Enajenados con el Mundial y la Selección Mexicana, muchos pasaron por alto la muerte del mejor cronista de México, y un animador cultural de primer orden. Dedico el siguiente texto en memoria de Carlos Momsiváis, cuya muerte lamentamos todos.
El pasado sábado 19 de junio, una afección pulmonar quitó la vida al ecléctico Carlos Monsiváis. Muere el cronista, el narrador, el poeta oculto y culto (barroco), el coleccionista, el historiador de las mentalidades, el novelista íntimo, el periodista, el locutor, el caminante, el cinéfilo, el gatómano, el bibliómano, el personaje público, el escritor. Desde la muerte de Octavio Paz no se había sentido tanto la muerte de un intelectual como la de Monsiváis, Monsi para los amigos. Y es que Monsiváis constituye un caso especial en las letras mexicanas. Monsiváis es la memoria colectiva de México, sus derrotas y victorias, sus museos y bibliotecas, sus calles y barrios, la gente sencilla y la cumbre intelectual. En Monsi confluyen el hombre de letras y el ávido espectador de lo cotidiano, capaz de conservar entre sus múltiples tesoros primeras ediciones y muñecos de barro, cuadros firmados, caricaturas porfirianas y revolucionarias, minúsculos juguetes burgueses, retratos de las más grandes actrices de la época de oro del cine nacional, gatos y más gatos, partituras anónimas, poemas desconocidos. Fue tan grande su erudición que lo mismo escribía un elocuente ensayo sobre los Contemporáneos que destazaba la dinosáurica familia política mexicana o se comprometía en la defensa de los derechos de los homosexuales.
¿Qué será de la vida cotidiana mexicana sin Monsiváis? De nada valdrán los homenajes nacionales póstumos y los elocuentes ensayos que dilucidarán su obra como una de las más importantes de nuestras letras, una obra necesaria para comprender el México actual. Desde la mirada de Monsiváis nada quedaba fuera, todo debía ser integral. Siempre se destacó por conservar aquello que otros intelectuales desdeñaban. Fue uno de los primeros críticos que escribió, en tiempos de censura, sobre la imposición gubernamental cuando ningún intelectual en sus cabales su atrevía. Sus ensayos sobre la vida pública y cotidiana de México, sus columnas en las principales revistas y diarios del país, su presencia en los medios lo convirtieron en un personaje fundamental en el México de las últimas cuatro décadas. Sin haberlo leído todo mundo hablaba de Monsiváis como un fraterno. Lo mismo asistía a un coloquio sobre literatura mexicana que a programas de televisión; era un tímido líder de opinión que en el fondo prefería la soledad de su estudio a los faroles. Evocaban su figura excéntrica con una persona cuyas opiniones debían ser escuchadas. Lejos quedan las polémicas con Paz y Krauze. Cerca, su entrañable amistad con José Emilio Pacheco, Sergio Pitol y Elena Poniatowska, pertenecientes también a esa generación de Medio Siglo tan prolífica que ha otorgado a México tres premios Cervantes (Fuentes, Pitol y Pacheco) y seis nacionales de Literatura (Fuentes, Pitol, Pacheco, el mismo Monsiváis, Poniatowska y Juan García Ponce). Adiós, pues, Carlos Monsiváis. Sin ti, las letras mexicanas no serán las mismas.
Andrés López Sánchez.
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