No hay mayor desilusión que la incapacidad de compartir con otra persona un conocimiento que consideramos esencial.



Richard Ford



viernes, 2 de julio de 2010

Museo de Arcángeles disecados

Subo este relato a pedido de mi buen amigo Efra Moctezuma, y mi querido Noé por animarme a escribir estas trivialidades.
MUSEO DE ARCÁNGELES DISECADOS
A Joaquín Sabina, por el título de este relato.

Eres el tipo que rescata a los hombres del olvido. Tú les das un lugar, los acobijas, los tratas como si fueras tú mismo. No reparas en gastos cuando de rescatar a alguien de su funesto destino se trata. Tú los nombras, los llamas, les devuelves un poquito de aquella antigua idea de que alguna vez fueron alguien. Nunca te preguntas si en verdad existieron lejos de su familia y los amigos. Hacerse notar. Ser respetados por la gran multitud, estar en boca del inconsciente colectivo, si esto es irremediablemente posible. Tú otorgas el poder de ubicuidad al extraño y al anónimo, al que desaparece en el desierto con un tiro de gracia, al que se emborracha noche tras noche en un bar de medio pelo, al que destruye las cartas, leídas a luz de quinqué, de quien ya no regresará. Tú los apartas para devolverlos plenos, y en ti recaen historias y mitos, antologías del amor a golpes de espera, retratos de una sombra diurna en el álbum fotográfico de su insignificante vida. ¿Tu árbol genealógico? Una patraña inventada para darte presencia. Combs, William. 1876-1976. Terrence, Alabama-Terrence, Alabama. Tus hijos, nietos y biznietos te recuerdan, Willie, tu voz armoniosa de afrotenor resuena en las paredes y alivia las tenciones cotidianas. Knoxville, Tennessee. 1925. Una oscura carretera en medio de la nada. Una noche que amenaza tormenta. Un viejo de tweed, sombrero y armónica toca una viejo y melancólico blues, sentado en una piedra oblicua, mientras las hormigas le suban por las piernas lampiñas y lo muerden. Un cuervo le caga el sombrero raído. Kyoto, Japón. 1963. Nagori Ishikawa, poeta del vértice, decide copiar el verso más bello de Basho. Su tintero está vacío. Es un verso que se sabe de memoria, de hecho se sabe de memoria todo el poema y todos los poemas del genial Basho. 1966. Ishikawa no se decide por cuál es el verso más bello de Basho. En algún lugar de España, un joven enamorado fornica con su enamorada. El joven cecea más de la cuenta debido a un problema de labio leporino. A la joven enamorada le excita que el joven le diga corazón al oído. Detrás del umbral, te detienes, expectante, ante el espectáculo multiforme de tu propia existencia. Durante un minuto o dos –que pueden ser dos siglos o un evento, sincronía o diacronía, causa y efecto- recibes ráfagas de imágenes que se agolpan en ti como el sonido más cercano, un zumbido extraño y particularmente molesto. Mantienes en secreto ese hallazgo. Piensas: Una carta es un hallazgo, el hallazgo más hermoso de todos. En una habitación de hotel en Praga, encuentras una carta escrita por una mujer. No sabes leer checo, pero sabes que es una carta escrita por una mujer desesperada, el tipo de mujer desesperada que es capaz de colgarse del tragaluz de su habitación porque su hombre –un vulgar ladronzuelo, un padrote de cuadra, un hijo de vecino sin ocupación- se ha largado para siempre. Confías en tu intuición, y el vago olor a jazmín impregnado en la carta, te dice que es la carta de una mujer olvidada (o que muy pocos recuerdan, pues la carta data de 1955) y suicida. Hay huellas innegables que la mujer lloraba mientras escribía la carta: las letras corridas formando un canal translúcido a través del enjambre sintáctico y las largas oraciones que parecen no tener fin. Alguna vez tu madre te leyó un relato justo antes de dormir. Trataba sobre una mujer casada con un buen hombre, un funcionario público o algo parecido. La mujer es analfabeta y el hombre, tras incitarla a que aprendiera a leer y escribir, poco a poco desiste. En cierta ocasión la mujer encuentra una carta en el bolso del saco de su marido. Sin saber leer, intuye que se trata de la carta de una mujer. La carta huele a jazmín y la letra es pequeña y concisa, justo como imagina que es la letra de una mujer. Su primera reacción es ir con su confesor –un cura avinagrado y reumático- pero piensa en las implicaciones morales de la carta. Cuando regresa su marido, ella lo recibe con la misma efusividad de siempre, sin darle tiempo que sospeche nada. Pasan los días y no encuentra la forma de saber el contenido de la carta sin que otra persona se entere y la reputación, tanto de ella como de su marido, quede intacta. La única forma es aprendiendo a leer. Así que, aprovechando el tiempo de su marido en el trabajo, consigue –no sin pena- un instructor particular. A los pocos días, encuentra una nueva carta en otro saco de su marido. Es una carta de tres líneas con el mismo olor a jazmín. Por momentos se llena de rabia e impotencia. La curiosidad se convierte en obsesión. Dobla el tiempo de su instrucción, aunque tenga que sacrificar parte de sus ahorros para tiempos difíciles. A un ritmo frenético de cinco horas diarias, en seis meses consigue leer. Se maravilla de poder entender las redondeces, líneas y curvaturas de esos extraños arabescos obstinados. Toma la carta y, despacio, organiza una a una las sílabas que forman cada una de las palabras y oraciones de la carta. Lee con voz vacilante lo siguiente (no recuerdas exactamente la palabras, pero digamos que son éstas): Mujer: dada tu obstinación por rechazar mis ofrecimientos de enseñarte a leer y escribir, y conociendo tu temperamento, decidí que la mejor forma para que aprendieras a leer era la que, a través de estos meses, has experimentado por ti misma. Te amo, y ya que descubriste lo grandioso que es comunicarte mediante la palabra escrita, estoy seguro que no te enfadará este método poco ortodoxo. Atte. Tu marido. La segunda carta, mucho más escueta, decía (digamos) lo siguiente: Esta carta es por si acaso. Temía que prefirieras quedarte con la duda que intentar solucionarla. El perfume de jazmín me lo ha dado tu hermana, quien está enterada de tu hazaña. La carta de la habitación de Praga tiene un aire a final desdichado. Una angustia recorre las escasas treinta líneas de letra informal. Reconoces en ella el nombre de Etienne y el de la amada anónima, Vera Ajmátova. ¿Cómo se dirá amor en checo? Lo ignoras. Incluso la afable empleada del hotel podría sacarte de la duda. Cualquier transeúnte, cualquier desdichado checoslovaco te leerá el contenido. Definitivamente no esperarás a aprender checo. No tú, Impaciente, Desesperado Egomaníaco. Guardas la carta en la bolsa de tu abrigo. Es una noche nevada en Praga, y se te apetece un whisky. Alguien te recomendó el bar del hotel. No tienes más opciones. Te instalas en una mesa pegada a un amplio ventanal, y un joven enjuto se acerca, solícito, a atenderte. Maquinalmente pides un whisky con tu inglés de pulido en Austin. Observas una pareja que ríe con efusividad. Hay un tipo calvo que bebe una botella de champaña acompañado de una mujer más joven. Casi no hablan, se dedican a observarse, fumar y beber. La mujer es bella, el tipo de belleza eslava, rubia, delgada y de ademanes delicados. El tipo calvo hace una mueca de disgusto, saca su cartera, deja unos billetes sobre la mesa y se va. La mujer suspira, quizá aliviada, quizá no. Llama al mesero, y pide la carta. Tú la observas comer y beber. Piensas en pedirle que te lea la carta. Ella habla inglés, eso es seguro, la mayoría de los checos lo hablan y ella se ve una checa educada. Y una checa de mirada triste pero ufana de su porte. Por un instante sus miradas se cruzan. Tú no tienes buena pinta luego de un viaje de veinte horas con una escala interminable en Ámsterdam. Te acercas, saludas. Ella te recibe con una sonrisa que disipa tus dudas. Te sientas (ella te lo pide, grandísimo gañán). Habla un perfecto inglés de acento desconocido, por momentos británico, por momentos americano. Te apresuras a servir su copa y te sirves (habrase visto) de ese líquido espumoso. Me llamo Vera, te dice al final de un silencio interminable. Mi familia compró este hotel hace cincuenta años. ¿Es usted español? No lo eres. Eres un latinoamericano perdido en la ciudad más bella del mundo, bebiendo champaña con la mujer más bella y encantadora que hayas conocido jamás. La carta puede esperar. Tu vuelo nocturno y tu manía de desaparecer, my dear and dark twin brother, mientras una pareja hace el amor bajo algún puente de Praga cobijados por una catedral medieval.
Andrés López Sánchez, diciembre de 2009.

1 comentario:

  1. NUEVAMENTE AQUI REPORTANDOME Y DANDO LECTURA A TUS ARTICULOS Y ANDO CHECANDO QUE SI LE HAS DADO SEGUIMIENTO A LO QUE INICIASTE ANIMO CARNALITO CON TUS APORTACIONES.
    PERO TE SOY SINCERO ESTE PINCHE ARTICULO LO ENTENDI NI MADRES ME PERDI, CADA QUE LE ESTABA TOMANDO EL GUSTO SALIAS CON CADA MAMADA, LA NETA LO MIO NO ES LA LECTURA, PERO POR TI ME A NACIDO UN POCO EL HABITO´POR LEER Y SABES POR QUE, PUES PARA VER CADA COSA ANIMADA ABURRIDA O CHINGONA QUE PONES EN TU BLOGGGGGGGG. BUENO SEGUIRE DANDO LECTURA A TUS APUNTITOSSSSSSSSSSSS JAJAJAJAJAJA NO ES CIERTO.
    ANIMO Y HECHALE GANAS Y RECUERDA QUE QUIEN TE QUIERE MI NEGRO LINDO. JAJAJAJAJAJAJAJA PO YOOOOOOOOOOOO. NOE

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