que había comprado en una tienda de antigüedades en Los Ángeles. “Es un fetiche africano. Simboliza la fertilidad”, dije. “¿Y porque simboliza la fertilidad tiene el pito parado?”, continuó. “Así es, por eso tiene el pene erecto”, dije. “Jajá. Ustedes los contadores son muy pendejos”, remató. “Mira, Conta –continuó-, Susano está muy nervioso por su inversión. Dice que el Jefe ya se volvió loco y está mandando matar a todo aquel que lo pueda involucrar en el narco. Ya supiste que mataron a Rasgado. El próximo puedes ser tú…, o yo, quién sabe. Si a ti te carga la chingada Susano se va a poner muy mal, hay mucha lana en juego y tú sabes de qué hablo. Si te quiebras, las finanzas de Susano se vienen a pique, y vaya si ésta es una mala época para que nos cargue la chingada. Susano dice que cree que el Jefe está a punto de decirle que te mate. Pero Susano no quiere eso. Él quiere que vivas para que pase este vendaval de mierda y después le puedas entregar la lana que ha invertido contigo”. “Ya le dije a Susano que estoy haciendo todo lo posible para recuperar su lana, pero no es fácil, lo sabemos, el fisco nos tiene auditados tres negocios, y si yo remato lo que nos queda pues no tardarán mucho en atar cabos y encontrar la conexión”, dije. “Esos son pedos suyos. A mí me ha encargado de cuidarte un tiempo hasta que todo pase, así que alista tus chivas que te vienes conmigo ahora mismo”. Y así fue. Me dio media hora. Guardé los cheques y el dinero en un lugarcito secreto en el baño de mi despacho, y nos largamos.
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