No hay mayor desilusión que la incapacidad de compartir con otra persona un conocimiento que consideramos esencial.



Richard Ford



jueves, 22 de diciembre de 2011

LA HABITACIÓN

La luz se apaga y se prende. El espectáculo nocturno comienza con una caricia que acaso no es caricia: es un roce: la distancia perfecta entre un labio y otro. Un poco aletargado por el frío, un poco deforme ante sí mismo. Una candileja infame alumbra y saca de la oscuridad las siluetas que, lentamente, se desnudan. El reproductor de CDs toca el Licenciado Cantinas de Bumbury. Hay en el taburete: las Sombras detrás de la ventana, de Eduardo Antonio Parra, las llaves marcadas con el número 245 en el llavero redondo y plateado, una cajetilla de cigarros, una botella de vodka a medio terminar, un cenicero lleno de colillas, una carta escrita por alguno de los dos hace un mes, una carta de despedida o de reconciliación pero es una carta que anuncia algo. La luz se dispersa. El contacto directo se vuelve inminente: sus cuerpos se encuentran, se reconocen, se palpan. La epidermis, el órgano más grande del cuerpo humano, es, también, el más sensible, y se vuelve el receptáculo idóneo donde el contacto alcanza el grado de desesperada caricia. No dicen nada: la voz de Bumbury los adormece: Que me lleve la tristeza/ porque la rabia no / me daría mucha vergüenza / ver que el odio nos ganó / que el amor se nos ahogó / en el pozo del coraje, con un español manchego y el tum tum del bajo y la guitarra y el tum tum de la voz que en esa habitación barata resuena entre las paredes haciendo perfectamente audible el más mínimo cambio de tono. Toman el vodka de la botella: el licor se escurre por el cuerpo. A estas alturas no interesa nada: prenden un cigarrillo casi en la oscuridad, toman el vodka alumbrados por la flama ígnea que se debilita a cada inhalación de oxígeno. Hay en el piso de la habitación un charco breve de vodka que se ha escurrido por la pantorrilla. Una colilla cae, todavía encendida: el fuego inicia, las caricias se contraen en espasmos de miedo, para separarse y comenzar a luchar por salir de las cuatro paredes. Imposible es. En cuestión de segundos todo es fuego y llanto, gritos que se desprenden desde la voz ahogada de Bumbury que, cansado, deja de sonar.

domingo, 11 de diciembre de 2011

LA FÁBRICA DEL LENGUAJE



Pablo Raphael ha escrito un lúciudo ensayo sobre el devenir del lenguaje y la literatura en épocas donde el neolibelarismo y el consumismo mantienen en estado de sitio a la socidedades pensantes. Del blog al libros virtuales, de la escritura como parafernalia hasta los concursos de popularidad, de las listas de los más vendidos hasta los autores de culto, este ensayo es clave para comprender el futuro de la literatura. Pablo Raphael (México, 1970) estudió ciencias políticas en la Universidad Iberoamericana y ha sido colaborador del diario El Universal y de las publicaciones Revuelta, Confabulario y Quimera. Su libro Agenda del suicidio recibió el Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen; es autor de la novela Armadura para un hombre solo y, junto con Guadalupe Nettel , es editor de Número 0, revista de literatura periférica, que en España fue seleccionada para los premios Laus de edición 2008. Actualmente escribe una tesis doctoral sobre el viaje de Antonin Artaud a México en 1936. Ah, y pertecene a la generación Atari, llamada así por el escritor y editor Tryno Maldonado, y que denomina un territorio común de escritores nacidos a mediados de la década de los setenta. Es una excelente opción de lectura para estas vacaciones, y de paso dejar de lado el pavo, la fabada, los romeritos, el mole, la sidra, el ponche, el alcohol y las posadas. Mejor pónganse a leer.

sábado, 26 de noviembre de 2011

EN LA HONDONADA NOCTURNA NOS VEREMOS (2)

THE FACT, “OBRA EN TRES ACTOS DEL DRAMATURGO INGLÉS BENJAMIN TOOL”.
Supongo que escribir es buena terapia. Cuando menos eso decía mi prima Talina, que era psicóloga. No fue el Rolex 2006 Edition sino el viaje a Broadway a ver The fact, “obra en tres actos del dramaturgo inglés Benjamin Tool”, lo que hizo que Talina aceptara mi ofrecimiento de hacerse mi amante. Una obra aburrida, “de realismo psicológico que cala”, diálogos inenarrables, interpretaciones simplonas que no valían los trescientos dólares que pagué por cada entrada. Sin hablar del hotel y los room services y el abrigo y la ropa en la Quinta Avenida y la coca esparcida por todo su coño que aspiré como poseído. Durante tres años cogimos como locos. Gasté una fortuna en saciar su inacabable gula monetaria. Le puse su estudio/consultorio, le pagué una especialidad en Gestalt en Viginia, le compré un departamento de un millón de pesos, le pagué cada una de sus ocho tarjetas de crédito y sus viajes semestrales “a ponerme al corriente” en terapias psicológicas; su Porsche Cayenne, sus tres sirvientas, su asesor legal, su entrenador personal, su creciente necesidad destructiva por la coca y las anfetaminas: todo pagado por mí. O por el dinero que lavaba para Susano y, en raras ocasiones, para el Jefe. Fueron tres años intensos. Pero todo termina, como dice el viejo bolero. Y mientras más rápido, mejor. En la inauguración de una de las tantas gasolineras en los que Susano y el Jefe eran socios, y yo la sombra bajo la que se ocultaban la corrupción y la impunidad, Talina cruzó unas palabras con Susano. Éste, pidiéndome permiso para presentarla al Jefe, y sabiendo que yo no podía negarme, la presentó. Allí terminó todo. El Jefe prendió de Talina. Discretamente la llevó a la oficina (justo frente a mis ojos) y después de intercambiar opiniones sobre la situación política de la ciudad, Talina entendió que el Jefe (conocido por todos, temido por todos) le había gustado y haría todo lo posible para que se acostara con ella. No pudo negarse a la invitación de visitar su racho en la sierra. No pudo negarse a que ambos los acompañáramos en una cena en donde estaría el gobernador del estado. No pudo negarse a sus lascivas y más que obvias insinuaciones y a sus indirectas sobre mis “pobres cualidades masculinas”, que hacían referencia a su conocida virilidad que no permitía que mujer que le gustara se negara a acompañarlo. Entendí que mi relación con Talina había terminado, y más me bastaba que así fuera si no quería terminar envuelto en una bolsa negra y tirado a la intemperie. Nos despedimos, regresamos al departamento, y Talina me preguntó qué íbamos a hacer. Le dije que por su bien y por el mío aceptara todo lo que le pidiera el Jefe. Y así lo hizo. Dejamos de vernos. “No puedes darte el lujo de seguirla viendo”, me dijo Susano cuando tuvo oportunidad, “ya sabes que así es el negocio y si quieres ver a tu hijo crecer mejor córtala por lo sano. Vuelve con tu vieja, evítales la pena no verte nunca más”. Me alejé de Talina, pero no de los negocios. Susano me siguió dando chamba frecuentemente. Rehíce un capital con el lavado; invertí en un negocio legal de compra-venta de autos. Abrí mi despacho y hasta ahí me iban a buscar gente allegada a Susano para que los sacara de su atolladero. Talina se convirtió, durante un tiempo, en la predilecta del Jefe. Lo que yo le daba se quedó cortó con los beneficios que obtuvo por darle las nalgas el patrón. Mucho dinero. Y, para su perdición, acceso ilimitado a drogas, alcohol, fiestas. Fue una socialité de tabloides y escándalos. El mencionar, durante un retén de alcoholímetro, que era mujer del Jefe y él les iba a mandar a volar la cabeza si no la soltaban, le costó la vida. Dudo mucho, como insinúa el Valedor, que se encuentre gozando de la vida en alguna playa brasileña.
NO SIEMPRE IMAGINAMOS LA DESVENTUA QUE NOS ESPERA
Hoy, el Valedor ha sangrado profusamente de la nariz. Un chorro incontrolable inició cuando, por descuido, se dio un golpe con la alacena. Inmediatamente la sangre corrió por su rostro. Cuando lo vi, pensé que gente del Jefe se había metido a la casa y hasta ahí habíamos llegado. Respiré aliviado cuando entre borbotones de sangre me pidió una toalla. Quince minutos después no podíamos detener el sangrado. “Esa mierda de coca te va a matar, Valedor”, le dije. “Métete ésta en tu culo y deja de decir chingaderas, Conta, mejor ayúdame a parar este puto sangrado”. La hemorragia se detuvo y el Valedor su fue a recostar a su habitación. Desde hacía varios días pensaba constantemente en escaparme. El Valedor lo había dicho: “Puedes irte cuando quieras y vivir unos días más, o puedes quedarte unas semanas y vivir con tu familia cómodamente el resto de sus vidas. Acuérdate que no siempre imaginamos la desventura que nos espera”. Su lógica no tenía contradicciones, lo sabía. El Valedor podía ser un hijo de puta vulgar y grotesco, pero en cuestiones de distinguir entre la vida y la muerte nadie mejor que él para aceptarle un consejo. Seguiría en sus manos durante unos días más.


LA BANDA DEL CARRO ¿ROJO?
El segundo sábado en compañía del Valedor. Para su desgracia, la pantalla de plasma que compró a tarjetazo limpio perdió el color súbitamente entre una persecución de bandoleros y polis en una locación que simulaba la sierra de Sinaloa, aunque tanto el Valedor como yo sabíamos que era una vulgar locación de algún estudio cinematográfico alquilado. El Valedor rabió, se cagó en la madre del vendedor de la póliza de garantía, de la tienda, de la voz melosa que lo atendió del otro lado del teléfono y que le colgó cuando el Valedor lanzó florituras que hacían referencia a su miembro entrando y saliendo de su culo si no le regresaban ipso facto el importe total del televisor o, en su defecto, el cambio inmediato de este armatoste por otro que funcionara.
La película era un bodrio. Un carro de color indefinido avanza a varios kilómetros por hora mientras es perseguido por dos patrullas; el fuego cruzado atrapa a varios civiles que caen al lado de la carretera. Las sirenas estallan los oídos; las patrullas dejan una estela de polvo que hace imposible ver más allá de las narices. El patrullero 1 descarga todo el cargador de su .45 hacia un blanco indefinido; el patrullero 2, que se ha bajado de su patrulla y espera, impaciente, la llegada del carro ¿rojo?, con un cuerno de chivo y un peine repleto. Desde el carro, dos tipos repelen los ataques de los patrulleros con sendas uzis; los patrulleros contestan, una, dos, tres veces; cae patrullero 2: un certero disparo le perfora el pecho. Patrullero 2 corre hacia su patrulla: más vale que digan que aquí corrió que aquí murió ¿piensa? El carro ¿rojo? lo rodea. Se bajan los dos tipos. Lo golpean. Lo amenazan. Lo escupen. Lo llaman rata. El tipo 1 le apunta con su uzi mientras el tipo 2 (el jefe, supongo) le pregunta quién es el soplón. El patrullero 2 escupe un nombre entre la sangre artificial que sale de su boca. El tipo 1 uno le descarga un balazo en la cabeza: el cuerpo del patrullero cae, desparramado, sobre la polvareda. No me gustan estas películas, pero el Valedor me obliga –sí, literalmente- a verlas.
UNA HISTORIA INCONCLUSA: LA PERLA NEGRA
El Valedor ha decido que durante dos días no se meterá nada. Tiene miedo que se le pudra la nariz. Me lo ha dicho y también ha dicho que el fin de semana se largará. Ha recibido instrucciones de Susano de llevarme hasta la frontera y ahí un contacto me esperará para cruzar. El contacto me llevará a una casa de seguridad en Waco, donde estaré dos días, y después me internarán en el deep south, en un poblado de Alabama donde estaré hasta que esta mierda pase y pueda regresar. Recibo una mentada de madre cuando le pregunto por qué deciden por mí. Quizá yo quiero ir a San Antonio con mi familia. “Tu familia está mejor sin ti, por ahora, pendejo”, me dice. Yo guardo silencio y enciendo un cigarro. El Valedor enciende la pantalla de cuatro mil dólares que no percibe los colores. “Estos hijos de puta piensan que me van a chingar”, masculla.
Por la tarde, el Valedor está de mal humor. Estoy seguro que quiere drogarse y está resistiendo lo más que puede. Fuma un cigarro tras otro. Se para, va al cuarto, toma la bolsa con la coca, esparce una fuerte cantidad en la mesa de centro de la sala, prepara cuatro líneas fronterizas descomunales e inhala. Los ojos se le tornan vidriosos, se ahoga en medio de una tos persistente pero logra componerse. “Al cuerpo lo que pida”, dice, otra vez con lógica irrefutable. Me pide que ponga un disco. El sonido de una vieja canción de Creedence resuena discretamente en la casa. Pienso en Alabama y en la gente que no conozco ahí. Pienso en que quizá ni siquiera llegue a Alabama. Born on Bayou es una buena canción de Creedence. No quisiera morir en otro país que no sea el mío. En Alabama hay negros y hay jazz del bueno, eso lo sé. Mi abuelo fue bracero allá por los veinte, en Texas, en Missouri y finalmente en Alabama. Él contaba de historias de demonios que se metían a las galeras de los indocumentados dedicados a sembrar algodón durante mayo y junio, demonios que poseían negras de las localidades cercanas que se paseaban por las galeras en busca de hombre. Negras infranqueables de piel de ébano y mirada escurridiza, cuerpos esbeltos aunque también gordas y flacas, altas y bajas, tímidas o agresivas que se posaban en los camastros sucios en una semioscuridad lasciva que sólo reflejaban en sus rostros la tranquilidad del río Lafayette. Mi abuelo se enamoró de una mujer/demonio llamada Eleonor. Una perla negra de dieciséis años y mirada penetrante. Eleonor vivía en Peambreak, Alabama, a cinco kilómetros de las galeras donde se hacinaban cientos de indocumentados mexicanos y guatemaltecos que trabajaban en la pisca de algodón por un sueldo miserable que ni los negros locales querían aceptar. Mi abuelo, llegado de Missouri, hizo amistad con el negro capataz, mr. Bishon, quien era padre de Eleonor. Todas las tardes, Eleonor llegaba al campamento a dejar los sagrados alimentos de mr. Bishon. Una de esas tardes, mi abuelo descubrió a Eleonor lavando su falda en uno de los estuarios del río Lafayette. Se vieron, se gustaron, y a las tres noches mi abuelo, guiado por un sueño que lo llamaba hacia la orilla del río, vio a Eleonor desnuda, alumbrada por una luna pletórica y amarillenta. Mi abuelo solía decir que esa perla negra había sido la mejor amante que había tenido. Durante los meses restantes, tres veces por semana Eleonor lo visitaba en el campamento. Hacían el amor alumbrados por una luna juguetona que a veces mostraba sus cuerpos desnudos y otras los ocultaba y dejaba al dominio de las sombras. Cuando trasladaron el campamento una finca cercana a Mobile, se dejaron de ver. Dos años después mi abuelo regresó a casa. Volvió igual de pobre que se había ido, y con una fuerte adicción al opio que tardó años en curarse. Al poco tiempo se enteró que un huracán había devastado muchas poblaciones de la rivera del río Lafayette. Pensó que quizá Eleonor había muerto. Nunca lo supo, pero conservó el recuerdo de su perla negra hasta el último día de vida, cuando entre los ensueños del cáncer de estómago que padecía suspiraba que veía acercarse una sombra tierna y calurosa, una sombra de una negritud perfecta, unos dientes blanquísimos que brillaban y alumbraban todo el río Lafayette.
SIN SALIDA Y SIN SER JAMES BOND
Decidí correr lo más que pude. Atrás quedó el Valedor en medio de un charco de sangre, todavía tibia, todavía su cuerpo intentaba ponerse de pie pero sin ningún resultado. Quise regresar pero el miedo a morir fue más grande que las ganas de ayudarlo. Corrí hasta perderme en un llano con matorrales desparramados por todos lados. Me recosté en un matorral. Varias camionetas pasaron a mi lado sin verme: arrojaban las luces de alógeno hacia todos lados y gritaban mi nombre. Escuchaba los motores muy cerca, tan cerca que pensé que sería cuestión de minutos en que dieran conmigo. Sin salida y sin ser James Bond, no tenía otra cosa que hacer que esperar.
Esa mañana el Valedor se había levantado muy contento porque en la tarde nos largaríamos. Hizo algunas llamadas. Todo estaba confirmado para la tarde, no había vuelta atrás. Susano había pactado mi salida, y la del Valedor, con gente del Chulo, que estaba molesto porque creían que el Jefe lo había vendido a la DEA. El encierro nos había mantenido aislados, sin saber que fuera se había desatado un batalla campal entre gente del Jefe y gente del Chulo por disputarse la plaza, cada vez más menguada. El Valedor se estaba drogando más de la cuenta. Llevaba el doble de su dosis diaria. Eso me dio mala espina. Al medio día me dijo que en tres horas nos iríamos. Preparé todo. Él siguió drogándose como si nada. Estaba fuera de control cuando recibió una llamada de la gente del Chulo. “Ya nos chingamos, Conta, me acaban de avisar que balearon a Susano hace una hora. A él y a toda su familia. Iba de salida, parece que se largaba de la ciudad”. “¿Y ahora?”. “Ya viene la gente del Chulo, y que sea lo que Dios quiera”. Minutos después una camioneta se estacionó en la acera. Bajaron tres tipos con cara de matones. Susano los observó por la ventana. “Es el Chango, creo que ya la hicimos, tenía miedo que mandaran a gente que no conozco, pero con el Chango nos hay pedo, es de fiar”, masculló. El Chango y los otros dos entraron a la casa. Hablaron con el Valedor. Dijo el Chango: “Sólo los podemos dejar hasta Paso del Ganado, de ahí tendrán que caminar hasta El alambique, donde estará la gente que contrató el finado Susano. Ellos los llevarán hasta Waco. Apúrense, que nosotros también tenemos nuestros asuntos”. Subimos a la camioneta. El Valedor estaba tan drogado que apenas podía articular palabra. “Dale esto a ese pendejo, a ver si se le baja”, dijo el Chango y me pasó dos botellas de bebida energizante. El Valedor las rechazó. Pasaron varios minutos en los que recorrimos el periférico que circundaba la ciudad. Pronto dejamos el paisaje urbano para recorrer parajes desolados de matorrales, áridas colonias en medio del desierto, basureros y depósitos de chatarra, picaderos inmundos, tiraderos de vísceras de las granjas de pollos y cerdos de la localidad. El calor era insoportable, pero el Chango se negó a prender el aire acondicionado: “Vaya si son pendejos, ahorita van a caminar diez kilómetros hasta El alambique, a una temperatura de cuarenta grados o más, es mejor que se acostumbren porque se pueden quebrar en el trayecto. Guarda las bebidas que te di, y atrás tengo una galón de agua, si saben lo que vale se lo llevarán”, dijo. A dos kilómetros de Paso del Ganado, el Valedor sintió ganas de vomitar. El Chango detuvo rápidamente la camioneta y permitió que el Valedor se bajara a descargar su contenido estomacal. Me acerqué a él. “¿Estás bien?”, le pregunté. No contestó. Me di media vuelta y justo cuando me enfilaba hacia la camioneta, entre el vómito persistente, me dijo: “¿Quieres saber qué le pasó a tu noviecita, la psicóloga? ¿Quieres saberlo?”. “No”, contesté. “Pues el Jefe se la regaló a Susano y cuando Susano se cansó de ella pues me la regaló a mí. Cogía muy rico la morra, la verdad. Lástima que tenía una boca tan floja (yo lo comprobé). Susano la pinchó más de la cuenta, y la fue a botar en un picadero en compañía de nuestros clientes favoritos, los salvadoreños. Por cinco tapas de heroína ellos se hicieron cargo de ella”. Quise partirle la madre, pero me amenazó con una pistola. “Súbanse o se quedan”, gritó el Chango. Subimos. Yo veía el rostro pálido del Valedor y deseé que estuviera muerto, mejor, deseé que yo mismo lo estrangulaba. Pobre Talina, violada, desmembrada y dejada a la intemperie en el picadero, donde las ratas seguramente se dieron un festín. Sentí ganas de llorar, pero no sería el mejor momento. Llegamos a Paso del Ganado. El Chango nos dejó al lado del pueblo, y comenzamos a caminar hacia El alambique. El Sol casi me desploma. Apenas llevábamos recorridos quinientos metros y ya sentíamos desmayarnos. Nos detuvimos en un matorral que daba cierta sombra abundante. El Valedor me quedó viendo, y dijo: “Mira Conta, siento lo de Talina, no fue mi intención joderte la vida así de culero, pero esta maldita coca me hace decir cosas que no quiero. Chingaá. Mira, te propongo un trato, como a Susano ya se lo cargó la chingada, y ambos vamos a necesitar dinero para desaparecer por un rato, te propongo que te conviertas en mi socio. Liquidamos los negocios de Susano, y el dinero que salga lo invertimos, al fin que tú eres bueno pa’ eso, pa’ hacer billetes ¿qué no?” “No sé, es muy arriesgado, si nos atora el fisco ahora sí estamos jodidos”. “Mira, yo tengo intenciones de hacer mi propio jale, ahora que Susano está muerto y el Jefe no tarda en que caiga, pues va a faltar alguien que le haga competencia a los del Siturán, pero pa’ eso necesito dinero pa’ organizarme”. “Por el dinero de Susano no hay pedo, yo no lo quiero, te lo doy, pero dime ahora cómo”. “No, si yo quiero que trabajes conmigo, voy a necesitar alguien que sepa de números y leyes, un vato que no se ande con pendejadas y me quiera transar y que sepa del negocio, no es fácil encontrar alguien así, y tú me das buena pinta, piche Conta. Te juro que nos hinchamos de lana. Vamos a irnos a Güeico y después a Alabama. En seis meses regresamos, y yo rearmo todo el bisne y cuando todo esté listo, te busco”. “Tendré que pensarlo”. El sol comenzó a ceder ante la inminencia de la tarde, y decidimos avanzar para llegar de noche a El alambique. Estaba desierto el pueblo cuando llegamos. Ni un tendejón abierto, ni un pinche ruido en las casas, parecía un pueblo fantasma de esos que aparecen en las películas el oeste de James Cagney. El Valedor no recordaba dónde había quedado con la gente que nos llevaría a Waco. Recordó una cruz de madera que estaba a un costado del pueblo, justo atrás de un enorme almacén de nada. Nos dirigimos allá. Ciertamente, a un costado de la cruz de madera se encontraban sentados tres tipos con pinta de pocos amigos. Nos alumbraron con una lámpara cuando nos acercamos. “Son ellos”, dijo el Valedor. Los tipos se acercaron. Uno de ellos, con una cicatriz que le había desfigurado el rostro hasta perecer grotesco, nos dijo: “Tenemos órdenes de llevarlos hasta Waco, y es lo que vamos a hacer, así que en marcha cabrones, que ya tenemos un chingo de rato esperándolos”. Los seguimos. Caminamos por una verada cerrada hasta una choza. Atrás de la choza, estaba estacionada una camioneta desvencijada. El tipo que nos habló la arrancó y nos ordenó que subiéramos. Subimos. No teníamos ni cien metros de avanzada cuando se escucharon varios motores que venían en nuestra dirección. “Pícale pendejo, que ahora sí nos carga la chingada”, le dijo el Valedor al scarface. Pero Scarface no pudo hacer mucho: frente a nosotros aparecieron tres camionetas con tipos con cuernos de chivo encima del capó. Scarface paró en seco la camioneta desvencijada, y comenzó la balacera. El primero en caer fue Scarface: una ráfaga de cuerno de chivo le partió el pecho, mientras suspiraba el nombre de una mujer anónima. El segundo en caer fue uno de los tres tipos de la cruz cuando intentaba abandonar la camioneta. Aprovechando el desconcierto por los dos caídos, y en medio de las ráfagas, pude abrirme paso hasta un montón de tierra que estaba al lado del camino, cayendo de bruces sobre un tronco y tirándome tres dientes. De reojo vi cómo el Valedor tomaba la metralleta del conductor y abría fuego mientras gritaba incoherencias. El tercer tipo de la cruz abrió fuego tras él, y por un momento la situación se equilibró, pero por el flanco izquierdo aparecieron dos tipos que agarraron desprevenidos a mis dos compañeros de esta aventura y una ráfaga quitó la vida al tercer tipo y dejó herido al Valedor, que caminó varios metros hasta ser alcanzado por otro ráfaga. Yo veía todo eso desde un matorral, e inmediatamente comencé a correr hasta internarme en llano abierto, con la suficiente oscuridad y recovecos para perderme por algunos minutos, aunque no los suficientes para esconderme para siempre. Ya dije más arriba que los tipos lanzaban los faros de halógeno, que penetraban a fondo la oscuridad, y gritaban mi nombre, mi verdadero nombre, no mi oficio, sino Julián, que así me llamo y no Conta, como todo mundo me dice. Julián para acá, y Julián para allá, hasta que un morrito de no más de veinte años me alumbró pleno. “Acá está este chupavergas, ya lo encontré, me deben un cañonazo de dos gramos”, gritó. Alguien, no supe quién, me sacó de los pelos y me comenzó a patear. Perdí el sentido.
LAS BATALLAS EN MI DESTIERRO
“Pinche licenciadito, tienes más vidas que un desgraciado gato”, me despertó una voz y luego un balde de agua fría que me mojó todo. Reaccioné. El Chango me miraba, despectivo. “Yo no sé qué te ven, cabrón, habrás de ser muy bueno, pero pa’ mi que mejor te metieran un plomazo y sanseacabó”, dijo el Chango. El verlo me había puesto de buenas. “Ya ves, changuito, pa’lgo sirvo. Dios no quiere que abandone a los mortales”, dije. El Chango rió. Su sonrisa me dio confianza. “Mira, licenciadito, Sóstenes Carrasco, mi nuevo patrón, te ha salvado la vida, que no se te olvide. Esos tipos de la camioneta vieja tenían órdenes del viejo Altamirano, tu patrón, de volarles la cabeza a ti y al Valedor, que en paz descanse. “¿Y por qué no lo hicieron nada más llegamos?”, pregunté, dudoso. “¿Por qué va a ser? Pues pa’ sacarles primero la sopa, pa’ que el Valedor le dijera dónde tenían escondido un cargamento de coca que se perdió hace un mes en la sierra, cosa de diez toneladas. Nosotros encontramos el cargamento, así que no hay ningún pedo con eso”. “Yo no sabía de ningún cargamento, yo me dedico a hacer cuentas, no a traficar”. “Eso ya lo sabemos, licenciado, aquí el asunto está que mi patrón quiere que trabajes pa’ él, que lo ayudes a llevar ciertos negocios pues. Aquí somos gente de campo, gente humilde dedicada a labrar no a andar haciendo relaciones públicas. ¿Qué dices?”. “Tendré que pensarlo”. “No seas pendejo, no tienes nada qué pensar, digo, si quieres volver a ver a tu familia lo mejor es que aceptes. Por dinero no paramos, y cuando le demos en la madre al viejo Altamirano vas a ver cómo te va a caer chamba”. No tenía opción. Siempre es así con esta gente: no hay opción con ellos, no hay medias tintas. Acepté. Le dije al Chango que estaba de acuerdo, pero que me permitieran avisarle a mi familia, para que no se preocuparan. Dijo que no había problema. “El patrón sabe que la familia es primero, y te permitió que vayas a Dallas a verla y regreses para comenzar con los preparativos de la chamba”. “¿A Dallas?”, sudé. “Ah, no te dije, trasladamos a tu familia a Dallas, imagínate pendejo, si nosotros dimos con ellos fácilmente qué hubiera hecho el viejo Altamirano. Están en una casa de seguridad, bien vigilados”. Hijos de la chingada. Si no hubiera aceptado matan a mi familia. Esa misma tarde regresé a la ciudad, escondido en un doble fondo de la camioneta del Chango. Pasé a mi despacho, que estaba hecho un desmadre, con el pretexto de recoger mi pasaporte para poder ingresar al gabacho sin levantar sospecha. El dinero y los cheques aún estaban en su lugar. Los guardé en un maletín y salí como si nada. Un día después llegué al aeropuerto de Dallas, luego de escalas en San Francisco, San Antonio y Las Vegas. Aquí comenzaron, para no hacerlo más largo, las batallas en mi destierro. El viejo Altamirano, el Jefe, murió dos semanas después, acribillado por la gente de Sóstenes Carrasco. Carrasco se ha convertido en el Jefe, y yo, en su mano derecha.







sábado, 19 de noviembre de 2011

EN LA HONDONADA NOCTURNA NOS VEREMOS

EN LA HONDONADA NOCTURNA NOS VEREMOS

UNA VIEJA RUMANA
La televisión no muestra nada, no enseña nada. Me cago en la televisión. Ayer, el Valedor compró una pantalla de plasma de 40 pulgadas. Bien por él. Pasa todo el día sumido en una levedad del ser, aplastado por su propia mierda. Una llamada y ya está: comida al instante, sexo al instante, sopa al instante, orgasmo al instante, droga al instante, compañía al instante, diversión al instante. El Valedor sabe que estaremos encerrados mucho tiempo y también sabe que en estas circunstancias el dinero es definitivo. Una tarjeta de crédito y todo solucionado. El Valedor tiene su American Express hasta el tope, recargada cada semana por la gente de Susano. Así que no tenemos que preocuparnos por comida o diversión, el Valedor paga. Se le antoja una vieja rumana del Odeón, y ya está: en menos de lo un burro se pedorrea la vieja llega en taxi, se mete a la casa por la parte de atrás y de pronto aparece ante nosotros con su rostro sicótico (por la dosis de coca que se ha metido) y el más completo descaro. El Valedor se la coge ahí, frente a mí, valiéndole madre. Cuando termina le dice que me la mame. “No mames, Valedor, a mí no me gusta revolver el champurrado”, le digo. “Allá tú, pero en una semana ya verás si no necesitas de la compañía de una dama como la que te estoy ofreciendo”, dice mientras da un largo jalón a la coca que siempre está sobre la mesita de centro. “Tal vez, pero mejor la pido yo”. “Tú no tienes ni madres, me dice, así que en esta situación dependes de mí, ya te lo dije, pero adelante, si quieres largarte la puerta está abierta, pero te aseguro que no demoras ni tres días vivo”. Será. La rumana se va, el Valedor regresa a su coca y a su Fox Sports.
MAQUINARIA SUIZA
Hay cierta placidez en no hacer nada. Hace rato, el Valedor recibió una llamada que lo tranquilizó. “Dice Susano que sólo unos días más, unos días más”, dijo y aspiró una larga carga de coca capaz de matar a un caballo, lo juro. Fui a la cocina y me preparé un sándwich de atún con mucha mayonesa. Regresé con mi sándwich y mi jugo de manzana y encontré al Valedor completamente abstraído, mirando fijamente una litografía de algún pintor abstracto. Le pregunté si quería un sándwich podría prepararle uno. No me contestó. Siguió viendo la litografía largo rato, hasta que el efecto de la coca pasó y por fin aceptó mi sándwich de atún. Más tarde, cuando el ánimo adicto regresó en todo su esplendor, volvió a la carga. Los horarios del Valedor son estrictos, como maquinaria suiza. Esta vez amenizó sus gramos con sendas tandas de Pink Floyd y Black Sabbat. Durante un rato intentó imitar la voz rancia de Ozzy Osbourne hasta que su propia voz terminó por ahuyentarlo y regresó de inmediato a donde había partido: la sala. Multiplíquenlo por diez días.
SI SUPIERA LA ÚLTIMA NOTA
El culpable de nuestro encierro es Susano, aunque el Valedor lo niegue. Por más que me quiera achacar a mí la cosa, pues no se va a poder: el único culpable de esta salvajada es él. Él lo sabe, Susano lo sabe, yo lo sé. Supongo que es más conveniente culparme a mí, que sólo soy un simple contador de una organización criminal en desgracia (que no es otra cosa que una organización a quien el Gobierno se ha encargado de medrar hasta reducirla a un mero espectro), que culparlo a él, amigo cercano del Jefe. De cualquier forma, ambos nos hemos sumergido en tanta mierda que a estas alturas la renuncia o jubilación sólo se puede presentar con un balazo en la cabeza, si bien nos va. Así que se nos indicó (le indicaron al Valedor) que debíamos encerrarnos una semanas, como mera precaución. Yo he ayudado a lavar cierto dinero de Susano en épocas difíciles, y el Valedor sólo es un matón que lleva más muertos que Milosevic o cualquiera de esos tiranos europeos.
BAJAR LA GUARDIA
Era previsible que pasara. Durante más de dos años inventé argucias inimaginables para lavar el dinero de Susano. Inmobiliarias, farmacias (es lo de moda), acciones en equipos de fútbol de tercera división (dinero seguro), fundaciones locales de beneficencia (es seguro y no deducible, además que el dinero pasa tan limpio de deslumbra), gasolineras, taquerías, alquileres de mesas, sillas, autos, limosinas, equipo de audio y video y no sé qué jaladas más. El pedo no fue nuestro, sino de Susano y el Jefe. Se le acabaron las ideas. Cada vez los embarques era incautados y el Jefe perdía millones. Hasta que atraparon a su hijo, el Junior, y todo se fue a la mierda. El Jefe bajó mucho la guardia, se descuidó. Después atraparon a Atilano el “Chulo” Carrasco, el segundo al mando y todos pensaron (y yo pensé) “hasta aquí llegamos, no tardan en que den con nosotros”. Y cuando le dieron de balazos al licenciado Rasgado, él sí verdadera lavadora andante del Jefe, entonces pensé que mis días estaban contados. Mandé a mi mujer y a mi hijo con su hermana en San Antonio, y decidí quedarme para finiquitar unos negocios que me ayudaría a iniciar una nueva vida, lejos de mafiosos sin escrúpulos y con mal gusto. En esas andaba cuando recibí la visita del Valedor. Cuando desde el ventanal de mi despacho lo vi bajar de su Lobo blindada, pensé que me debía poner a rezar porque este pendejo sólo venía a una cosa: pagarme un tiro. Guardé los tres cheques sin cobrar que tenía por el finiquito de las acciones de una gasolinera, además de una fuerte suma en efectivo producto del traspaso de dos taquerías. Entró. Rechazó mi saludo, encendió un cigarro y se dedicó por unos segundos a juzgar mi oficina. “¿Qué puta madre es esa porquería que tienes ahí’”, preguntó, refiriéndose a un fetiche africano que había comprado en una tienda de antigüedades en Los Ángeles. “Es un fetiche africano. Simboliza la fertilidad”, dije. “¿Y porque simboliza la fertilidad tiene el pito parado?”, continuó. “Así es, por eso tiene el pene erecto”, dije. “Jajá. Ustedes los contadores son muy pendejos”, remató. “Mira, Conta –continuó-, Susano está muy nervioso por su inversión. Dice que el Jefe ya se volvió loco y está mandando matar a todo aquel que lo pueda involucrar en el narco. Ya supiste que mataron a Rasgado. El próximo puedes ser tú…, o yo, quién sabe. Si a ti te carga la chingada Susano se va a poner muy mal, hay mucha lana en juego y tú sabes de qué hablo. Si te quiebras, las finanzas de Susano se vienen a pique, y vaya si ésta es una mala época para que nos cargue la chingada. Susano dice que cree que el Jefe está a punto de decirle que te mate. Pero Susano no quiere eso. Él quiere que vivas para que pase este vendaval de mierda y después le puedas entregar la lana que ha invertido contigo”. “Ya le dije a Susano que estoy haciendo todo lo posible para recuperar su lana, pero no es fácil, lo sabemos, el fisco nos tiene auditados tres negocios, y si yo remato lo que nos queda pues no tardarán mucho en atar cabos y encontrar la conexión”, dije. “Esos son pedos suyos. A mí me ha encargado de cuidarte un tiempo hasta que todo pase, así que alista tus chivas que te vienes conmigo ahora mismo”. Y así fue. Me dio media hora. Guardé los cheques y el dinero en un lugarcito secreto en el baño de mi despacho, y nos largamos.

sábado, 8 de octubre de 2011

HISTORIA DE UNA PELICULA

HISTORIA DE UNA PELÍCULA: MEDÍA NOCHE EN PARÍS
El siguiente texto se lo debo a Woody Allen, cuyo argumento de su película Midnight in Paris se convirtió en mi argumento.
UNO
“Si tienes suerte de haber vivido en París cuando joven, luego París te acompañará, vayas donde vayas, todo el resto de tu vida, ya que París es una fiesta que nos sigue”. Cuando leí esta frase de Hemingway, en París era una fiesta, me dije que algún día visitaría París, y no importaría si estuviera joven o viejo. En la universidad, uno de mis temas favoritos fue el estudio de la Lost generation, esa generación que se gestó de las ruinas del periodo de entreguerras y que convirtió a París en el punto neurálgico de movimientos artísticos de vanguardia, y congregó gente tan talentosa como Scott y Zelda Fitzgerald, Hemingway, Henry Miller, Gertrude Stein, T. S. Eliot, Ezra Pound, Djuna Barnes, además de músicos, pintores, escultores, fotógrafos, cineastas y vividores de la peor calaña. La Edad de Oro convirtió a París en un mito entre artistas incipientes que llegaban a Europa en busca de experiencias para escribir una obra maestra. Muy pocos lo consiguieron. Los que lograron sobresalir, gracias al talento y, en algunos casos, a la genialidad, se han convertido en iconos deslumbrantes de una época esencialmente extraña donde todo era fiesta perpetua en busca de identidad, reconocimiento, fama y autodestrucción.

DOS
Llegamos a París una mañana de junio. Es una mañana soleada, prístina, con un cielo vacío que enmarcaba nubes trazadas magníficamente. Hannah, mi prometida, mi suegro James y mi suegra Candance desayunan en el famoso Ritz de Montmartre, donde nos hospedamos, mientras yo termino de desempacar mis cosas. La verdad es que no quería desayunar con ellos, por eso inventé un prematuro dolor de cabeza a causa de vuelo. En mi maleta está, medio olvidada, Las cosas insignificantes, una novela que llevo un año escribiendo y nada más no puedo terminar. He decido aceptar la oferta de James, y viajar a París para desempolvarme un poco, olvidarme del mundillo de guionistas hollywoodenses, donde me desenvuelvo. He tenido algunos éxitos sonados. Digamos que soy un guionista que ha probado las mieles del éxito muy joven –tengo 30 años- y si no fuera por un sueño algo frustrado de mis años de la universidad, bien podría hacer una carrera excepcional en Hollywood. Quiero terminar mi novela. Quiero publicarla y vivir de mi pluma. El mundo de Hollywood paga muy bien, más de lo que podría ganar con cualquier libro decente que publique, pero toda esa mierda se me sale por los poros, todo ese vino caro, esos autos de lujo, las plumas Haugen en Navidad, el caviar mientras veo un partido de los Dodgers, el guardarropa que Hannah renueva cada mes, la firma de abogados que James dirige, la mansión de Berverly Hills, el rancho de 80 acres en Salinas Valley, las fiestas de caridad, la silicona de Candance, la frágil realidad que se respira en un set.
Hace dos años conocí a Hannah en una galería de Malibú. Estaba parada frente a un cuadro de Renoir. Dijo algo sobre el color o sobre la capacidad de Renoir de concentrar la imagen intacta (a Hannah le gusta dárselas de intelectual). Yo sólo alcancé a asentir, y me concentré más en observar sus piernas. Hannah es muy bella, en verdad. Empezamos a salir. Ella venía saliendo de una larga adicción a las anfetaminas, y yo tenía un año que, por prescripción médica, había dejado la cocaína definitivamente. Me contó que había estudiado Historia del Arte en Stanford, y había abierto una galería recientemente en Beverly Hills. Yo le conté de mis andanzas como estudiante de Literatura en UCLA, y mi trabajo como guionista para la Quality, la Expression Films, y finalmente la MGM. Duramos un año de novios. James y Candance arreglaron todo para que al término de un año yo aceptara comprometerme con Hannah. Una cena en un exclusivo salón de Malibú selló el compromiso.
La firma de abogados de James representaba a la MGM, así que no fue difícil convencer a los ejecutivos que me dieran un año sabático para planear la boda. La razón principal fue, como ya expliqué, un repentino cambio de planes en mi vida y la decisión de que nunca más regresaría a escribir algo por el que tuviera que someterme a un ritmo de ocho horas de oficina, ni someter mi trabajo creativo al escrutinio de tipos que no tenían la menor idea del trabajo literario. Acepté la propuesta de James porque en el fondo sabía que no iba a regresar a California.
La primera mañana en París no fue distinta de lo que me imaginé que sería. Hannah no se cansaba de restregarme en mi cara que había estado tres veces antes en la Ciudad Luz, y, según ella, sería un excelente guía por la ciudad. Como James estaría ocupado en sacar de un atolladero jurídico a un conocido político francés, Candance y Hannah elaboraron un itinerario muy elocuente para sus expectativas de turistas adineradas y snobs: el Louvre, Versalles, la casa Chanel, la casa Dior, un famoso viñedo propiedad de Pinaud, cafetines significativos en barrios “que no podemos dejar de visitar si estamos en París”, Hannah dixit. Pasamos la mañana entre catas de vinos, sombreros extravagantes, perfumes exóticos, sillones carísimos incluso para gente como los Sloan, esculturas de Rodin, cuadros de Monet, Gauguin, Renoir, Toulouse- Lautrec, baguettes y bocadillos de salmón y caviar.
Al otro día no fue diferente. Candance organizó un recorrido por palacios parisinos de la época de los Luises, y una visita a la casa donde vivió, durante su niñez y adolescencia, María Antonieta, el modelo de mujer para Candance. Mientras almorzábamos en un cafetín de Saint-Germain Des Pres, nos encontramos con Andrew Berin, antiguo maestro de Hannah en Stanford, quien se encontraba en París para dar unas conferencias en la Sorbona sobre la influencia del arte francés en Estados Unidos. Berin era un doctor en Estética prácticamente desconocido en nuestro país pero de cierta reputación en el ámbito académico francés. Era un tipo pedante que alardeaba de hablar cuatro idiomas y ser el principal conocedor de la obra de Rodin y Renoir (Auguste) en Estados Unidos. Por lo demás, era un tipo que hablaba hasta por los codos (siempre de sí mismo) con un acento desconocido, pero que a Hannah, según mencionó luego de aceptar su invitación de visitar, nuevamente, el Louvre, le pareció delicioso. Regresamos a la habitación.
TRES
A James le dio un ataque de asma en plena reunión con el político francés. Tuvieron que internarlo en un hospital cercano a la Place Saint- Michel, un edificio en donde, según supe, estuvo la casa donde murió Georges Perec. Estuvimos medio día en el nosocomio hasta que los doctores lo dieron de alta, y Candance, tras una escena digna del peor culebrón de los que yo he escrito, ordenó que nos fuéramos. Hannah pasó a “visitar” a su padre, y tras confirmar que no era nada de peligro, y soltar un “el viejo es un hipocondriaco”, se largó a la conferencia de Berin. Obviamente me invitó a la conferencia, pero no ocultó las ganas que tenía que yo no fuera con ella al decirme todos los tópicos que trataría Berin en su ponencia, el tiempo interminable, la sesión de preguntas y respuestas, la gente insulsa que iría, entre otras delicias. Por supuesto me negué. Ella lo supuso. Además, Las cosas insignificantes me esperaba en el fondo de la maleta, así como La vida: instrucciones de uso de Perec. Y fue mejor así, porque la historia de mi medía noche en París comienza aquí, con la partida de Hannah a la conferencia de Berin.
CUATRO
Después de dejar a Candance y James en la habitación del Ritz, decidí dar un paseo, por fin solo, por París. En la Cinemateque Nationale vi una vieja película mexicana, una adaptación de la grandiosa novela de Juan Rulfo, Pedro Páramo. Oscura, temporalmente adictiva –como la novela-, la película me resultó igual de buena. Una adaptación del mismo Rulfo, según supe. Salí de la Cinemateque y deambulé por la Place Contrescarpe. Librerías, cafetines, tiendas de baratijas adornaban una callejuela. Una linda muchacha morena despachaba en una librería. Su nombre era Ambroise. Qué bello nombre, le digo. Soy de Marruecos, responde. Eres muy bella, le digo. Estoy comprometida, dice, mostrándome una sortija que adorna su anular. Compré una antología de poetas franceses del siglo XIX. 5 euros, una ganga. Caminé cuesta abajo, justo al lado del Sena, que a esa hora expide un olor fétido. Bellas casas equilibran la rivera del río; el muelle sostiene, en sus cimientos, miles de historias. Ya es de noche. Los faroles se encienden, las parejas dejan sus guaridas amorosas y caminan, cogidos de la mano, por el Sena. Compré una botella de vino barato pero delicioso y una baguette de carnes frías y queso. Me senté a comer y beber y leer, alumbrado por una farola que anuncia una fecha: 1854. ¿Quién nació en ese año? Ah: Rimbaud, el poeta más influyente del siglo XIX. Busqué en el índice a Jean Arthur. Aquí está: “Mi triste corazón babea en la popa”. Levanté la vista. El Sena seguía ahí, eso es seguro, pero algo cambió, ¿o sería el vino? Hay una farola, pero no es la misma. La fecha desapareció, la ventana en la que minutos antes asomaba la silueta de una mujer, ahora está tapiada. Algo pasó. Y el colmo: justo frente a mí pasó un tipo vestido con levita, sombrero y bastón. ¿Una fiesta de disfraces? No, o quizá. A contra esquina se estacionó en viejo Ford de los veinte. Del Ford bajaron dos hombres y una mujer. Se acercaron hacia mí. Los hombres se retrasaron, encendiendo un cigarro. La mujer se paró frente a mí. Me llamo Zelda, dice. Y yo Scott, dijo uno de los hombres que ya se había acercado. El otro, más corpulento y con un tupido bigote, se limitó mirarnos. Soy Hemingway, dijo, tras un silencio incómodo.
CINCO
-He olvidado tu nombre.
-Malcolm Donnell –digo, amoscado.
-¿Qué te parece la fiesta? La verdad es que a Scott y a mí nos gustan las fiestas ruidosas, pero esta no está mal, aunque le falta, no sé, algo. California, ¿verdad?
-Bueno, vivo allá, aunque nací en Boston.
-Lo sabía, sólo un bostoniano habla así, de, no te ofendas, raro. Al principio llegué a pensar que eras de algún pueblo de Idaho o que te habías criado en alguna reserva seminola.
-Vivir en Hollywood te da el don de lenguas.
-Mira, aquí viene Scott.
Scott Fitzgerald, enfundado en un traje impecable, aparece con tres copas de champaña en mano y buenas nuevas.
-Ya deja de embaucar a este joven con tus encantos, querida –toma a Zelda del brazo, bebe su copa y le da un profundo beso. Aún Fitzgerald, como buen macho, delimita su territorio-. Aquí en París todo está al revés, como en un cuadro dadaísta. Resulta que la fiesta en la que estamos es en honor de Jean Cocteau, pero a Cocteau se le ocurrió la estupenda idea de largarse a Cannes con una actriz del Bolshoi, y dejó a todos plantados. Y ni les platico del humor que trae Breton, está hecho un energúmeno. ¿Alguien ha visto a Hemingway?
-Lo vi platicando con esa reportera del Times –dice Zelda, mientras bebe su copa.
-Ah –masculla Scott.
Un tipo enjuto y feo se acerca hacia nosotros. Tiene los ojos rojos, señal de que ha ingerido alguna droga. Saluda a Scott Fitzgerald, besa el dorso de Zelda, y me lanza una mirada fulminante.
-Miss Stein quiere vernos –dice-. Avísale a Hemingway. Ah, quiere que lleves a ese joven de Mississippi, el ex aviador. Dice que será el próximo Marcel Proust americano.
- ¿Faulkner? Supongo que nadie puede contradecir a miss Stein, pero estoy seguro que ese pueblerino sin cultura terminará como maestro de escuela de algún pueblo de Alabama –es evidente el fastidio de Fitzgerald.
-Sí, ya sabes que la miss es muy impaciente.
-Bueno, ¿quién se puede negar a Gertrude Stein?






domingo, 2 de octubre de 2011

MEDIA NOCHE EN PARÍS (1)



Woody Allen, Scott y Zelda Fiztgerald, Hemingway, Picasso, Braque, Modigliani, Eliot, Pound, Man Ray, Dalí, Buñuel, Gertrude Stein, Degas, Toulousse-Lautrec, Renoir, Rachel MacAdams, Owen Wilson, Adrien Brody, Carla Bruni... París todo en medio de un frenesí surrealista, París todo en medio de una película que es una carta abierta al amor y una reverencia inequívoca a la cultura francesa. Esta maravillosa película de Woody Allen conjunta todo eso y más. Para quienes estén enamorados de los relatos románticos y adore, también, con nostalgia, los tiempos que ya se fueron, y guste de los saltos temporales en el cine (esa especie de Warm Hole cinematográfico) esta es la película ideal. He sentido unas ganas tremendas de escribir al verla. En la próxima entrega de este humilde blog, publicaré el resultado. Un saludo.

viernes, 16 de septiembre de 2011

EL FINGIMIENTO D ELA FELICIDAD

EL FINGIMIENTO DE LA FELICIDAD

-Preparé pescado para la cena –dijo-. No soy buena cocinera pero pedí ayuda a una amiga.

-Me encanta el pescado –mentí. Tendré suerte si no termino con la cara hinchada antes de hacerle el amor.

-Así que eres escritor –sus manos señalaron un anaquel repleto de libros.

-Eso depende.

-¿Depende de qué?

-De lo que se considere en la actualidad como escritor.

-No te entiendo.

-Trabajo para un periódico, publico en fanzines, escribo para revistas de escasa circulación y para colmo administro una página WEB sobre literatura. ¿Soy un escritor? Lo dudo.

-Bueno, no te menosprecies, hay mucha basura circulando por ahí y me atrevería a decir que muy poco de lo que se publica es bueno.

-Sí tú lo dices.

-Es en serio, ojalá pudiera leer algo tuyo y te doy mi opinión.

Fue a la cocina, sacó del refri una botella de vodka, trajo hielos, vasos, jugo de naranja, un agitador y sirvió dos vodkas excelentes. Su departamento no estaba mal para una editora de medio pelo. Mentí cuando le dije, días antes, que Editorial Independencia me parecía una editorial muy buena. Salvo uno o dos autores rescatables, sólo publicaban basura: libros de superación personal, libros de contabilidad, libros de texto para secundaria, biblias, catecismos, y una fuerte selección de los mejores calendarios con paisajes europeos que se pueden encontrar en el mercado.

-¿Qué te pereció el vodka?

-Muy bueno, es justo lo que necesitaba, hace un calor tremendo.

-¿En verdad? Pero qué tonta, enseguida lo arreglo.

En la mesa de centro estaba el control remoto del aire acondicionado. Corrió las persianas: los rayos solares se ocultaban tras el edificio de enfrente. Se paseó por el departamento. Su cuerpo esbelto, sus piernas cortas y su pelo recogido le daban un aire jovial. Por un segundo pensé en estar al lado de ella en la cama pero después de haber hecho el amor, pensé en que minutos después haríamos el amor y luego yo fumaría un cigarro y ella hablaría de cosas personales que no me interesarían pero tendría que fingir escuchar así como ella fingiría un orgasmo descomunal.

-¿Y qué te llevó a la edición?

-Pues estudié Diseño gráfico en La Salle y una maestría en diseño editorial en Austin, en Texas M&T.

- Wow. ¿Austin? ¿Eso está en Estados Unidos?

- ¿Te estás burlando de mi?

-Para nada, oye: no todos los mortales sabemos dónde está Austin.

-En fin. Salí de Austin con un chorro de planes. Metí varias solicitudes en editoriales, e Independencia me aceptó a la primera. En un año era editora en jefe.

-Editora en jefe. Supongo que eso implica muchas responsabilidades.

-Pues sí, son muchas y variadas. Pero no te hablaba de eso, te hablaba de tu labor como escritor.

-Mi labor como escritor –dije, remarcando la palabra escritor-. No me lo tomo en serio. Ya te dije, manejo un perfil bajo, no gusta la parafernalia.

-Deberías. Yo podría conseguirte un buen editor, o, mejor, yo podría ser tu editora, ¿no te encanta la idea?

-Claro, eso sería muy bueno –volví a mentir-. Aunque pensándolo bien ahora no tengo nada que publicar. Tengo meses trabajando en una novela que no cuaja.

-El clásico bloqueo, la hoja en blanco y todo eso.

-Sí, la hoja en blanco. Tengo que trabajar en otras cosas para poder dedicarme, cuando menos los domingos, a la literatura. Y cuando por fin me decido, enciendo mi computadora, leo uno o dos párrafos de Hemingway –siempre me sirve como precalentamiento-, escribo mi propio obituario –me sirve como calentamiento- y me lanzo a escribir una frase al azar y descubro que no pasa nada. Me puedo pasar toda la mañana sin escribir nada hasta que vuelvo a Hemingway y al obituario y al bloqueo. Es un círculo ¿sabes?

-Suenas a Woody Allen. Hay una película donde Woody es escritor y está bloqueado, y sólo una prostituta y un asesinato pueden ayudarlo a superar la crisis…

-No sueno a nadie –interrumpí-, sólo a mí mismo. Y Woody Allen es un judío misógino psedointelectual neoyorkino. Un viejo detestable que dice admirar a Bergman aunque todos sabemos que lo único que admira es su rostro en el espejo. Además de su fascinación por las hijastras. No entiendo cómo puede gustarte.

-No, si no me gusta, sólo que me pareció que había cierta conexión…

-Don’t lie.

Sudaba, El aire acondicionado estaba a su máxima capacidad pero el departamento parecía una rosticería. Me fijé en los pechos de Emma –así se llamaba la editora-: eran pequeños pero firmes; perlas de sudor los recorrían haciendo surcos cristalinos que se perdían en su vientre. Sentí ganas de besarla pero también de largarme de ahí inmediatamente. Me pidió que le sirviera otro vodka. Accedí. Mientras le preparaba el vodka, observé detalladamente sus piernas; ella se dio cuenta y subió un poco su falda a la altura de la rodilla para que pudiera contemplarlas. Debo admitir que una de mis perversiones ha sido observar piernas bien torneadas. Y las de Emma eran artesanales, renacentistas, manufacturadas por Rafael o, mejor, fotografiadas por Helmuth Newton. Descubrí un lunar justo entre el talón de Aquiles y la pantorrilla; un lunar que tenía forma de cereal o de Corn Flakes, un diminuto punto informe que se expandía ante mi vista para regresar a su estado natural. No me contuve: dejé el vodka en la mesa y me lancé sobre ella.

-¡Qué haces, espérate, todo a su tiempo!

Yo no escuchaba. Besaba sus piernas de arriba abajo, especialmente en la parte donde estaba el lunar, haciendo un recorrido circular por el contorno grisáceo que la mancha en su pierna mostraba, internándome de vez en cuando en su entrepierna, y ante la insistencia mía y la poco resistencia que ponía Emma, le fui quitando las zapatillas de satín, el vestido que caía por su cuerpo y se movía al ritmo de Emma, la breve tanga que sujetaba el poco pudor que le quedaba cuando le besé el coño y bajé por sus nalgas y volví a besar sus piernas y el lunar estaba ahí, intacto, un poco deforme por las insistentes mordidas que le daba y que hacía que Emma lanzara gemidos de gata, sonidos inconexos, una fuerza gutural que me llamó y me atrajo hacía ella al mismo tiempo que con una habilidad que no esperaba que tuviera me quitó el cinturón y el pantalón cayó en la alfombra y me vi medio desnudo y encima de aquella mujer y con una erección diabólica, un chorro que emanaba de su entrepierna, y en el instante mismo de entrar en ella y recibir una mordida profunda en el cuello y sus uñas en mi espalda que se clavaron como dagas medievales, su ronroneo de gata, la fuerza con que entraba y salía de ella, la manera como se movía cuando me pidió que la penetrara por detrás, volteándose y alzando sus nalgas para que yo pudiera verlas en toda su firmeza y redondez, y el momento cuando entré en ella y los sonidos inconexos y el ronroneo de gata aumentaron y con sus manos me apretaba con fuerza sobre ella hasta el tiempo indefinido de un orgasmo épico en medio del sudor que emanaba de los dos. Permanecimos en silencio por varios minutos. Yo todavía estaba encima de ella, y no quería levantarme, o más bien no tenía las fuerzas suficientes para salir de ella y levantarme. Fue Emma la que dijo:

-Eso estuvo muy bueno, sabía que terminaría así, acostándome contigo, pero nunca lo esperé de esta forma –dijo, su voz era apenas un susurro mezclado en el ruido incesante del aire acondicionado.

-La verdad es que al ver tu lunar en la pierna no pude contenerme –dije, también casi susurrando-. Tengo una rara fascinación por las piernas femeninas, y las tuyas son hermosas.

-Gracias, pero no exageres, en la escuela me decían Emma La pollito, por mis piernas flacas.

-No tienen nada de flacas, me perecen dignas de una fotografía de Helmuth Newton. ¿Has visto la obra de Newton?

-Tanto como verla o conocerla, pues no. En Austin tenía un amigo, un gay, que no paraba de hablar de Newton y sus portadas en Vogue y Vanity Fair. Alguna vez me enseñó un catálogo de una exposición en Londres, y debo reconocer que el tipo tenía talento para captar con la lente aquellos detalles que pasaban desapercibidos al ojo común.

-Es verdad, Newton tenía ese talento. Lástima –tercié, un poco amoscado.

-¿Lástima de qué?

-Que sea joto

-¿Es mi imaginación o tienes una rara fijación contra los homosexuales?

-Para nada, sólo fue un comentario sin ninguna intención.

-Pues parece otra cosa. Hay jotos muy talentosos.

-Mencióname diez.

-Miguel Ángel. Dicen que Leonardo. Gertrude Stein. Platón. Anaïs Nin. Rimbaud y Verlaine. García Lorca y Cernuda. Villaurrutia y Novo y Jorge Cuesta. Andy Warhol. Rock Hudson. Freddy Mercuri. Capote. Como cinco o seis papas. Y, supongo que lo sabes, Helmuth Newton.

-Hablemos de otra cosa. Hablar de jotos me predispone.

-Tú empezaste. ¿Tienes hambre?

-Un poco, sí, lo de hace un rato me dejó sin fuerzas, la verdad me gustas mucho, Emma –me acerqué para besarla mientras le acariciaba con suavidad sus nalgas-. No esperé que las cosas se dieran tan rápido. Pero qué bueno que fue así.

-No quiero te lleves una mala impresión mía, y pienses que soy así con todos. Estoy apenada.

-No tienes por qué apenarte.

-Cómo no, sí nada más te sentí dentro de mí se me ocurrieron las cosas más depravadas que te puedas imaginar, al grado que no pude contenerme y te pedí…, bueno, lo que ya sabes.

-Sí, pero fue genial –dije, y en verdad no mentía, aquella tarde fue de una transparencia absoluta: todo se dio como tenía que darse-. Anda, vamos a comer algo que a esta hora el pescado debe estar frío. Quisiera hacerte una confesión.

-Con que no me digas que eres gay y estás en una etapa de búsqueda interna y lo de hace rato fue una pantalla para aliviar el estigma de tu homosexualidad, todo está bien.

-No, para nada, soy hombre. La confesión tiene que ver con gustos culinarios.

-Habla, no te preocupes.

-No me gusta el pescado. No te dije nada hace rato, pero la verdad es que soy un poco alérgico a pescados y mariscos, el sólo hecho de llevarme algo a la boca de cualquier producto que venga del mar, me saca ronchas.

-¿En verdad? Me hubieras dicho y preparo otra cosa. No te preocupes, en el refri hay una variedad de combinaciones de sándwiches, te puedo preparar uno.

-Un sándwich estará bien. Y otro vodka.

-Y más y más vodkas. Quiero que te quedes conmigo esta noche. Quiero que te vayas al amanecer, y antes del amanecer me cojas como hace rato, y después del amanecer me vuelvas a coger como hace rato. Quiero coger todo el día y toda la noche.

-Esa última frase me recordó a la primera frase de una novela de Juan García Ponce. Nunca pensé que alguien la diría así, tan espontánea, quiero coger todo el día y toda la noche.

-Es que en verdad quiero hacerlo. Supongo que te refieres a Crónica de la intervención. Admito que es una gran novela, aunque sólo leí los primeros dos capítulos. ¿Podrías dejar de hablar de libros por un rato?

sábado, 20 de agosto de 2011

HILARIO PEÑA


El traicionero y pedante mundo de las letras, tan preocupado en crear obras maestras, tiene sus reveses con el surgimiento de jóvenes escritores que están escibiendo fuera de este mundo amurallado, restrictivo y amanerado. Hilario Peña (Sinaloa, 1979), pertenece a esta subespecie de escritores talentosos que maneja un perfil bajo pero que están cambiando el cariz de la literatura mexicana. Hilario Peña -paisano de otro gran narrador sinaloense: Élmer Mendoza- se suma a una larga lista ya manejada de narradores norteños o fronterizos o simplemente narradores mexicanos: el ya citado Mendoza, Luis Humberto Crosthwaite (Tijuana), Eduardo Antonio Parra (León), Daniel Sada (Mexicali), David Toscana (Monterrey), Heriberto Yépez (Tijuana), quizás entre los más difundidos. Desde este humilde blog les sugiero que vuelvan la mirada hacia la frontera narrativa, la frontera que no sólo se refiere al narco y migrantes e inseguridad; sino la frontera que sirve como escenario de una buena narrativa que no necesita de florituras y se limita a recrear ese contexto hostil que domina a buena parte del norte del país. Hilario Peña da una bofetada a quienes piensan que la literatura se hace en las aulas nebulosoas de la academia, a para lo que piensan que para hacer literatura se necesitan cursos en Iowa, Chicago o Kentucky, bajo la mano de un narrador experimentado que acredite o desacredite los textos sin nunguna explicación. A parte de su pasión por la lectura, Peña no ha pisado aula alguna (salvo las aulas de una Preparatoria en su natal Culiacán), y desde hace años radica en Tijuana con su esposa e hija, donde trabaja como supervisor de una maquiladora. Ha publicado las novelas Los días de Rubí Chacón (2006), Malasuerte en Tijuana (2009), y El Infierno puede esperar (2011).

domingo, 14 de agosto de 2011

1955



El mundo era muy diferente en 1955. Estaban la Guerra Fría y la Época de Oro del cine mexicano; aún no moría Pedro Infante, y la juventud, en la mayoría de los países occidentales, se regocijaba con el nacimiento del Rock n' Roll. Otros eran los temores, otros los lugares. Rescato esta obra maestra de la crónica histórica publicada por José Emilio Pacheco -con una inigualable visión de esos años- en Proceso en diciembre de 1995. Dieciséis años después, este artículo me sigue sorprendiendo y espero que los sorpenda a todos los lectores de este humilde blog.












1955
José Emilio Pacheco

A la memoria de Louis Panablére

En la cultura contemporánea la rapidez del olvido supera la velocidad de la luz Para la inmensa mayoría de los mexicanos 1955 es un año anterior a su nacimiento; por tanto, prehistórico, tan remoto como 1786 ó 1329 Con todo, antes de que 1995 se hunda también en la sombra eterna, repasemos algunas imágenes de México y el resto del mundo tal y como fueron cuarenta años atrás
Walter Benjamin volvió perdurable la cita de Jules Michelet con que termina París, capital del siglo XIX: “Toda época sueña la siguiente y al soñarla la impulsa hacia el despertar” La frase define a 1955 mejor que si dijéramos “fue el remoto comienzo del fin de siglo” Al repasarlo sentimos lo que Wislawa Szymborska al leer cartas de los muertos: “somos como dioses desamparados/ pero dioses después de todo,/porque sabemos lo que pasó más tarde”.

Situado entre el 45 y el 68, 1955 parece a primera vista bobo, blando, iluso, mediocre, conformista, silente Un año autosatisfecho con la prosperidad que nunca volverá y el fin de las restricciones que siguieron a la Segunda guerra mundial Un año en que la única conversación posible parecía discutir los méritos de los nuevos modelos: el Packard 400, el Chevrolet Bel Air convertible, el Hudson Rambler o el Ford Crown Victoria
Sin embargo 1955 es el año en que surge la noción del tercer mundo en la conferencia de Bandung (Indonesia) Donde sobresalen Chou En-lai, Nehru y Nasser Dondequiera se vive con la aterradora certeza de que algo —un avión norteamericano derribado por los soviéticos en el estrecho de Behring, un encuentro entre israelíes y egipcios en Gaza, un disparo en la frontera entre las dos Coreas, un incidente en el Berlín dividido— desatará la tercera y última guerra mundial Albert Einstein, días antes de su muerte, Bertrand Russell y otros siete pensadores y científicos piden a la humanidad decir en definitiva adiós a las armas: el empleo de la bomba de hidrógeno significa el exterminio total En caso de ataque la usaremos, dice Ike, el presidente que una década atrás fue el general Dwight D Eisenhower, supremo comandante aliado en Europa y es, como Douglas MacArthur, Patton y todos los demás, veterano de las incursiones en México
Una de las más prósperas industrias estadunidenses es la venta de shelters, refugios antiatómicos prefabricados El país tiene cuatro mil bombas H, contra mil de la URSS Hay una reunión de los Cuatro Grandes en Ginebra Se habla de que es posible la coexistencia pacífica, pero las naciones del bloque llamado socialista se unen bajo el Pacto de Varsovia para hacer frente a cualquier avance de la OTAN En Río de Janeiro se forma la Confederación Anticomunista Interamericana para la Defensa Continental Jruschov, secretario general del PC, cesa a Georgi Malenkov y designa al mariscal Nikolai Bulganin como primer ministro El mariscal Zhukov, conquistador de Berlín, es el ministro de Defensa Uno y otro bando anuncian que para 1957 habrán puesto su primer satélite en el espacio y emplearán yets en la aviación civil
A los 81 años Winston Churchill renuncia al gobierno británico La reina Isabel nombra para sucederlo a Sir Anthony Eden En Argentina acaban los diez años de peronismo. El general Eduardo Lonardi encabeza la rebelión del ejército en Córdoba La armada se une al cuartelazo y dice que bombardeará la capital desde el Río de la Plata Buenos Aires se declara ciudad abierta Juan Domingo Perón renuncia y se exilia primero en Paraguay y luego en Panamá Lonardi se sostiene unas semanas en la presidencia y después lo reemplaza el general Pedro Aramburu Un neologismo enriquece el vocabulario político latinoamericano: gorilas.

El aislamiento en que sobrevivió España tras la caída de Hitler y Mussolini se rompe con la visita del ministro de Estado John Forster Dulles al generalísimo Franco A cambio de permitir la instalación de bases militares en su territorio el régimen franquista es admitido en la comunidad del mundo libre.

Extremos de México

En México no pasa nada Los jóvenes lamentan vivir una era tan aburrida Los mayores recuerdan los tiempos en que la presidencia se ganaba con las armas, no gracias al dedo del antecesor, y los políticos dirimían sus querellas a balazos Como aterradora advertencia de que no debe volver una época en que se asesinaba a los poderosos, en San Ángel se muestra a los niños el brazo lívido y velludo de Obregón cociéndose en formol.
El informe presidencial empieza con las palabras rituales: “En un mundo convulso México ha vivido otro año de paz y de progreso” Cuando menos la economía se ha recuperado del trauma que significó la catastrófica devaluación del año anterior en la que el peso alcanzó el inconcebible abismo de 1250 por dólar
En las elecciones para diputados votan por vez primera las mujeres Nada encarna la “etapa del despegue”, la modernización ni el porvenir radiante como la nueva Ciudad Universitaria El cambio paulatino hacia el Pedregal consuma la muerte del centro, iniciada una década atrás cuando la aparición de “Sears” desplazó la zona comercial hasta Insurgentes En lo que fue Colonia Americana, Colonia de los Extranjeros y después Colonia Juárez desaparecen las mansiones porfirianas de techos inclinados por los que sólo dos o tres veces en el siglo resbaló la nieve Ya están allí algunos restaurantes y centros nocturnos de lujo pero faltan dos años para que se forme la Zona Rosa Durará tres lustros antes de que el Metro incruste el México popular con el bronco aroma de sus fritangas en lo que intentó ser el reducto “del arte y el buen gusto”
El país tiene 29 millones de habitantes; la capital tres millones y medio De los 90 mil niños que llegan al mundo cada día ¿cuántos nacen en México? Muchos seguramente, pues para darle trabajo a todos tendrían que abrirse cada año 250 mil puestos Y los campesinos llegan por miles diariamente En el campo apenas ganan un promedio anual de 560 pesos (12 centavos de dólar al día), más o menos lo que gastan dos parejas por una noche de cena, baile y copas en el “Jacarandas” o el “Villafontana”
Pero cabarets y cantinas cierran a la una Bajo la austeridad de Adolfo Ruiz Cortines y el “Regente de Hierro” Ernesto P Uruchurtu, México ha dejado de ser el escenario de la orgía perpetua que fue durante el alemanismo O mejor dicho, el sexo ha pasado a la pseudoclandestinidad Por todas las colonias proliferan los “courts”, moteles de un rato o una noche que han sustituido a los “gabinetes reservados” de los restaurantes porfirianos como escenarios del amor-pasión, la seducción, el adulterio y a veces el pacto suicida Pero contra el terror al embarazo y a la sífilis, el burdel paradigmático, el de Graciela Olmos, “La Bandida”, está ante “El Palacio de Hierro” que ocupa el lugar del Toreo de la Condesa.

Desaparecidos por orden del Regente Vea y Vodevil, la mano de Onán no tiene más recurso que las estrellas del cine nacional retratadas en bikini en las páginas a color de Siempre! y en rotograbado en Cine Mundial A los hermanos Calderón se les ocurre hacer frente al reto televisivo —los canales 2, 4 y 5 se unen para formar Telesistema Mexicano que a partir de 1972 se llamará Televisa— y presentar películas con desnudos “artísticos” (y parciales: estamos lejos aún de los setenta con sus “guerras púbicas”) de Ana Luis Peluffo, Kitty de Hoyos, Columba Domínguez y Amanda del Llano
Luis Buñuel filma Ensayo de un crimen Rodolfo Usigli dice que no reconoce su novela Miroslava se suicida Desata teorías de la conspiración menos extendidas, sin embargo, que las propagadas por la muerte de Carlos Lazo, secretario de Comunicaciones y arquitecto que dirigió las obras en la Ciudad Universitaria y transformó el río de la Piedad en Viaducto Alemán Lazo muere al desplomarse su avión sobre el lago de Texcoco, cuando apenas había despegado del aeropuerto ¿Es porque iba a ser presidente en 58? No hombre, imposible Esas cosas no volverán a ocurrir en México Fue una muerte accidental No le busques.

Juan Rulfo publica Pedro Páramo. Se apresura a celebrarla Carlos Fuentes que, con Emmanuel Carballo, inicia la Revista Mexicana de Literatura En su primer número Octavio Paz se pregunta en “El cántaro roto” si en la noche de México sólo el Cacique Gordo de Cempoala es inmortal Paz, Arreola y otros escritores y pintores se unen para colaborar con los jóvenes que crean un nuevo teatro mexicano en “Poesía en voz alta”, grupo dirigido por Héctor Mendoza y José Luis Ibáñez Es parte del gran impulso renovador auspiciado por Jaime García Terrés desde la dirección de Difusión Cultural de la UNAM Su medio siglo de escritor le es celebrado a Alfonso Reyes con el primer tomo de sus Obras completas, no terminadas hasta 1993 México en la cultura y la Revista de la Universidad son las publicaciones centrales del momento La oposición se manifiesta en Metáfora, dirigida por Jesús Arellano y A Silva Villalobos La canción del año no es “Historia de un amor” ni “Los marcianos”: José Alfredo Jiménez resume cuatro mil años de poesía judeocristiana en “Camino de Guanajuato”: “No vale nada la vida/La vida no vale nada/ Comienza siempre llorando/ y así llorando se acaba/ Por eso es que en este mundo/ la vida no vale nada”.




Marylin Monroe, Elvis Presley, James Dean.

Pero el centro de todo no está aquí sino en el país que salió victorioso de la autodestrucción de Europa y la guerra por el control del Océano Pacífico Es el primer imperio de la historia que cuenta con una industria de las comunicaciones capaz de imponer su cultura al instante y en escala planetaria Así, la imagen paradigmática de 1955 podría ser la de Marylin Monroe en el instante de Comezón del séptimo año en que el viento desplazado por el subway de Nueva York le levanta la falda Ya están Brigitte Bardot y los beatniks pero tendrán que esperar al año siguiente para que se difundan por todo el mundo.

En cambio 1955 es propiedad de Elvis y James Dean El rock viene de lejos En lo inmediato, el 54, un grupo negro, The Chords, ha triunfado en Sh-boom A comienzos del 55 un grupo blanco, Bill Halley y sus Cometas, hace escuchar dondequiera Rock Around the Clock Enseguida un joven trailero de 21 años se levanta de Memphis, Tenessee —la capital del Dr Schools, el primer hombre que se preocupó por los pies— y vende un millón de ejemplares de sus primeros éxitos: Sixteen tons, Don’t be cruel, Heartbreak Hotel, Love Me Tender Para la generación silenciosa el efecto es electrizante y orgásmico Con Elvis empieza la música como grito de rebelión Y si su rock nace de lo que más teme su país: el mestizaje —el ayuntamiento de la balada country de los red necks y el rhytm-and-blues negro— su vestuario no es ajeno al zoot suit de los pachucos que irrumpieron 12 años antes en Los Angeles, inspiraron El laberinto de la soledad y dieron al cine mexicano su más grande cómico de todos los tiempos: Tin Tan.

Life describió a James Dean como “la visión de sí mismo que cada adolescente lleva en su interior y el sueño de toda muchacha” Dean empezó como aprendiz de Marlon Brando pero un choque brutal el 30 de septiembre lo salvó de lo que Sor Juana llamaba el ultraje de la vejez. Un James Dean de 64 años y 130 kilos de peso es tan inimaginable como un Rimbaud setentón ingresando con uniforme de mamarracho en la Academia Francesa Sólo puede convertirse en leyenda el revolucionario que no se mancha con la inmundicia del poder o el actor que escapa cuando, como en el verso de Lezama Lima, había alcanzado su definición mejor.

James Dean salió de la nada y entró en la gloria amarga del estrellato y en la juventud eterna con sólo tres películas: Al este del paraíso, Gigante y sobre todo Rebelde sin causa, estrenada después de su muerte y ya bajo el aura legendaria Pauline Kael, una muchacha de su generación que se iniciaba en la crítica de cine, escribió al ver East of Eden: “Miren esa hermosa desesperación Hay una nueva imagen en el cine: el joven como un animal bello y perturbado, tan lleno de amor que está indefenso Quizá su padre no lo amó, pero la cámara lo adora y nosotros también”.
El director Elia Kazán llegó a lamentarse por haber desencadenado un nuevo Frankestein que arrojó un conjuro sobre la juventud del mundo entero (Elvis, por lo pronto, dijo: “Quiero ser conocido como el James Dean del rock”) No obstante, los personajes que encarnaron en el escenario y la pantalla estaban desde antes en la realidad La juventud alienada (el término se popularizó en 1955), el delincuente juvenil, el rebelde contra la civilización y sus descontentos ya perturbaba las conciencias antes de que se oyeran los nombres de Elvis y Dean.

Se culpaba a los cómics, que en el medio siglo alcanzaron su edad de oro; a la televisión, inocente si compara con cualquier programa actual; a las “malas lecturas” como las novelas de Mickey Spillane Pero sobre todo a la desintegración familiar provocada por el éxodo a los suburbios El padre quiso dar a su familia el aire del campo y la protección del grupo blanco, anglosajón y protestante Buenas escuelas y mejor compañía. Se acabó la familia extendida. Se confinó a los viejos en el asilo Las ciudades fueron abandonadas a los que venían del sur escapando del racismo Con su trabajo de 9 a 5 en la ciudad a la que llegaba y de la que volvía por el ferrocarril suburbano, aquel padre se convirtió en El hombre del traje gris, título del gran best seller de 1955 Su autor, Sloan Wilson, tuvo un éxito inconcebible Le duró un año Después nadie quiso volver a acordarse de él porque ya había otros diez mil Sloan Wilson a las puertas Hoy vive en una barca abandonada en Chesapeek Bay, Maryland Su existencia es casi la de un mendigo.

El monstruo de dos cabezas.

La televisión iba a matar al cine y desde luego a la lectura El primero respondió con el color, el cinemascope, la tercera dimensión y sus estorbosos anteojos y los drive ins, las pantallas al aire libre en un estacionamiento Los libros se multiplicaron al infinito y surgió el libro de bolsillo de calidad En una sola noche más gente vio Hamlet y Edipo rey que en toda la historia anterior Platón y Dante tuvieron más público que en los pasados siglos reunidos.
Pero los intelectuales se vanagloriaban de no ver lo que llamaron en este año “the idiot box” y temieron sus poderes En 1955 la tv impuso la moda (o fad, como se dice en inglés con una palabra que parece borrarse a medida que se pronuncia) de Davy Crockett: del sombrero y la chamarra hasta los juguetes y la pasta de dientes con clorofila (todo era verde entonces para limpiar el pecado original de que nos acusó el reverendo Swift: ser el más hediondo de los animales Por fin se descubrió que las cabras están por completo clorofiladas y huelen a rayos Adiós a la pasta verde) Crockett fue víctima de Santa Anna en El Alamo La moda exaltó el eterno antimexicanismo: los niños jugaban a exterminar greasers en la batalla por San Antonio
Otra posibilidad de la televisión fueron los programas de Edward R Murrow, el gran corresponsal radiofónico que trasmitió en vivo la guerra de Europa y luego en See it Now inició el periodismo televisivo de investigación y de opinión Murrow llegó a ser tan poderoso que una noche criticó al senador MacCarthy Al día siguiente centenares de periódicos lo siguieron y provocaron la ruina del inquisidor demente CBS no pudo con Murrow. En 1958 lo callaron para siempre.

Todo empezó en Alabama.

1955 terminó el primero de diciembre cuando en Memphis, Alabama, una costurera negra, exhausta tras doce horas de trabajo, se negó a cumplir la ley local y no le cedió el asiento del autobús a un blanco La señora Rosa Park fue arrestada. Su comunidad se lanzó a boicotear a la compañía de autobuses Surgió un joven líder, el Dr Martin Luther King, con la consigna de que “la no violencia es la técnica más potente para los oprimidos El sufrimiento que no merecemos tiene un efecto redentor”. Con Rosa Park y Martin Luther King nació el Movimiento Pro Derechos Civiles Aun en mayor medida que en las canciones de Elvis y las películas de Dean, en la rebelión justísima y valientísima de una costurera de Memphis, murió la era de Eisenhower y Ruiz Cortines y se gestaron los sesenta