LA METÁFORA ABSOLUTA
A Mario “el Buda”, por las horas de
música (y otras sustancias) en su departamento de la Vallejo.
Uno
El día
que Mark Chapman mató a John Lennon frente al edificio Dakota, el mismo año que
John Bonham murió ahogado en su vómito en la casa de Jimmy Page, ese mismo día
se decidió el futuro de Markus Reelman. Un juez le dictó sentencia: condenado a
morir por inyección letal. Era el 2 de diciembre de 1980. La mención al líder
de los Beatles, y la mención, de refilón, del legendario baterista de Zeppelin,
no es gratuita: los tabloides sensacionalistas publicaron que Reelman había
escrito dos semblanzas biográficas de Lennon y Bonham, publicadas por una editorial
clandestina de Boston, y, además, Reelman impartió, en los sesenta, una modesta cátedra de cultura popular
contemporánea en una minúscula universidad de Manchester, en donde analizaba la
influencia del rock en las clases populares Durante los sesenta, Reelman había participado
como bajista de The Peaches, un grupillo
sin futuro y malísimo que por dos o tres años se presentó en bares de mala muerte hasta su desintegración por la
muerte de Paul Guinnes, voz principal del grupo, en condiciones que sólo años
después pudieron esclarecerse. No se sabe que Reelman hubiera participado en otras
bandas, aunque, en los años que se hizo famoso, se mencionó que había
audicionado, sin éxito, para Zeppelin, cosa que Plant y Page ni desmintieron ni
afirmaron, con lo que dejaron abierta la posibilidad. Plant mencionó que hacía
1968 la banda buscaba con urgencia un baterista, y tuvieron alguna audición en
Londres, pero sin decidirse por alguien. La llegada de Bonham a Zeppelin, luego
de rechazar a Joe Cocker, puso fin a la búsqueda y abrió la etapa más
fructífera de la banda, hasta la muerte de Bonham y la desintegración de la
leyenda.
Poco se sabe de la vida de Reelman
desde mediados de los sesenta hasta la publicación de un panfleto antibelicista
en 1972, con la discusión si se presentó o no a la audición de Zeppelin en el
68. En esos años abandonó Manchester,
con 32 años, y fijó su residencia en Boston. No hay registros de actividad
laboral –fue despedido de la universidad de Manchester en 1966- y sólo se tiene
un carnet de trabajo provisional en Boston como acomodador en un almacén. Las
pesquisas de la policía fueron más allá: encontraron que hizo un viaje de cinco
días a la ciudad de México en 1970, y un viaje relámpago a Inglaterra en 1971.
Fue hasta la publicación de ¿Ir a la
guerra?, su panfleto contra Vietnam, cuando el profesor Reelman tomó cierta
notoriedad. Le ofrecieron empleo en una escuela comunitaria de Portland, Maine,
y viajaba dos horas al día en tren para presentar su clase y regresar a su
departamento del sur de Boston. El panfleto fue leído por estudiantes
universitarios, y publicado en la imprenta universitaria de Columbia. Reelman
recibió la invitación para leer su panfleto en un evento público ante la visita
del presidente Nixon a Columbia, y su éxito fue tal que a partir de ahí las
ofertas de trabajo llegaron y su situación económica cambió radicalmente.
Dos
Durante
tres años, Reelman escribió sobre música en revistas especializadas. Se había
ganado cierto público por sus críticas encarnizadas al sistema, y por sus
crónicas detalladas, bien escritas y documentadas. No hubo grupo importante que
le fuera indiferente. En tres años escribió una crónica semanal para la Boston Musical Review, e hizo una entrevista
a Lennon en el 73, cuando Lennon apoyó la salida de del ejército estadounidense
de Vietnam, en la famosa marcha por la paz de Nueva York. Aunque la entrevista
versó sobre música y los nuevos proyectos de Lennon –al año siguiente editaría Imagine-, Reelman encontró la
oportunidad de sacarle alguno que otro comentario sobre su postura
antibelicista, los problemas que tenía con el gobierno americano por su
actividad abiertamente pacifista y, con un guiño personal, sobre su relación
con Yoko Ono. La entrevista con Lennon no sólo promocionó la revista, sino le
dio el empuje que Reelman necesitaba para publicar en revistas de todo el país.
Luego de la entrevista, Reelman empezó
la escritura de la semblanza biográfica de Lennon, y para ello el beatle le envió un cuestionario que
Reelman requería para terminar el libro. No tuvieron más contacto. Se sabe que
Lennon aprobó la semblanza con una llamada telefónica, y nada más.
Tres
El 7de
febrero de 1977, una llamada telefónica a la policía advirtió de una terrible
imagen en un barrio del sur de Boston. Unos perros habían expuesto el cuerpo de
una mujer semienterrado en el patio de una casa. La policía allanó el lugar, y,
al hacer el cateo, no encontró al dueño. Dentro, la imagen no fue menos
grotesca: cientos de botellas de refresco, y latas de conserva, adornaban la
casa con excrementos y orines. El olor era indescriptible. Dentro de las
habitaciones, gatos y perros muertos estaban postrados en montículos de cal. De
la bañera de la habitación principal, una mezcla de excremento y comida podrida
hacía el aire irrespirable. Llamó la atención de la policía que una de las
habitaciones estaba intacta. En ella, había un escritorio, una librero y un
mueble con cientos de discos, todo en perfecto orden, limpísimo; lo mismo el
fichero de notas, los diccionarios y una vieja máquina de escribir marca
Brother. Un cenicero sin usar, una lapicera, un afiche de Led Zeppelin, otro de
John Lennon y uno más de Bonham, eran todo el mobiliario de la habitación.
Pronto se descubrió que en la casa
vivía Markus Reelman, o el profesor Reelman, como lo conocían los vecinos. Peritos
inspeccionaron toda la casa y el terreno aledaño. Tardaron tres días en
desenterrar los sesenta cadáveres que encontraron enterrados en el patio. Se inició
la cacería de Reelman por todo Boston, y se dio aviso a todos los estados,
terminales aéreas, ferroviarias, de autobuses; por unos días, su imagen –lentes
redondos a la Lennon, bigotillo ralo,
boca pequeña, nariz prolongada, cabello lacio hasta la frente- inundó los noticieros, y,
costumbre en esos años, el FBI proyectó su imagen en salas de cine.
Los meses de nieve y hielo en Boston,
hicieron difícil identificar los cuerpos. Un lugar común proporcionaría cierta
línea de investigación que los expertos forenses no descartaron: la mayoría de
los cadáveres tenían la extraña particularidad de ser o parecer roqueros. No
había duda: casi todos con cabello largo, tatuajes insignes, perforaciones,
argollas cutáneas, botas, arracadas. Que un asesino serial se interesara en
cierta raza, sexo o estrato social, no era nuevo, pero Reelman había inaugurado
un nuevo tipo de asesino serial.
Los
investigadores centraron sus pesquisas en reconocer roqueros desaparecidos en
los últimos años. No fue difícil: por todo el país, las agencias policiales
reportaron desapariciones en varios estados; los casos, en su mayoría
archivados después de seis meses, volvieron a abrirse. Curiosamente, ninguno de
los roqueros desaparecidos era famoso. Pertenecían a grupos mediocres que tocaban
en bares, en cocheras y fiestas privadas por pocos dólares; nadie extrañó a los
jóvenes, y en algunos casos los familiares pensaban que su hijo se había
marchado a buscar fortuna en otro lado.
Quizá el caso más notable de todos fue
el de Ramón Valverde, un mexicoamericano de Salinas Valley, California, becado
en la Universidad de Boston, en donde estudiaba Ciencias Políticas con un
futuro prominente. Baterista en sus ratos libres, la mayor parte del tiempo la
pasaba en el campus de su universidad. Sus padres, Jorge y Lucía Valverde,
reportaron la desaparición de Ramón en noviembre de 1975, cuando el joven
politólogo dejó de hablar a casa. Viajaron a Boston, pusieron la denuncia y
esperaron. Meses después, ante la insistencia de la policía de cerrar el caso,
la familia Valverde contrató un detective privado para encontrar a Ramón. La
investigación del detective se trunca en una bar del sur de Boston, donde Ramón
y su banda, The hands, tocaron durante
dos horas. La imagen de Ramón entrando al subway,
fue lo último que vieron sus amigos.
Cuatro
En
mayo de 1977, durante un concierto en Portland, Oregon, Ozzy Osborne cayó de
bruces en el escenario, brutalmente intoxicado. Había bebido y consumido cocaína
durante cinco días seguidos, y en su camerino lo esperaba una fiesta con putas,
más coca y vodka en cantidades industriales. Agentes del FBI tenían vigiladas las
entradas y salidas el estadio de los Oregon
Ducks, el equipo de futbol americano de la universidad. Habían arreglado
que a mitad de “Strange” Ozzy se cayera y el concierto fuera suspendido. No
podía negarse: en su camerino había suficiente droga para mandarlo varios años
a la cárcel. El motivo era la detención de Markus Reelman, el asesino serial de
Boston, ubicado en Portland y seguido hasta el concierto de Black Sabbat.
Reelman fue detenido antes de perderse entre la gente que, embriagados,
vociferaban por la restitución de su boleto ante el fisco del concierto.
Reelman rápidamente confesó todo.
Lugares, fechas, nombres, pero los motivos para asesinar a sesenta personas
durante un periodo de cinco años se los cayó. Incluso dijo que, atormentado por
la culpa, había enviado una nota anónima a la policía de Boston, sólo para ser
ignorado o tomado como un mentiroso bromista. Recordó que al enviar la nota
sólo había matado a 10 personas, así que culpaba a la policía por no haberlo
detenido y evitar que asesinara a cincuenta más. La sentencia tardó tres años
en llegar, pero fue inapelable. Reelman fue ejecutado el 21 de agosto de 1981.
Nadie reclamó el cuerpo. Lennon y Bonham había muerto un año antes.
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