No hay mayor desilusión que la incapacidad de compartir con otra persona un conocimiento que consideramos esencial.



Richard Ford



viernes, 7 de septiembre de 2012


 
 
Michael Chabon cuenta que empezó a escribir esta novela cuando llevaba más de cuatro años y mil quinentas páginas de lo que tenía que convertirse en su segunda novela pero que no iba a ninguna parte. Tras el éxito de Los misterios de Pittsburgh, la presión de tener que presentar al mundo una novela que colmara las expectativas de sus editores y su público le impedían reconocer que su nueva obra era un fracaso. Hasta que un día tuvo una visión argumental repentina: un chico joven y atormentado está una noche en el jardín trasero de una casa con una diminuta pistola plateada contra su sien, mientras que en el porche de la casa vecina un hombre de aspecto desastroso, fumado y con muchas más razones que el joven para quitarse la vida, lo mira e intenta decidir si lo que está viendo es real o no. Chabon decidió sabiamente continuar con esta historia y dejar de lado esos cuatro años de escritura frustrada: el resultado fue Chicos prodigiosos, protagonizado por Grady Tripp, un profesor de escritura creativa que lleva siete años estancado en su novela Wonder Boys y que se describe a sí mismo de la siguente manera:

 

aunque escribiera diez mil páginas más de prosa reluciente, yo seguiría sin ser nada más que un minotauro ciego dando tumbos por un terreno quebrado, un ex chico prodigioso fracasado y obeso con una adicción a la marihuana y un perro muerto en el maletero del coche.

 

El dolor y la frustración de todos esos años de trabajo inútil están presentes en la novela, pero hay mucho más en ella que la simple historia de un autor fracasado. Los héroes de Chabon tienen en común la dignidad de su fracaso, que viene a ser casi como una característica personal de los caballeros en cuestión (sus mujeres suelen tener bastante más agallas). Esta novela es una ilustración de lo relativo que es el triunfo literario, las universidades están llenas de chicos prodigiosos esperando conquistar el mundo con sus escritos pero que con suerte llegarán a profesores de segunda fila, críticos frustrados o editores de nuevos aspirantes a esa gloria tan efímera como inalcanzable.

 

Este libro empieza mucho mejor de lo que termina, el autor quiere introducir tantos elementos en su historia que acaba perdiendo el timón de la misma y desembocando en un puro caos de situaciones cada vez más absurdas. A pesar de esta falta de cohesión argumental, la lectura resulta muy amena e incluso divertida por momentos. Esto es el mérito de la maestría lingüística y narrativa de Chabon, cuyos comentarios y observaciones que pone en boca de sus personajes son tan agudos como demoledores. Y cómo no, de la inmensa ternura que el autor siente hacia sus criaturas, a las que pondrá al borde del abismo pero nunca llegará a darles ese empujón final que las lance al vacío, siempre habrá una última esperanza que las salve aunque sea provisionalmente de la fatalidad.

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