Dio el primer jalón de coca del día. Su vista se nubló durante unos segundos y permaneció en silencio esperando que el efecto de la coca se propagara a todo su cuerpo. No había temblor como otras veces, ni ese leve zumbido que sentía bien clavado en el cerebro. Su respiración se hizo más pausada y las cuencas de los ojos orbitaron en todo su esplendor. Sacó su .45 de la pistolera, cortó cartucho y bajó de la Suburban. El día era caluroso, quizá el más caluroso en meses. Acomodó su texano mientras palpaba la frialdad de la .45 en su mano derecha; a lo lejos, vio la federal a Batalla de Zacatecas como una vía rápida de salida por si algo salía mal y se detuvo. Los carros se detenían continuamente y la fila, según pudo deducir, ya abarcaba varios kilómetros. Ni por asomo podría salir por la federal a Batalla de Zacatecas, internarse en ella sería un suicidio. Pensó en los daños colaterales, los muertos si se desataba una balacera. Los muertos valen madres, así es esto y así será. La polvadera vencía su intento de avanzar, haciendo que se detuviera para fijar la vista hacia adelante. Una ventisca arremolinó el polvo sobre él y su texano fue arrastrado hasta que lo perdió de vista. Pinche día, mero hoy se les ocurre mandarme para acá. Por unos segundos pudo avanzar sin que la polvadera volviera torpes sus movimientos y pudo divisar el local gris adornado con un foco rojizo en la entrada. Proibida la entrada a bendedores amvulantes y hombres armados y militares. Un niño gordo y mal peinado estaba sentado en una poltrona a pocos metros de la entrada de la cantina. Al verlo, el niño hizo el intento de pararse y entrar en la cantina, pero vio que el tipo que venía hacia él le apuntaba con una pistola enorme, la más grande que había visto. Se quedó quieto. Cerró los ojos hasta que sintió los pasos cerca de él y luego un crujido que lo volvió todo de un color marrón. Los niños no deberían estar en estos tugurios, qué putas de padres más desconsiderados. El viento balanceaba la media puerta de un lado para otro. Dentro, se escuchaba un corrido muy sonado y, dentro del corrido, risas, mentadas de madres, copeos, taconazos. Se puso la .45 en el pecho, la besó levemente, aspiró con fuerza el olor a grasa y pólvora. Ya estará. Abrió la puerta y su vista divisó y siguió rápidamente la humanidad de un tipo que bailaba pegadito con una dama de minifalda de mezclilla, levantó el arma y descargó un certero balazo que entró por la oreja del tipo y fue a estrellarse en la rocola; en una mesa contigua, dos tipos hicieron el intento de pararse pero la balas ya le habían perforado el pecho a uno y desbaratado el rostro al otro. Salió del lugar tal y como había entrado. La polvadera había disminuido y en medio de los matorrales vio que la Suburban era revisada por un grupo de niños famélicos; tiró un disparo al aire: los niños permanecieron en silencio, al lado de la Suburban hasta que vieron que el hombre les apuntaba, se revisaba la bolsa del pantalón, entraba a la camioneta y se alejaba dejando una estela de polvo que por fin los ahuyentó. I’m fine, I’m fine. All I need is Love, and a Cold beer. Se rió. Buscó entre la bolsa de su camisa el sobrecito de coca, esparció en poco el mano izquierda sin soltar el volante forrado de piel de víbora e inhaló la droga combinada con una gruesa capa de polvo. Los automóviles estacionados en la federal a Batalla de Zacatecas comenzaron a moverse rápidamente y el flujo se hizo intermitente pero permitió a la Suburban mezclarse entre los automóviles de todas las marcas y modelos aunque principalmente camionetas y trailers. Avanzó un kilómetro, tal vez dos. Puta madre, esos pendejos no dejan de componer este puto camino. Si yo fuera presidente municipal, si yo fuera el hijo de la chingada que. Los automóviles se detuvieron uno a uno hasta que tocó el turno de la Suburban. No apagó el motor. Encendió el estéreo: Rosita de olivo, blanca flor de azahar, me das un besito cuando haya lugar, cuando haya lugar me mandas decir. Soy hombrecito y te puedo cumplir… El calor era insoportable. Guardó la .45 (que llevaba en el asiento del copiloto) debajo de su asiento. Encendió el aire acondicionado: el aire frío cubrió su rostro. …y yo le contesto, con grande dolor, no lloro por nadie. Sólo por tu amor. Only for your love. Encendió un cigarro púrpura: el humo invadió la cabina de un olor rancio. Abrió la ventanilla polarizada para dejar escapar el humo y respirar aire fresco. Volteó la vista a la izquierda: desde una Ford Explorer una anciana lo miraba con curiosidad. Volvió la vista. Los automóviles se arremolinaban tras él, haciendo que la primera fila pareciera un valet parking. Es mejor, entre más me mezcle, menos me encontrarán. Cambió de modo compac disc a modo USB. Esto está mejor: The Pixies: Where’s my mind? With your feet on the air and your head on the ground Try this trick and spin it, yeah Your head will collapse But there's nothing in it and you'll ask yourself. La fila de autos, chicos, medianos y grandes alcanzaba ya una gran distancia. Se bajó de la Suburban y caminó hacia la lateral para ver en donde estaba el problema. “Esto no tiene para cuando ¿verdad?”, graznó la anciana desde su Explorer, “puedo ofrecerle un jugo, yo los fabrico y los voy a vender a El Refugio”. El tipo no contestó: volvió a la Suburban y subió los polarizados. A los pocos segundos tocaron la portezuela. Era la anciana. “Me parece que no escuchó, pero le voy a invitar un jugo de tuna que yo misma fabrico en mi rancho, ya verá que sabroso y la tuna es mejor que una cerveza bien fría para quitar la sed”. No estaría mal una cerveza y una rola de The Doors para bajarla. El tipo masculló un gracias, cerró la portezuela y subió el volumen del estéreo. La voz de Jim Morrison se estrelló contra los vidrios: Love me twice today. Apagó el estéreo, el aire acondicionado y el motor. Se dio otro jalón de coca y guardó la .45 en la espalda, entre las nalgas y el pantalón. Bajó de la Suburban ante la mirada seria pero benévola de la anciana, que con una complicidad (que el tipo se sacudió en seguida), le dijo: “Qué bueno que va a ver si ya termina este martirio, a mi camioneta no le funciona el aire acondicionado y aquí está peor que el infierno. Manténgame informada”. El tipo no la miró. Avanzó entre la fila de autos, cubriéndose el rostro para no cegarse por el brillo del sol que se reflejaba de lleno en el asfalto. Avanzó varios metros, no muchos, hasta toparse con un encargado de la obra que le informó que la espera no tardaría más de diez minutos: desde la parte frontal de la fila ya se escuchaban los motores encendidos, desplazándose lentamente todavía pero ofreciendo la esperanza de que las palabras del encargado no eran inventos sino que en verdad la cosa estaba solucionada. Varios metros adelante, entre la fila interminable de autos, seis hombres avanzaban hacia ellos con cuernos de chivo en mano. Los hombres se dispersaron formando dos líneas de tres hombres que avanzaban por cada carril. El encargado de obras corrió hacia la lateral, tirándose entre los matorrales. El tipo rodeó un trailer que estaba al lado y, encañonando con la .45 al conductor, se subió. Los hombres pasaron al lado del trailer sin mirar el interior. Se escucharon fuertes detonaciones durante un tiempo indeterminado. Luego, vieron correr a los hombres a través del llano y perderse entre los matorrales. El tipo se bajó del trailer, no sin antes advertir al trailero que se callara la boca sino quería recibir un plomazo. Caminó hacia la Suburban: la carretera estaba llena de casquillos dilatados por el sol. Miró hacia la Explorer: ésta también había recibido sendos disparos de cuerno de chivo. La vieja sólo estaba aquí por destino, ya le tocaba. Debajo de la Explorer vio un bulto muy parecido a la anciana. Se acercó. Le pereció ver que el bulto se movía. Lo último que vio en su vida fue la mano de la anciana disparando una pistola.
Andrés López.
Bueno México en estas situaciones, qué se puede decir, es una muy cruda realidad.
ResponderEliminarBuena historia
Ok. Es el pan diario.
ResponderEliminarSaludos.
Libertine