Un saludo a la banda.
Las que más me gustan son las asiáticas. Tienen algo exótico en su mirada, detalles descarnados, miradas furtivas me templan al instante. Agrégale los sutiles gemidos y estoy fuera. Además muchas parecen quinceañeras. Digo, aparentan serlo más que las demás, ocultan más el paso del tiempo. No consumo pornografía infantil, es un asco, así que me deleito con observar a veinteañeras con cutis terso que parecen estudiantes del colegio de mi hija. Una cámara bien enfocada y un buen maquillaje y los directores hacen magia. Magia en serio. Entre todas ellas, las asiáticas digo, hay una en especial que he seguido desde hace dos años: Ayuri Matzumi. Matzumi ha hecho de todo –lo sé por su sitio de Internet. Hay una película en especial que recuerdo mucho. Es una fantasía postapocalíptica llamada The World into of my mind, dirigida por Seki Chuntaro. La acción transcurre en una nave espacial abandonada en algún lugar del monte Fuji por una raza alienígena. Un grupo de ingenieros japoneses, entre los que estaba Matzumi, descubren la nave entre las excavaciones de una vieja mina. Se internan en los laberintos de máquinas, consolas luminiscentes, pasillos que conducen a más cámaras ocultas, computadoras gigantes que producen un ruido anestesiante que los interna más y más a la cámara principal (o lo que se supone es la cámara principal) de la nave. La cámara principal es un laboratorio experimental donde los ingenieros descubren cuerpos muy bien conservados de seres humanos de distintas razas y tiempos. Algunos están vestidos, otros desnudos, por lo que pueden intuir si pertenecieron a la época de los faraones egipcios, el Imperio Romano, la Edad Media, la China imperial, la Revolución Francesa, los hippies sesenteros o algún yuppi abducido por la nave. Los cuerpos están interconectados por una compleja red de transmisores eléctricos que los mantienen suspendidos en una plancha de plasma fluorescente. Matzumi se acerca a una consola e ingenuamente teclea unos botones. Todo se vuelve transparente por un instante, pero inmediatamente regresa a su estado normal. Una luz neón se enciende en el techo de la cámara. Los humanos que están suspendidos, comienzan a bajar y despertarse. Uno a uno despiertan hasta que todos se encuentran, incrédulos, desconcertados, somnolientos por la larga sequía de realidad, en medio de la cámara. Un halo de luz los envuelve. Escuchan una voz que no pueden entender. La luz los suspende y los baja al instante. Los que están vestidos comienzan a desnudarse. Los desnudos comienzan a tocarse los genitales. Hay un egipcio que tiene un miembro descomunal. (No he resaltado que Matzumi es la única mujer en la nave.) El egipcio se abalanza sobre Matzumi –quien ya está desnuda- y le da una mamada, mientras un militar francés (una mezcla entre Napoleón y D’Artagnan) penetra al egipcio con violencia. Dos ingenieros japoneses se lían en un ménage a trois con un peludo neandertal de un pito gruesísimo, mientras el hippie es sodomizado por el yuppie y éste, a su vez, se traga el nada despreciable miembro de la reencarnación de Vishnu. Para esto, el egipcio ha soltado a Matzumi y ésta se lía con un bolchevique (el atuendo del supuesto ruso es ridículo, pero hay que rescatar la intención de Chuntaro de facilitar al espectador la rápida identificación de los personajes) que desprende su enorme verga del pantalón raído que lleva puesto, coloca a Matzumi de espaldas a una supercomputadora, la obliga a cruzar los brazos por la espalda y la penetra de una estocada brutal a lo que Matzumi responde con un estruendoso quejido. La cámara enfoca una y otra vez las escenas, mostrándonos los entresijos más ocultos de los actores, la sudoración excesiva del ruso, los labios vaginales sonrosados, húmedos, perfectos de Matzumi que se mueve con más fuerza a cada estocada inhumana del ruso. Con un movimiento rápido, el ruso levanta a Matzumi y la coloca encima de él, con el culo expuesto al aire para que pueda penetrarla cualquiera que se decida; el militar francés, desentendiéndose del culo del egipcio, se lanza sobre Matzumi y entre ambos la penetran. Quiero hacer notar la terrible complicidad del rostro de Matzumi. Mueve los ojos, contorsiona el rostro hacia la cámara, lanza miradas tiernas y feroces, resopla, pasa la lengua por los labios, mueve la cabeza de un lugar a otro. Una perfecta simbiosis de rostro y cámara. Agotados, después de eyacular profusamente sobre Matzumi, los diez hombres permanecen al filo de la excitación pasando sus lúbricos miembros por su rostro. Matzumi parece, al enfocarla la cámara, una amorfa masa gelatinosa donde sólo es posible vislumbrar su dentadura perfecta.
Las que más me gustan son las asiáticas. Tienen algo exótico en su mirada, detalles descarnados, miradas furtivas me templan al instante. Agrégale los sutiles gemidos y estoy fuera. Además muchas parecen quinceañeras. Digo, aparentan serlo más que las demás, ocultan más el paso del tiempo. No consumo pornografía infantil, es un asco, así que me deleito con observar a veinteañeras con cutis terso que parecen estudiantes del colegio de mi hija. Una cámara bien enfocada y un buen maquillaje y los directores hacen magia. Magia en serio. Entre todas ellas, las asiáticas digo, hay una en especial que he seguido desde hace dos años: Ayuri Matzumi. Matzumi ha hecho de todo –lo sé por su sitio de Internet. Hay una película en especial que recuerdo mucho. Es una fantasía postapocalíptica llamada The World into of my mind, dirigida por Seki Chuntaro. La acción transcurre en una nave espacial abandonada en algún lugar del monte Fuji por una raza alienígena. Un grupo de ingenieros japoneses, entre los que estaba Matzumi, descubren la nave entre las excavaciones de una vieja mina. Se internan en los laberintos de máquinas, consolas luminiscentes, pasillos que conducen a más cámaras ocultas, computadoras gigantes que producen un ruido anestesiante que los interna más y más a la cámara principal (o lo que se supone es la cámara principal) de la nave. La cámara principal es un laboratorio experimental donde los ingenieros descubren cuerpos muy bien conservados de seres humanos de distintas razas y tiempos. Algunos están vestidos, otros desnudos, por lo que pueden intuir si pertenecieron a la época de los faraones egipcios, el Imperio Romano, la Edad Media, la China imperial, la Revolución Francesa, los hippies sesenteros o algún yuppi abducido por la nave. Los cuerpos están interconectados por una compleja red de transmisores eléctricos que los mantienen suspendidos en una plancha de plasma fluorescente. Matzumi se acerca a una consola e ingenuamente teclea unos botones. Todo se vuelve transparente por un instante, pero inmediatamente regresa a su estado normal. Una luz neón se enciende en el techo de la cámara. Los humanos que están suspendidos, comienzan a bajar y despertarse. Uno a uno despiertan hasta que todos se encuentran, incrédulos, desconcertados, somnolientos por la larga sequía de realidad, en medio de la cámara. Un halo de luz los envuelve. Escuchan una voz que no pueden entender. La luz los suspende y los baja al instante. Los que están vestidos comienzan a desnudarse. Los desnudos comienzan a tocarse los genitales. Hay un egipcio que tiene un miembro descomunal. (No he resaltado que Matzumi es la única mujer en la nave.) El egipcio se abalanza sobre Matzumi –quien ya está desnuda- y le da una mamada, mientras un militar francés (una mezcla entre Napoleón y D’Artagnan) penetra al egipcio con violencia. Dos ingenieros japoneses se lían en un ménage a trois con un peludo neandertal de un pito gruesísimo, mientras el hippie es sodomizado por el yuppie y éste, a su vez, se traga el nada despreciable miembro de la reencarnación de Vishnu. Para esto, el egipcio ha soltado a Matzumi y ésta se lía con un bolchevique (el atuendo del supuesto ruso es ridículo, pero hay que rescatar la intención de Chuntaro de facilitar al espectador la rápida identificación de los personajes) que desprende su enorme verga del pantalón raído que lleva puesto, coloca a Matzumi de espaldas a una supercomputadora, la obliga a cruzar los brazos por la espalda y la penetra de una estocada brutal a lo que Matzumi responde con un estruendoso quejido. La cámara enfoca una y otra vez las escenas, mostrándonos los entresijos más ocultos de los actores, la sudoración excesiva del ruso, los labios vaginales sonrosados, húmedos, perfectos de Matzumi que se mueve con más fuerza a cada estocada inhumana del ruso. Con un movimiento rápido, el ruso levanta a Matzumi y la coloca encima de él, con el culo expuesto al aire para que pueda penetrarla cualquiera que se decida; el militar francés, desentendiéndose del culo del egipcio, se lanza sobre Matzumi y entre ambos la penetran. Quiero hacer notar la terrible complicidad del rostro de Matzumi. Mueve los ojos, contorsiona el rostro hacia la cámara, lanza miradas tiernas y feroces, resopla, pasa la lengua por los labios, mueve la cabeza de un lugar a otro. Una perfecta simbiosis de rostro y cámara. Agotados, después de eyacular profusamente sobre Matzumi, los diez hombres permanecen al filo de la excitación pasando sus lúbricos miembros por su rostro. Matzumi parece, al enfocarla la cámara, una amorfa masa gelatinosa donde sólo es posible vislumbrar su dentadura perfecta.
Estas bien loco pinche andrés. Me gustó tu relato. A ver cuando vienes a Xalapa, se te extraña.
ResponderEliminarLuz Ma.
ESTOY UN POCO DESCONCERTADA ENTRE LAS LUCES Y LA ASIATICA, LA MASA AMORFA GELATINOSA QUE TAMBIEN SE VOLVIO EL EXPECTADOR, YO?...
ResponderEliminarME GUSTA, BUSCARE A MATZUMI EN LA RED, O EN MIS SUEÑOS MAS PERVERSOS..JEJE.. SALUDOS