No hay mayor desilusión que la incapacidad de compartir con otra persona un conocimiento que consideramos esencial.



Richard Ford



jueves, 14 de julio de 2011



Despierto. Son las seis y media de la mañana. Mi hijo y mi esposa duermen al lado mío. Encender el televisor para ver el noticiero matutino no es una buena opoción: ellos se despertarían. En la mesita al lado de la cama esta Kafka en la orilla de Murakami. Leo algunas páginas. Encuentro una cita que me gusta, quizá porque los temores de Murakami ahora sin míos: "Sujetos estrechos de miras, intolerantes y sin imaginación. Tesis desconectadas de la realidad, terminología vacía, ideales usurpados, sistemas inflexibles. Son esas cosas las que a mí , realmente, me dan miedo. Son esas cosas las que yo temo y odio con todo mi corazón". Cuánta mierda hay en el mundo, cuánto vacío, tipas preocupandose porque su bolsa Ferrogamo no combina con su vestido Chanel, tipos deseperados por la caída de la bolsa, gente matándose por ser intolerantes, chavos que hacen todo lo posible por permacener fuera, estar apartados, al filo del abismo, a un centrímetro del desfiladero. Y hay cosas valiosas. La respiración entrecortada de mi hijo, la claridad de la mañana que entra de lleno por la ventana, la octava de Mahler, el cuadro de Rembrant que tengo frente a mí, esta misma novela de Murakami que sostengo entre mis manos, acariciándola. La gente no entiende que para ser feliz se necesita de muy poco.

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