Hace uno días leía Tokio Blues, novela de Haruki Murakami, y me encontré con una párrafo que me llevó de inmediato cuando tenía 19 ó 20 años, a principios del siglo XXI. Lo cito:
Leía mucho, lo que no quiere decir que leyera muchos libros. Más bien prefería releer obras que me había gustado. En esa época mis escritores favoritos eran Truman Capote, John Updike, Scott Fitzgerald, Raymond Chandler, pero no había nadie en clase o en la residencia que disfrutara leyendo a este tipo de autores. Ellos preferían a Kazumi Takahashi, Kenzaburo Oé, Yukio Mishima, o a novelistas franceses contemporáneos. Así pues, no tenía este punto en común con los demás, y leía mis libros a solas y en silencio. Los releía y cerraba los ojos y me llenaba de su aroma. Sólo respirando la fragancia de un libro, tocando sus páginas, me sentía feliz.
Leía mucho, lo que no quiere decir que leyera muchos libros. Más bien prefería releer obras que me había gustado. En esa época mis escritores favoritos eran Truman Capote, John Updike, Scott Fitzgerald, Raymond Chandler, pero no había nadie en clase o en la residencia que disfrutara leyendo a este tipo de autores. Ellos preferían a Kazumi Takahashi, Kenzaburo Oé, Yukio Mishima, o a novelistas franceses contemporáneos. Así pues, no tenía este punto en común con los demás, y leía mis libros a solas y en silencio. Los releía y cerraba los ojos y me llenaba de su aroma. Sólo respirando la fragancia de un libro, tocando sus páginas, me sentía feliz.
Una de las cualidades de la narrativa de Murakami es que tiene una facilidad tremenda para conectar con el lector y trasladarlo a territorios donde la memoria a corto plazo falla y es necesario buscar en el subconsciente aquello que hemos olvidado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario